Justo en el momento en que el conflicto ruso-ucraniano parece entrar en una etapa de desgaste, con nuevas modalidades de ataque -como la contraofensiva con drones sobre Moscú- y nuevas medidas de presión -como la prohibición de exportar granos a través del mar Negro- se produce una Cumbre en Yeda (Arabia Saudita), que da un nuevo aliento a las iniciativas de paz. Una de las cosas que llama la atención de este encuentro – continuación del proceso iniciado en junio de este año en Copenhague- es que ha sumado a más de 40 países, convocatoria que, en términos de las relaciones internacionales, es poco común, mucho más si tomamos en cuenta la relativa pasividad de buena parte de los países del orbe hasta el momento.

Pese al gran impacto que ha tenido la guerra en diversos ámbitos de la producción y el comercio mundial -como el sector energético y el agroalimentario- no ha concitado todavía una actitud proactiva más allá de la solidaridad automática de los países europeos, directamente afectados, y los aliados y amigos de Putin en distintas regiones del mundo. La cumbre de Yeda tuvo la virtud de azuzar el compromiso no solo de los aliados de parte y parte (como Estados Unidos y China) sino también de una gran cantidad de influyentes países que se han mantenido en postura neutral, como India, Brasil, Suráfrica y Argentina, entre otros tantos.

Quizás lo más significativo de esta iniciativa de paz promovida por Zelenski, que consta en principio de 10 propuestas, es, justamente, que Kiev ha decidido abrir el compás más allá de Europa y Occidente, a sabiendas de que estos se han involucrado de manera muy militante con su justa y apasionada lucha, y que la paz solo se podrá producir con la intervención y mediación de otros estados y regiones del mundo, pues, si bien éstos en general han reconocido que se ha producido la agresión de un estado grande sobre su vecino, sin embargo han recelado del dominio geopolítico de la OTAN y Europa occidental sobre Rusia y la región euroasiática en general, y apuestan por un equilibrio en las relaciones de poder regional  global (y en algunos casos, por un reordenamiento del orden mundial).

La evolución del apoyo a las 2 partes en los 18 meses que lleva el conflicto muestra que pese al abrumador rechazo a la invasión rusa en las tres votaciones que se han realizado en la ONU, la gran mayoría de las naciones de África, Asia y América Latina han evitado involucrarse activamente a favor Ucrania, cuando no han permanecido indiferentes en varios casos, o incluso manifestado otros-de manera lamentable-condescendencia y simpatía con Rusia y su ataque armado.

No puede obviarse, en este asunto, factores que eventualmente pueden condicionar las políticas exteriores de esos países y regiones, como, por ejemplo, la gran influencia que ejerce el país de Confucio con sus grandes inversiones e intereses económicos; así como la intervención de Rusia con sus negocios ilegales y sus grupos Wagner en muchos de ellos, además de la activa presencia que heredó de la política expansiva y envolvente que desarrolló la Unión Soviética cuando dio inspiración y apoyo beligerante al Movimiento de Países No Alineados y en general a lo que se dio en llamar tercermundismo. El Putin autócrata de nuestros tiempos es, sin duda, usufructuario de aquellas mieles de sinuoso sabor antioccidental. El reciente golpe de Estado en Níger parece una clara confirmación de esa realidad.

En lo que respecta a América Latina, la reciente cumbre de la Celac con la Unión Europea, con su distante y simbólica mención a la guerra, confirma la negativa de la región a sumarse a un apoyo activo a la causa ucraniana, y su preferencia, aparentemente, por soluciones donde se tomen en cuenta los intereses geopolíticos de ambos lados de la discordia.

Uno de los aspectos que puede beneficiar esta iniciativa de paz (la más importante hasta el momento) es el hecho de que Rusia ya no luce como el triunfador inminente que parecía al principio: ahora el conflicto está lleno de incertidumbre y está mutando hacia una guerra de desgaste que puede hacerse interminable en el tiempo. El debilitamiento de Rusia ha generado la primera fisura interna importante, como fue la corta rebelión del Grupo Wagner. Por lógica, esta situación debería presionar a Putin y las élites al mando, más temprano que tarde, a flexibilizar su postura agresiva y de ribetes imperiales, aunque es cierto que, con frecuencia, la irracionalidad y el fanatismo pueden más que el cálculo prudente y racional.

Por su parte, para Zelenski y la alianza occidental no sería realista pretender una victoria sin cortapisas en la guerra, si como tal entendemos esperar que sus vecinos eslavos se retiren por completo de los territorios conquistados como producto de la contraofensiva. No es imposible una victoria de tal tipo, pero luce poco probable. Y es justo esta consideración estratégica lo que con toda probabilidad ha generado la iniciativa de Zelenski, que al abrirse a la mediación y al entendimiento con los países ni-ni y los aliados y amigos de su rival, parece haber dado un paso -seguramente, con la presión de sus amigos occidentales, de quienes depende casi por completo- en el sentido del buen realismo político, limitando a la postre sus objetivos iniciales, independientemente de que en el Plan de Paz uno de los 10 puntos es la recuperación de los territorios ocupados por Rusia.

En cuanto a Occidente como tal, todo este proceso debe llevarla a revisar sus debilidades y fortalezas. Así como está a la vista que Rusia no está tan aislado como se creía al principio, también está claro que Occidente no ha sumado tantos aliados y amigos como se esperaba, y, de hecho, no sería arriesgado decir que también ha sufrido cierto aislamiento allende Europa, al menos en lo que a sus planes geopolíticos y de guerra se refiere.

Si bien es cierto que Putin y su agresión condujeron, en principio, a que los países occidentales, encabezados por Estados Unidos y la UE, cerraran filas y se unieran con gran intensidad por una causa justa y por la defensa tanto de sus intereses como sus valores e ideales de gobierno (democracia, estado de derecho, pluralismo, derechos humanos, etc.) como no ocurría desde los tiempos del derrumbe de las Torres Gemelas (2001), ya el escenario no luce tan promisorio, pues en estas dos décadas es mucho el agua que ha corrido bajo el puente.

No se trata solo de que China ha expandido -cual tela de araña- sus inversiones, dominios e intereses por los más inesperados rincones de la geografía mundial, y se prepara para desplazar a Estados Unidos como la primera potencia económica del orbe a la vuelta de pocos años, sino que Occidente mismo luce agotado y parece inseguro en el mantenimiento y defensa de esos valores ilustrados y esos principios democráticos que lo han guiado e impulsado por más de dos siglos, como puede constatarse fácilmente con los eventos de Trump en 2021, o con la España de Sánchez, quien se paga y se da el vuelto a sí mismo con numerosas leyes y tribunales.

Habrá que ver si la apuesta de Habermas (darle una nueva oportunidad al proyecto ilustrado) tiene sentido a estas alturas; pero por lo pronto no se ve en el horizonte una fuerza inspiradora que cabalgue -renovación de por medio- en tal sentido, y, mientras tanto, el escenario huntingtoniano -con sus limitaciones y equívocos en algunos puntos- de la lucha y competencia de civilizaciones toma fuerza para dibujar el devenir global de las próximas décadas.

@fidelcanelon


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