El engranaje, un estupendo guion cinematográfico de Jean Paul Sartre, padre del existencialismo, consagra dos principios fundamentales: la libertad y la convivencia pacífica. Su poderosa imaginación mete en escena vivos y muertos confundidos sin tocarse y concibe la libertad, con ironía agridulce, como una condena a los hombres.

Evocar el pensamiento filosófico del gran francés viene a cuento ante la crisis que sufrimos, temerosos, en vista de la marcha militar frenética de Vladimir Putin sobre Ucrania, por cierto, el primer gobernante de la antigua Unión Soviética que utiliza las ingentes  reservas de hidrocarburos como arma para doblegar la voluntad soberana de sus vecinos del viejo continente.

Estos acontecimientos que sitúan en plan de guerra la democracia y el comunismo derivarán daños impredecibles a los principios ideológicos que se encuentran en la base de ambos sistemas políticos. Efectivamente, los despliegues militares rusos en las fronteras de Ucrania, junto a la cómplice Bielorrusia, ocultan el verdadero objetivo: la invasión de  Kasajistán, Turkmenistán, Urbekistán, Azerbaiyán, Kirguizistán y Tayikistán, repúblicas independientes, ribereñas del mar Negro, poseedoras de los mayores recursos gasiferos del planeta, aún superiores a los vastos esquistos del hidrocarburo en el subsuelo ruso.

La potente presión del nuevo zar desprenderá consecuencias nefastas para la Unión Europea, sus veintisiete integrantes suelen presentar el paradigma de uniformar criterios tanto en el orden jurídico como en la propuesta política.

Josep Borrell, perspicaz, ha denunciado los efectos divisorios entre los miembros de la Organización y las negativas interferencias a las relaciones transatlánticas.

La Conferencia de Seguridad de Múnich, celebrada hace pocos días, contó con la presencia plena de sus integrantes, excepto la solitaria Rusia. Las deliberaciones terminaron con la proscripción del asalto a Donbas en el este ucraniano. El foro privado, creado en 1963, aborda los temas de la seguridad internacional, sin interrupción, en la bella capital de Bavaria.

En definitiva, se trata de la maldición de las relaciones internacionales, inveterada doctrina en el Derecho de la Energía que otorga preeminencia a la salvaguarda de los intereses de las grandes potencias en desmedro de los intereses de la comunidad internacional.

Los hechos tan dolorosos traen a mi memoria la toma de Moscú por Mongolia, exaltada por Pushkin en su obra maravillosa La fontaine de Bahçesaray, estrella lírica del gran país euroasiático.

Desde la perspectiva del Derecho Internacional las consecuencias son devastadoras para la simiente del Estado Occidental y sus valores, la vida, la dignidad, la libertad, la igualdad y el respeto a los demás: la justicia.

Asimismo, la busca del tiempo perdido o afán de reconquista de antiguas influencias geopolíticas de Vladimir Putin, lo lleva la descomunal violación de la legalidad internacional.

La actitud política del gobernante ruso encaja perfectamente en la definición del profesor Alain Lancelot, director de la Fundación Nacional de Ciencias Políticas de París, «un comportamiento que no es natural, una conducta de simulación». Un ejemplo elocuente es el reconocimiento de la independencia de las provincias separatistas, Donetsk y Luhansk, en donde entran las tropas del Kremlin y la Duma, bombos y platillos, vulnerando la integridad territorial de Ucrania, derecho axiomático de los Estados, desarrollado en las previsiones de la Carta de Naciones Unidas.

Aunque la peor transgresión a la norma jurídica internacional es la infracción del Capítulo XIX, artículos 23 y subsiguientes, que definen la conformación y atribuciones del Consejo de Seguridad así: son quince los miembros; cinco miembros permanentes, China, Francia, URSS, Reino Unido y Estados Unidos, y diez no permanentes en representación de los diversos continentes; la subsistencia del principio de unanimidad reside en el privilegio del veto que pertenece a los miembros permanentes del Consejo de Seguridad. Semejante providencia ha sido objeto de ácidas críticas de los Estados miembros, es el caso de Brasil o Italia, pero acerbas las de los antiguos secretarios generales de la Organización, el ghanés Kofi Annan, premio Nobel de la Paz, y el coreano Ban Ki-moon, exministro de Asuntos Exteriores de Corea del Sur. Ambos ostentan el liderazgo de defender el concepto de la soberanía estatal como derecho absoluto a una soberanía de la responsabilidad y, al mismo tiempo la transformación del derecho absoluto del veto al ejercicio del mismo con responsabilidad. A propósito, las atribuciones del Consejo de Seguridad se resumen en » la responsabilidad principal de mantenimiento de la paz y de la seguridad internacionales». Esta responsabilidad explica las dos categorías esenciales de competencia del Consejo, la solución pacífica de conflictos y la lucha contra la agresión, mediante medidas de naturaleza autoritaria, verbo y gracia, las sanciones económicas hasta poner en acción las fuerzas armadas de los Estados miembros que son todos los que existen en el planeta.

Mientras escribo esto la tensión aumenta en el conflicto. El presidente Joe Biden habla del comienzo  de una tercera guerra mundial; Borrell al lado de Von der Leyen, anuncian un paquete de sanciones de la Unión Europea; Stoltenberg, secretario general de la OTAN, señala el refuerzo de las tropas rusas y el canciller alemán Olaf Sholtz retira el apoyo al proyecto del gasoducto Nord Stream 2.

No tengo dudas, el panorama es sombrío con Rusia fuera de la ley internacional.


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