En días recientes tuvo lugar la conmemoración de dos acontecimientos nacionales,  cercanos en el calendario pero lejanos en el tiempo, que dieron inicio a importantes cambios contrapuestos en la historia política del país.

El primero de ellos es la celebración del  63 aniversario del 23 de enero de 1958, fecha en la cual fue derrocada la dictadura de Marcos Pérez Jiménez,  que dio paso a un período de más de 40 años de democracia representativa, que por la estabilidad que había logrado parecía haber sembrado fuertes cimientos que hacían impensable el retorno a regímenes autoritarios.

El segundo acontecimiento al que me refiero es el 4 de febrero de 1992, del cual se están cumpliendo 29 años y que aun cuando no produjo resultados inmediatos, constituyó la primera piedra del derrumbe de la democracia. El por entonces fracasado teniente coronel encontró eco en la decepción y también en el oportunismo de diversos sectores nacionales que le confirieron condiciones redentoras, lo que años después le permitió valerse de las oportunidades  propias del  sistema democrático representativo que adversaba, para hacerse del poder a través del voto popular. Con la firme intención de permanecer para siempre, comenzó la cadena de destrucción de todo lo que había construido la democracia incluyendo las relaciones internacionales.

La dictadura perezjimenista estaba asociada a la llamada Internacional de las Espadas, conformada por las mayoritarias dictaduras del continente que contaban con el apoyo de Estados Unidos, inmersa en la doctrina Truman de contención del comunismo, que veían en esos despotismos  mayor  incondicionalidad para sus planes anticomunistas.  Cuando Rómulo Betancourt, quien  había sido adalid de la democracia regional, accede al poder, el dictador dominicano Rafael Leonidas Trujillo, su  acérrimo enemigo,  promueve un atentado que no logró el propósito de acabar con su vida. Es una muestra de esa cuantiosa transición.

Pero los ataques a la incipiente democracia venezolana no solo provenían de las  tradicionales dictaduras. La repercusión que tuvo la Revolución cubana en el país,  con unos movimientos insurreccionales sustentados desde La Habana,  reforzaba la óptica anticomunista de Estados Unidos que con el surgimiento del socialismo cubano se topó con la presencia real del tan  temido fantasma comunista. De manera que ni los gobiernos de  Betancourt, ni el  de su sucesor Leoni lograron apartarse de la óptica Este-Oeste en su  política exterior, ni tampoco de la defensiva Doctrina Betancourt.

Cuando después de esos primeros años se logró estabilizar  la democracia,  se le fue otorgando mayor peso e importancia a los distintos organismos de integración regional con una óptica pluralista, que permitiera incorporar a todos los países independientemente de su orientación política. La misma óptica privó en los mecanismos de cooperación apoyados especialmente en los recursos provenientes del petróleo.

Sin renunciar a su ubicación occidental, la visión  Este-Oeste  fue dejada de lado para darle prioridad a la visión Norte-Sur, o  dicho de otra manera, países ricos vs. países pobres, a través de distintos organizaciones como el Movimiento de Países No Alineados y foros como el diálogo Norte-Sur en los años setenta, en el cual Venezuela tuvo un papel protagónico.

Con la llegada de Chávez al poder esta tendencia se revirtió para  dar paso a una política exterior antiimperialista confrontacional, alejada de los aliados naturales. Las alianzas se tejieron entonces con una óptica ideológica, que en el continente tenía especialmente a Cuba como su faro orientador, a Nicaragua, y  alternativamente, sujeto a los resultados electorales de esos países,  Brasil, Bolivia, Argentina, Ecuador… Esa misma visión llevó al gobierno de Chávez a retirarse del pacto andino, a crear un organismo inútil como el ALBA y a empeñarse en ingresar en condiciones desventajosas en Mercosur

Se priorizaron alianzas extracontinentales cuyo único propósito era el   antiimperialismo norteamericano. y se pactó con los peores tiranos del globo  como es el caso de  Irán,  Siria, Libia, Bielorrusia, Zimbabue, así como Rusia y China, países que hoy sirven de sostén a Maduro. El vínculo con estos regímenes, no es más que la solidaridad del autoritarismo y el terror. No se encuentra por ninguna parte en la política exterior del gobierno de Chávez ni de Maduro ningún rasgo de interés en instituciones que aboguen por una solución a las desigualdades del planeta cada vez mayores, reconocido por la misma Kristalina Georgieva, directora gerente del FMI, quien afirmó que la pandemia ha ampliado la brecha entre las naciones ricas y las pobres. Estamos cada vez más huérfanos para abogar por el bienestar de los países del sur.

 


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