1945 fue el año que marcó el fin de la Segunda Guerra Mundial. La Alemania nazi se rindió el 8 de mayo; el 2 de agosto fue firmada la Declaración de Potsdam; el 6 y 9 de agosto fueron lanzadas las bombas atómicas Litlle Boy y Fat Man sobre las poblaciones de Hiroshima y Nagasaki, respectivamente. A bordo del acorazado USS Missouri, el 2 de septiembre se firmó la rendición de Japón.

Los aliados impusieron sus condiciones y esta rendición debía ser incondicional.  Fue un documento conciso, corto y tajante. El Departamento de Guerra de Estados Unidos fue el responsable de su redacción y fue aprobado por el presidente Harry S. Truman. El acto en el Missouri estuvo  en manos del comandante supremo de las Fuerzas Aliadas, general Douglas MacArthur, y, en representación del Japón, firmaron el ministro de Relaciones Exteriores Mamoru Shigemitsu y el general Yoshijirō Umezu, jefe del Mando General Militar. Finaliza así un cruento período de la Historia Mundial, pero se da paso a lo que se ha llamado la Guerra Fría (Fuente: US National Archives: https://www.archives.gov/exhibits/featured_documents/japanese_surrender_document/)

Devastado, arruinado, con una economía prácticamente paralizada; una cruel carencia de alimentos, una inflación vertiginosa y todos los vicios que acarrea la existencia de un mercado negro generalizado, y con la pérdida de todos sus territorios de ultramar, el Japón inició una nueva etapa de su historia.

El pueblo japonés comenzó una titánica misión, que no fue otra que la de rehacer su economía arruinada por la guerra: Por su parte, Estados Unidos se dedicó a desmilitarizar y democratizar la sociedad nipona. Fueron clausuradas las fábricas de material bélico; en la nueva Constitución se aprobó la renuncia por siempre a la guerra y violencia como medio de solucionar disputas internacionales; fueron juzgados los autores de crímenes de guerra.

No puedo entrar en detalles minuciosos del “milagro japonés”, pero vale destacar que un papel fundamental en esta recuperación fue desempeñado por lo que se ha llamado “las tres joyas” de la gerencia japonesa: el salario con antigüedad, el empleo de por vida y el sindicato por empresas.

Hoy, 74 años después de la firma de la rendición, Japón es la tercera economía más grande del mundo; los dos primeros son Estados Unidos y China, en ese orden.

En esta misma fecha, 2019, Venezuela, sin haber sufrido los catastróficos ataques de una guerra, ni la devastación ocasionada por bombas atómicas, exhibe una situación similar a la señalada supra, presentada por Japón en 1945:  devastada, arruinada, con una economía prácticamente paralizada y una cruel carencia de alimentos, una inflación vertiginosa y todos los vicios que acarrea la existencia de un mercado negro generalizado. Destrozada la industria petrolera; inservible el sistema hidroeléctrico; pulverizado el suministro de agua; nulos los sistemas de comunicación; desmanteladas las instituciones educativas y un éxodo masivo de su población.

¿Podemos rehacer el país? Creo que sí, pero no es mañana, es ya, es ayer. He repetido hasta el cansancio que esa recuperación comienza por detalles hasta insignificantes a primera vista y que, al contrario, son indispensables para recuperar el tejido social. Debemos fomentar los buenos modales; el uso adecuado del lenguaje; el respeto a la palabra; la siembra de valores; y, sobre todo, cultivar la honradez y la honestidad intelectual.  Olvidemos la “viveza” de Tío Conejo; seamos laboriosos como la ardilla que recoge su comida en otoño y se prepara para enfrentar el frío del invierno.

Venezuela no es solamente bellos paisajes; playas atractivas; llanos atrayentes; selva apasionante; música nostálgica; mujeres hermosas. Venezuela está conformada, sobre todo, por valores civiles, culturales; excelente literatura, poesía, ensayística. Una trayectoria filosófica desconocida por muchos que se empeñan, no solo en arrinconar, sino en atacar la poca que aún persiste en nuestro suelo. Venezuela ha tenido maravillosas editoriales; casas de cultura; teatros, museos, música excelsa. Dejemos en el pasado y con respeto por sus conquistas, las guerras y las escaramuzas militares. No es el momento de los Carujos; es el momento de Vargas; del ciudadano probo.

Todo ello es la base para sustentar nuestra recuperación. No solo es voluntarismo; se necesita poner manos a la obra, y esta tiene que ser liderada por una ciudadanía resuelta a reconstruir la nación, otrora llamada Tierra de Gracia.

Salvando las distancias, hubo un “milagro japonés”, un “milagro alemán” después de la Segunda Guerra Mundial,  ¿no puede existir el “milagro venezolano”?


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