Todo lo políticamente impráctico explica a los regímenes de fuerza, cual invariable blasón para la vanidad de sus beneficiarios. Una diaria e incansable artillería de órdenes, directrices y mandatos, por contradictorios y arbitrarios que fuesen, se antoja inapelable con la salvedad de los matices y diferencias que suscita en la reducida cúpula que se esfuerza por administrarlos, incluyendo la cauta medición de sus cíclicas tensiones, fuesen ciertas o inciertas.

Por prepotente, maniqueo y expedito que sea, el socialismo del siglo XXI con sede en Miraflores, ha de moverse cuidadosamente para no provocar cortocircuitos u otros sobrevenidos accidentes e incidentes en el conglomerado diverso de los intereses que lo soportan. Reajustes cuidadosos y, a veces, incomprensibles e inoportunos que rinden sus resultados a la postre, como la completa modificación del directorio del CNE, sacrificando a unos militantes del PSUV por otros aún más militantes, o los cambios quirúrgicos en el TSJ, arsenal político más que jurídico. Esto es, por la bondad de una estrategia política quizá de sello clausewitziano que incurre en la maldad de negarle el ejercicio de la política misma a la genuina oposición, irreductiblemente plural, yendo a su centro de gravedad y procurando alcanzar el punto culminante de la victoria que no incluye la total aniquilación del enemigo a lo habanero, garantizando la subsistencia de la oposición histriónica.

Obviamente, el presupuesto público unifica al oficialismo, contrastando naturalmente con la oposición real, la de todo un país que, por estas latitudes u otras muy antes inimaginables, la une el espanto, en lugar del amor, a lo Jorge Luis Borges. Y, porque la afectó en todos sus sectores, la tentación es la de usar las herramientas del régimen prejuicioso y revanchista, hablar lo menos posible entre sí, cultivar un cierto mesianismo, actuar como una secta religiosa para no hacer política y, mucho menos, comprometernos en un mismo desarrollo estratégico, contando los pollos antes de nacer: en lugar de una sala de máquina que empuje con fuerza a la embarcación bajo el asedio de los torpedos, imaginamos una vieja sala de refrigeración que cruza tan lentamente el oleaje, teniendo el tercer mes del presente año a la vuelta de la esquina, sin novedad que asentar en el cuaderno de bitácora excepto los otros nombres para la persecución y la represión.

Con millones de venezolanos en el exterior, acá hay una nueva mayoría distinta a la de 2015, urgida de una adecuada interpretación estratégica de hacer caso a las creencias, frustraciones, aspiraciones y expectativas que revelan los sondeos de opinión, por más interesados y contrapuestos que luzcan; renueva un sentimiento formidable de unidad que espera por una pronta y honesta reivindicación, estructurándose sincera y eficazmente a través de los partidos y las más decididas organizaciones de la sociedad civil; y esperamos bastante de un liderazgo paciente, pero certero, que sea sencillamente tal. Luego, artesanos de una oposición confiable, merecemos  una conducción política para las numerosas vicisitudes que nos esperan, añadido el periplo impredecible de una transición democrática, consciente de la responsabilidad histórica que toca, lejos de una tribalización de los conflictos.

La sala de máquina reclama sentido común, la masificación del lenguaje de la crisis que desemboque en un compromiso creciente con las soluciones y sacrificios que demanda, superando palmo a palmo el miedo y la confusión que fluyen por la criminalización de toda animadversión, disidencia y oposición. Y es que, este socialismo no menos real que los sobrevivientes en el resto del mundo, brega infructuosamente por todo lo que políticamente sea impensable.

@luisbarraganj

 


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