En las altas esferas de la Unión Europea se sigue con preocupación la situación política en España porque lo que sucede y pueda suceder en el futuro en la cuarta economía comunitaria no es cosa baladí. La descomposición de un Estado Miembro de gran envergadura o una degeneración de sus instituciones hasta el punto de dañar seriamente el imperio de la ley, la independencia del poder judicial y la libertad de opinión y de prensa, representaría una herida muy grave para el proyecto de integración continental que ha generado en los últimos setenta años una paz y una prosperidad sin precedentes para sus ciudadanos.

Un Gobierno de la Nación apoyado por los que quieren liquidarla y encabezado por un individuo sin límite moral alguno es una receta infalible para el fracaso colectivo. Es, por tanto, tan necesario como urgente desalojar del complejo de La Moncloa a su actual ocupante si queremos evitar una catástrofe de dimensiones históricas. Para ello, hay que derrotarle en las urnas y para este fin hay que cambiar el marco mental de los españoles para liberarlo de la espesa red de mentiras y prejuicios tejida con incansable tenacidad por el sanchismo y sus compañeros de viaje separatistas, comunistas y herederos del terrorismo. Y ¿cómo se fijan en el cerebro y en el corazón de los votantes las ideas, las emociones y la orientación de sus instintos que despierten en ellos adhesión a una determinada opción electoral? Es sabido que eso se hace mediante los llamados “relatos”, desarrollos narrativos que se apoderan de la forma en que los seres humanos ven e interpretan el mundo conduciéndolos a apoyar a una concreta oferta ideológico-programática.

En este contexto conceptual y estratégico hay una regla de oro que no requiere una astucia de lince para ser entendida: si la gente centra su atención y habla de lo que le interesa a un partido y no considera lo que es crucial para sus adversarios, éstos tienen perdida la batalla. En este juego de comunicación, Pedro Sánchez y su equipo son maestros y, por desgracia para nuestro país, en la que está llamada a ser la alternativa a la pesadilla que hoy nos atenaza, no dominan esta técnica como sería deseable. Dicho llanamente, el sanchismo y sus adláteres corren siempre por delante y sus oponentes actúan invariablemente de manera reactiva a sus iniciativas inesperadas y a sus engañosos señuelos.

Veamos un ejemplo: cuando la ley de amnistía, el caso Koldo y los primeros indicios de que Begoña Gómez practicaba turbias maniobras susceptibles de ser calificadas como tráfico de influencias tenían contra las cuerdas al Gobierno, surgen los cinco días de reflexión del hombre profundamente enamorado de su mujer acompañados del amago de dimisión que sobrecoge a sus aliados y sume en la consternación a sus miles de paniaguados, temerosos de perder su puesto en el abundante pesebre presupuestario. Los demás asuntos pasan a un segundo plano y todos los medios y la opinión pública retienen el aliento, pendientes del desenlace de la artimaña presidencial.

Otro caso ilustrativo lo encontramos en la trampa tendida al presidente argentino. Óscar Puente, el cancerbero de Sánchez, le injuria llamándole drogadicto y en su reciente visita a nuestros lares, Javier Milei, persona vehemente y aguerrida, le responde dejando caer que la cónyuge monclovita es “corrupta”. Así, mediante un pase mágico, las sospechas que gravitan sobre la emprendedora Begoña se convierten en una ofensa intolerable a la soberanía y a la dignidad de la patria que desencadena un choque diplomático de fuerte intensidad que acapara titulares en los rotativos y tiempo en informativos de televisión. Sencillamente magistral.

La liebre mecánica de Palestina

Contemplemos una última finta. Mientras la guerra de Gaza entre la organización terrorista Hamás Israel inquieta a nivel global por su posible expansión al conjunto de Oriente Medio y quizá más allá, Pedro Sánchez decide en sí, por sí y ante sí, sin consultar ni a la oposición ni al Rey ni a sus socios ni a su almohada, reconocer el Estado palestino, soltando así una nueva liebre mecánica tras la que galopan los galgos y los podencos distraídos de tan hábil manera de otras presas más suculentas que escapan incólumes.

En las democracias, que son regímenes de opinión, el que establece la agenda de la conversación pública se gana más fácilmente la voluntad del electorado que el que se ve forzado a seguirla sin haber intervenido en su confección. Esta verdad evidente debe ser asimilada y comprendida por Alberto Núñez Feijóo, por Santiago Abascal, por la prensa libre y por las entidades de la sociedad civil que tan meritoriamente pugnan por rectificar el rumbo equivocado que la teratológica mayoría parlamentaria que controla el Congreso imprime a una Nación desconcertada.

Artículo publicado en Vozpópuli


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