Releyendo una documentada biografía de Salvador Allende (Allende, la biografía de Mario Amorós) descubrí  la amistad de estos dos hombres políticos que cumplirían relevantes roles en la historia de sus respectivos países. En efecto, Allende fue presidente de Chile y Betancourt de Venezuela, desalojado violentamente del poder el primero por un salvaje golpe de Estado el 11 de septiembre de 1973, y con un destino difícil y exitoso en la instauración de la democracia por parte del segundo. En efecto, el año 1939 marcha a Chile Betancourt, en lo que sería su segundo exilio, y donde permanecería alrededor de un año escribiendo, meditando, cuidando su joven partido (el PDN), en la medida que la distancia y la inexistencia de la tecnología de hoy se lo permitiera, cultivando amistades con el exilio latinoamericano residenciado en el país austral , y por supuesto relacionándose directamente con el partido hermano, el Partido Socialista de Chile, en cuyo VI Congreso, el 17 de diciembre de 1939, dictaría una de sus más relevantes piezas oratorias.

De la biografía citada se desprende la cálida amistad antes mencionada y de sus respectivas  familias, de lo cual recojo el simpático testimonio de la práctica frecuente entre ambos del boxeo, y las asiduas tenidas en el hogar de Allende, donde se cultivaba la animada conversación, a lo cual contribuía de manera particular el carácter extrovertido del presidente chileno. No conozco a fondo la vida de Rómulo Betancourt y la mencionada biografía no nos da pistas sobre la posibilidad de encuentros futuros, ni tampoco he averiguado sobre si se mantuvo una relación entre ellos así sea epistolar.

Lo que quiero recoger en estas líneas es los diferentes caminos y estrategias que los separó en la visión de sus respectivos países, y las orientaciones políticas que se deberían  adelantar. Ambos dirigentes provenían de la izquierda, y dentro de ella fueron adoptando posiciones diferentes. El hombre es el hombre y su circunstancia, y por tanto no abrigo la capacidad de entrar a fondo en captar la particular circunstancia con la cual cada uno tuvo que enfrentarse.  A grandes brochazos diría que Betancourt  evolucionó hacia el centro político, y vista la traumática experiencia del llamado “trienio adeco”,  asumió progresivamente posiciones de consenso entre las fuerzas democráticas, así como la conveniencia de  la elaborada negociación para obtener éxito político, se consolidara  la democracia y se ahuyentara la crónica presencia de las bayonetas en la determinación de nuestro destino político. Por su parte, Allende se mantuvo en la izquierda, una izquierda  dentro del orden constitucional, que debería avanzar hacia una vía peculiar respetuosa  del pluralismo,  gracias a  la construcción de un orden  socialista en libertad y sin menoscabar los derechos humanos.

La Revolución cubana de 1959 fue un factor de deslinde de posiciones. Allende cultivó una estrecha amistad con Fidel Castro, alabó los “éxitos” y el rumbo de la revolución, y aunque sostuvo que la vía socialista chilena sería necesariamente diferente, el entorno divisionista  de la guerra fría, el rol de la CIA y la presencia de la KGB, el radicalismo ingenuo de la extrema izquierda chilena que Allende no pudo controlar y que tanto daño hizo a su corta experiencia de gobierno, su renuencia a comprometer un sólido camino centrista con la Democracia Cristiana chilena, entre un complejo número de factores, hicieron naufragar una experiencia cortada de forma inmisericorde e injusta (pues se trataba de un gobierno constitucional sostenido en la legitimidad democrática) por un extrema derecha aterrorizada y una fuerza militar sin ataduras que dejó una estela de destrucción y muerte en la sociedad chilena. A diferencia de Allende, Betancourt desde un primer momento supo deslindarse de la Revolución cubana, combatió exitosamente la insurgencia de la izquierda, y sentó las bases de una democracia que pudo instaurarse y proyectarse por cuarenta años.

El destino de los hombres nos está vedado adivinarlo (no somos dioses) y nos es muy difícil seguir sus trazos. Solo el paso del tiempo permite al menos  suavizar las pasiones ( así lo creemos) . Chile hoy es un país democrático,  y trata sin complejos de sacar lecciones fructíferas a cincuenta años del golpe militar de 1973; mientras,  Venezuela experimenta un régimen dictatorial duramente destructivo, del cual se intenta salir por la metodología democrática.  Que diría Betancourt si reviviera y  analizará las razones por las cuales crecieron y se hicieron cancerosas las que alguna vez llamó las verrugas de nuestra democracia. Difícil saberlo al igual que juzgar con objetividad  el trágico destino de su amigo de entonces, Salvador Allende.


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