Conflict Intelligence Team

El mes de abril se inició de manera preocupante para las siempre frágiles y difíciles relaciones entre Rusia y Ucrania. Un importante despliegue de efectivos del Ejército ruso, cerca de 120.000 soldados, fue realizado en la península de Crimea, frontera con Ucrania. Este hecho coincidió con un incremento de los combates entre el Ejército ucraniano y los separatistas prorrusos en ese país. El Kremlin no negó la movilización de sus tropas, aunque ratificó que no pretende una guerra con Ucrania, pero que “no permanecerá indiferente a la suerte de los ucranianos de origen ruso que viven en esa región desgarrada por el conflicto”. En respuesta a esas declaraciones, el ministro de Relaciones Exteriores de Ucrania, Dmytro Kuleba, aseguró, el 15 de abril de 2021, que Rusia amenaza abiertamente a Ucrania con su destrucción, al tiempo que su embajador en Alemania, Andriy Melnyk, expresó que “su país, si no ingresa a la OTAN, podría verse obligado a recurrir a armas nucleares para su defensa”. Sin duda, como siempre, existen estrechas vinculaciones entre las políticas nacional e internacional. La urgente necesidad de Vladimir Putin de legitimar su gobierno parece haberse transformado en una determinante realidad.

Esa significativa concentración de tropas rusas, en la frontera con Ucrania, no parecía tener, en ese momento, ninguna justificación estratégica en el complejo panorama geopolítico mundial. Se estaba iniciando el ejercicio presidencial de Joe Biden, circunstancia que había generado  importantes expectativas en el ámbito mundial. Por esa razón, la mayoría de los medios europeos estimaron que el llamado a consulta del embajador ruso en Estados Unidos era suficiente; a menos que, las duras declaraciones del presidente estadounidense referentes a Putin, calificándolo de “asesino”, con motivo del envenenamiento y posterior encarcelamiento del líder opositor Alexéi Navalny, además de afirmar que Putin “pagará un precio” por su injerencia en las elecciones norteamericanas, pudieran considerarse como motivos suficientes para una respuesta tan desproporcionada. Además, al mismo tiempo, cuando ocurría ese llamado, el Departamento de Comercio de Estados Unidos anunció el endurecimiento de las restricciones a las exportaciones impuestas a Rusia a principios de este mes, demostrando así  la firmeza de su política en sus relaciones con Rusia y su permanente posición sobre la independencia de Ucrania.

Por otra parte, tan desmedido despliegue de efectivos militares en la frontera con Ucrania, no solo genera una fuerte tensión con Estados Unidos, sino que complica, de manera innecesaria, las relaciones diplomáticas con todos los países de la OTAN, además, de radicalizar el enfrentamiento con los gobiernos bálticos. Entonces, la pregunta que surge es la siguiente: ¿existen razones políticas de importancia para que Vladimir Putin haya tomado una decisión tan extrema? Pareciera ser que sí. Las próximas elecciones legislativas tienen particular relevancia para la estabilidad y continuidad de su gobierno. Ganarlas o perderlas puede significar su salida del poder. Después de las elecciones de 2016, Rusia Unida, su partido, resultó ser el más popular al experimentar un crecimiento en su índice de votación de 40% a 55%, mientras que los principales partidos de oposición, Comunista y Liberal Democrático, alcanzaban menos de 10%. En junio de 2018, después de la medida implementada por el primer ministro, Dmitri Medvedev, de aumentar la edad de jubilación, así como la actitud represiva en contra de la oposición, la popularidad del partido Rusia Unida cayó drásticamente fluctuando entre 29% y 34%, mientras que la del Partido Comunista osciló entre 10% y 14%.

No estoy planteando que un incremento de las tensiones con Ucrania pueda conducir a un enfrentamiento militar entre la OTAN y Rusia. La posesión de armas nucleares, por ambos contendientes, limita esa posibilidad, pero sí le permite a Putin recuperar popularidad mediante la manipulación del nacionalismo ruso. Además, después de la anexión de la península de Crimea por Rusia, en el año 2014, quedó claro, no en palabras pero sí en hechos, que la importancia geopolítica de Ucrania para la OTAN  era relativa y que en realidad aceptaba que su territorio, por razones históricas, era un espacio de natural expansión geopolítica de Rusia. De allí que sea más que justificada la posición del gobierno ucraniano de aspirar a la obtención de armas nucleares como una alternativa para su defensa. La península de Crimea ha sido, dos veces, anexada a Rusia, a través de su historia. Su control le garantiza el acceso al mar Negro, al mar de Azov y a los océanos. La coincidencia con la movilización militar rusa cuando un grupo de buques de guerra estadounidenses, supuestamente, se dirigía al mar Negro y la posición, más que justificada por Alemania, de rechazar un posible bloqueo de los puertos en dicho mar, indica cómo se desarrollarían las distintas jugadas geopolíticas en esa región en medio de un renacer de la Guerra Fría: presiones en el orden económico; amenazas y movilizaciones militares sin caer en verdaderos hechos bélicos.

En un comunicado, del jueves 29 de abril de 2021, el ministro de la Defensa de Rusia, Sergei Shoigu, informó que había ordenado el retorno a sus bases de varias unidades que habían sido desplazadas hacia Dombás, en la zona limítrofe con Ucrania y en la península de Crimea, por considerar que se habían alcanzado los objetivos establecidos. “Nuestras tropas han demostrado su capacidad de proporcionar una defensa creíble para nuestro país”. Definitivamente, una de las jugadas geopolíticas a las cuales me referí en el párrafo anterior.

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