Cada año que finaliza el balance de salud es más negativo que el anterior. Durante estas dos últimas dos décadas de caos y de tragedia, Venezuela se ha convertido en el país más primitivo del continente con relación a la atención en salud.

En nuestra nación se generan más enfermedades y además las exporta, siendo ahora un país de riesgo sanitario para los otros de la región, tomando en cuenta que una buena parte de la diáspora se ha centrado en América Latina.

La situación sanitaria es cada vez más preocupante: desde hace 5 años el deterioro de la salud ha sido continuo, una situación que se relaciona con la grave crisis económica, la baja disponibilidad de recursos destinados al sector, insertos en una política de Estado siempre desfavorable a los ciudadanos.

Desconocemos hasta los actuales momentos cuál es la distribución que se hace del producto interno bruto en cuanto a la inversión sanitaria en Venezuela. La gran excusa del régimen para la falta de inversión en salud han sido las sanciones, el bloqueo o la “guerra económica”. Pero resulta que la crisis de salud tiene su historia desde mucho antes, en pleno auge de los mayores ingresos petroleros, en la época en la que no existía ningún tipo de excusa para no haber destinado recursos al sector.

Desde entonces comenzamos a ver el deterioro de los centros hospitalarios. La corrupción y el despilfarro fueron los causantes de la tragedia que estamos viviendo y que es hoy una emergencia humanitaria compleja de la cual no se escapa ningún aspecto en lo que se refiere al sector salud.

El primer trimestre de 2019 fue muy significativo si nos referimos a la ayuda humanitaria que iba a llegar por la frontera con Colombia. Vimos con gran impotencia e indignación cómo se impidió su entrada en un  escenario de gran violencia desplegada por los grupos afines y defensores del “gobierno”, junto con las fuerzas policiales y militares. Se colocaron grandes contenedores para cerrar el paso por donde iba a entrar dicha ayuda.

El grave error de esto fue haber convertido la ayuda humanitaria en una bandera política, tanto por parte del “gobierno” como del lado opositor. Se hizo evidente la corrupción y el proselitismo. Se centralizó entonces la poca ayuda que entró al país en la Cruz Roja Internacional, la cual fue canalizada por el régimen, que seleccionó solo cuatro hospitales públicos para ser los beneficiados y aun así no se han visto resultados.

La consecuencia de esto fue el desvanecimiento de la esperanza de muchos enfermos crónicos y el impacto que ocasionó en las poblaciones más vulnerables como nuestros niños, ancianos y embarazadas, que eran prioritarios para recibir la ayuda que tanto se necesitaba, sin distinción alguna.

Es indudable que esta grave crisis de salud también se ha visto reflejada este año en otros aspectos, como la situación epidemiológica a nivel nacional, la cual es más alarmante que en años anteriores. Venezuela es el país de la región con el mayor número de casos acumulados de malaria; reapareció la fiebre amarilla después de 14 años de haber sido controlada; la difteria y el sarampión siguen su curso galopante. Estas dos últimas, como la fiebre amarilla, son enfermedades prevenibles por vacunas. La cobertura de vacunación sigue siendo muy baja.

La crisis hospitalaria se profundizó aún más y este año fue muy grave la repercusión de la crisis eléctrica y de agua en el funcionamiento de los hospitales.

El principio de gratuidad establecido en el artículo 84 de la Constitución se perdió totalmente. El paciente tiene que llevar el mínimo material o insumo para que pueda ser atendido.

En 2019 también se incrementó la migración forzada de personal médico. La proyección es que han emigrado más de 32.000 médicos, sumando a esa cifra el resto de personal de salud que también se ha marchado del país, como personal técnico, profesionales de la enfermería, etc.

El balance en la atención pediátrica es dramático. Se han reportado más fallecimientos de niños por falta de medicamentos e insumos. La desnutrición está haciendo estragos, sobre todo en menores de 2 años. El aumento de las tasas de mortalidad materna e infantil no se detiene, dos indicadores de suma importancia que reflejan la verdadera situación de salud de un país.

En fin, podemos calificar el balance de salud de 2019 de catástrofe sanitaria. Hoy culmina el año y si no se materializa el cambio de este nefasto modelo político en el período que comienza, el pronóstico seguirá siendo sombrío con consecuencias fatales para los venezolanos. Hay que lograr la unidad nacional. Pensar primero en la necesidad de la gente y no en la necesidad política.

2020 deber ser el año de la sociedad civil para la defensa de sus derechos más importantes: la vida, la libertad y la democracia.


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