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El mundo entero se esfuerza a esta hora en tratar de recuperar la normalidad después de la debacle sembrada por el covid-19. En Pekín, a la dinámica mundial la ven aún enclenque. Los líderes del partido aseguran que aunque el Estados Unidos de Joe Biden y la Europa de los 27 están entretenidos en hacer épicos esfuerzos por controlar la expansión del virus, no consiguen ocuparse seriamente de la recomposición de sus mercados ni de sus economías. Mientras tanto, China, ella sí, avanza a paso de vencedores.

Lo cierto es que la Organización Mundial de la Salud, al haberle dado a Pekín una mano en lavar su cara de responsabilidades frente a la diseminación original del virus, les ha facilitado la tarea de ponerse de nuevo sobre sus pies. La narrativa sobre sus culpas se vio rápidamente controlada dentro del país y el disenso fue acallado por  vías poco ortodoxas. Así, a un año y medio del inicio de la crisis planetaria, la gran potencia se ha sacudido el polvo del camino y vuelve a exhibir dinamismo en lo económico. En 2020 su crecimiento fue el más bajo de sus últimos 40 años, pero fue el único país en el orbe en mostrar 2,3% de tasa de expansión. El rebote de su economía para este año alcanzará 6,3% y en su sector manufacturero ya se anuncia una expansión de 7,3%.

Por el lado de lo económico, China sobrepasó en 2020 ampliamente los resultados alcanzados por su rival político, Estados Unidos, al que le ha tocado gastar en este episodio el doble de lo que invirtió durante la Gran Depresión sin que aún haya podido salir del agujero. Pero el panorama no es en absoluto sombrío. Los economistas predicen que la primera potencia mundial registrará este año importantes niveles de crecimiento y que lo que se avecina es una recuperación muy potente, aunque los riesgos no hayan desaparecido y la incertidumbre siga siendo la norma. A fin de marzo la Reserva Federal vaticinó que cerrará el año con un crecimiento de 6,5% del PIB, un porcentaje que Goldman Sachs eleva hasta 7,7%.

Es así como en el terreno de lo económico China y Estados Unidos estarían de tú a tú. La rivalidad, si solo fuera por ese desempeño, se mantendría con altos decibeles entre la primera y la segunda potencia mundial.

Ocurre que el advenimiento de Joe Biden al frente de la gran nación americana es visto desde China con fruición. Importantes analistas de estos hechos aseguran que hay evidencia de que la impresión causada por la nueva administración es tan pobre, que Xi Jinping ha concluido que ha llegado la hora de humillar y desplazar a su rival. Si el terreno no es lo económico, el político sí podría ser un nuevo campo de batalla y es lo que explica su acercamiento con Rusia, un país con un PIB más pequeño que el de Canadá pero con una fuerza política de envergadura.

Una alianza con Rusia le daría a China lo que aún no tiene: recursos naturales para seguir soportando su crecimiento. No sería de extrañar que estratégicamente esa sea la carta que tiene para jugar. Con Rusia, los chinos comparten el modelo de gobierno totalitario que impone valores a su ciudadanía por la vía de la represión y el espionaje. Pero más que ello, comparten su deseo irredento de ver de rodillas al gigante norteamericano. Que no se nos olvide el episodio reciente del enfrentamiento de Biden y Vladimir Putin, a quien el presidente de Estados Unidos llamó asesino antes de que Moscú procediera a retirar a su embajador de Washington.

China no está predestinada a ganar la guerra fría que sigue activa frente a Estados Unidos, pero el potencial que tiene Siberia como elemento clave en una alianza sino-rusa modificaría notoriamente los equilibrios de poder.


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