La bendición y oprobio de Venezuela han sido, desde su propia aparición en los anales históricos, sus dones materiales. No existía todavía el nombre cuando ya Colón el almirante hacía operaciones con las perlas de Cubagua. Y no está demás pasearse un poco por los orígenes de nuestra denominación. Tiempo después de su tercer viaje es cuando uno de sus acompañantes, Américo Vespucio, menciona en una carta a Piero de Médici, que al ver las viviendas de los indígenas añú, erigidas sobre pilotes de madera sobre el agua, recordó a Venecia —Venezia, en italiano—; y gracias a ello Ojeda llamó la zona Venezziola —Pequeña Venecia— o Venezuela,  a la región y al golfo donde avistaron dichas casas.

Como bien sabemos, cada vez que se juntan tres aparecen diez versiones de lo mismo, y el cronista sevillano Juan de Castellanos en Elegías de varones ilustres de Indias, entre los 113.609 versos endecasílabos le dedicó los siguientes tres al tema: “Y Venezuela de Venecia viene / Que tal nombre le dio por excelencia / El alemán, diciendo le conviene”. Al alemán que hizo referencia fue a Ambrosio Alfinger. Debo asentar que el también sevillano Martín Fernández de Enciso, en su libro Suma de Geografía que trata de todas las partes y provincias del mundo,…, deja escrito: “Desdel cabo de Sant Romá al cabo de Coquibacoa ay tres isleos en triángulo. Entre estos dos cabos se hace un golfo de mar en figura quadrada. E al cabo de Coquibacoa entra desde est golfo otro golfo pequeño en la tierra cuatro leguas. E al cabo del a cerca dela esta una peña grande que es llana encima della. Y encima de ella está un lugar d’casas de indios que se llama Veneçiuela. Esta en X grados.” Otro cronista, el cura carmelita Antonio Vázquez de Espinosa, en Compendio y descripción de las Indias Occidentales, fechado en 1629, hace saber que: “Venezuela en la lengua natural de aquella tierra quiere decir Agua Grande, por la gran laguna de Maracaibo que tiene en su distrito, como quien dice, la Provincia de la grande laguna…”.

En fin, todo este espacio del que tantas loas se han escrito fue bendecido por incontables bienes y riquezas. Ya nombré las perlas, cuya producción en las explotaciones venezolanas llegó a producir a la corona española, por concepto del llamado quinto real, hasta 100.000 ducados. Para que tengan una idea de lo que significaba esa cifra vale la pena dejar dicho que eran tiempos en que un médico  ganaba  al año 300  ducados, un buey se podía comprar por alrededor de 15 ducados, una ternera por 5 y un puerco por 4. La abundancia perlífera fue una rebatiña total, de la que las zonas productoras, como siempre ha ocurrido fueron las menos beneficiadas. La locura alrededor de su explotación llegó al punto que en 1588, el obispo de Santa Marta, fray Sebastián de Ocando, tenía en su haber varias canoas perleras y sugería a los explotadores de perlas, que se negaran a pagar el impuesto del ya citado quinto real.  Por supuesto que sacaron y sacaron y sacaron hasta que acabaron con ellas.

Una vez agotada la bonanza nacarada, la codicia se enrumbó hacia el cacao. Todo pareciera reeditar la canción Por la vuelta, escrita por el argentino Enrique Cadícamo en 1938, y que luego popularizara Felipe Pirela, en especial aquella estrofa que entona: “La historia vuelve a repetirse…”. Las semillas del Theobroma cacao L. llegaron a tales niveles de producción que solo por el puerto de La Guaira se exportaron en el siglo XVII 48 millones de libras castellanas. En el siglo XVIII el salto fue a 503 millones. Estas cifras no incluyen toda la producción que salía de contrabando. Y la canción siguió hasta que llegó papá petróleo. Ahí fue cuando, como decía mi abuela: ¡Se acabó lo que se daba!

El llamado oro negro destruyó un país agrícola e hizo aparecer uno de oropel y facilismo a todo meter. Todos nos declaramos súbditos de un país inmensamente rico, donde la gasolina se regalaba, los créditos se condonaban cada vez que había un alza de los precios del hidrocarburo, y así va la lista que llega hasta el horizonte más remoto, ¡y regresa! No aprendimos a darle el valor a nada, crecimos a la sombra de una irresponsabilidad pantagruélica. Y al amparo de tal munificencia apareció una dirigencia irresponsable y “Viva la Pepa” que solo ha peleado enconadamente por administrar los fondos del estado venezolano. Hemos sido, y seguimos en ello, conducidos por una pléyade de “próceres” que se han empeñado en convertirnos en mendigos y lambiscones, ninguno nos habló jamás de la necesidad de construir las bases que merecemos.

Sería injusto no hacer notar que pese a ello el venezolano común y corriente, el ciudadano de a pie, el gerente sin padrinos, el emprendedor que ha soñado nuevos productos, todos ellos, han asumido sus propios riesgos a carta cabal y han hecho que, pese a esa dirigencia malamañosa, el país siga, al menos, funcionando. La dirigencia es la única e indivisa responsable de estos infiernos en que está sumido el país, su irresponsabilidad es de magnitud épica, y ni siquiera por salvar las apariencias que llaman son capaces de anunciar alguna contrición. Es que ni a simularla llegan. El descaro de esa casta llega al punto de tratar de achacarle a la ciudadanía las responsabilidades por su escasa participación. ¡Asnos irredentos! ¿Quién ha auspiciado el desaliento y matado el espíritu participativo de todo el país? Los estudiantes, las amas de casa, los abuelos, las matronas, los obreros, los empleados, los propietarios, todo el mundo se ha jugado la vida en su momento, para que luego ustedes se entreguen de piernas abiertas a los verdugos rojos. ¿Acaso no entregaron a los trabajadores petroleros en el año 2003? ¿El Paro Cívico Nacional de esa época no lo convirtieron después en el paro petrolero y dejaron íngrimos y solos a los obreros, técnicos y gerentes de Pdvsa?

Y la historia sigue repitiéndose. Lo impensable pasó: los cernícalos rojos acabaron con la industria petrolera.  La que fuera nuestra gallina de los huevos de oro, duélale a quien le duela, no existe, la acabaron, solo una inversión de dimensión estratosférica puede hacer que, tal vez, se reactive. Ahora los ojos codiciosos de la dirigencia que todo lo acaba miran con aires de emboscada hacia Citgo. ¿Qué pretenden sacar de ahí? La que fuera una gota en el mar de nuestros ingresos por conceptos de hidrocarburos hoy está contra la pared. Los números que circulan por algunos escenarios hablan de unos beneficios de 850 millones de dólares en 2018, que cayeron a 250 millones en 2019, números que deben haber entrado en barrena para este año de la peste china.

Le advierto a los depredadores que andan por ahí frotándose las manos con el raspado de olla que pueden hacer en la citada empresa, que hay tres piedras en su camino: los procesos que en Estados Unidos hay contra nuestro país, y que tienen en la mira a la empresa asentada en Houston. Primero está la  minera canadiense Crystallex, a quien  en 2009 expulsaron de la mina Las Cristinas, municipio Sifontes, del estado Bolívar. En febrero de 2011, ellos introdujeron ante el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones –Ciadi–, una solicitud de arbitraje contra Venezuela por 3.800 millones de dólares. El 6 de agosto de 2018 el juez federal Leonard P. Stark, de la Corte de Delaware, autorizó la incautación de Citgo Petroleum Corporation, para cumplir con pagos pendientes a Cristallex International Corporation, por derechos mineros perdidos en territorio venezolano. 20 días después el juez federal dictaminó que se vendan en subasta las acciones de la empresa matriz de Citgo Petroleum Corp. en Estados Unidos, a menos que Venezuela emita un bono en compensación. En el ínterin se establecieron acuerdos entre el gobierno y la empresa canadiense, los cuales no han sido cumplidos por el gobierno nacional, así que esa espada de Damocles está allí dispuesta a caer.

El segundo peñasco tiene que ver con el tribunal del ya citado Ciadi, que falló a favor de la petrolera Conoco-Phillips en su demanda contra Pdvsa. El 8 de marzo de 2019 se dio a conocer la decisión que obliga a la petrolera nacional a pagar 8.754 millones de dólares. La tercera traba que van a encontrar es la querella judicial de los poseedores de Bonos 2020 emitidos en octubre de 2016 por Pdvsa, por 1,68 mil millones de dólares. Este último obstáculo está por los momentos en pausa gracias a las acciones ordenadas por el presidente Trump al Departamento del Tesoro, que prohíbe a los tenedores del bono Pdvsa 2020 ejecutar la garantía que les otorga la mayoría accionarial, y de este modo proteger provisionalmente a Citgo.

Creo que muy pocas personas honestas quisieran estar en los zapatos de, otro hombre probo a cabalidad, Carlos Jordá, actual cabeza de Citgo. La que fuera otra de las joyas de la corona financiera venezolana está con el fin a la vuelta de la esquina. Todo por obra y gracia de una dirigencia que solo se ha ocupado de sus cuotas, de una casta que poco ha construido y mucho ha destruido. Solo nos queda confiar en nuestra habitual capacidad de renacer de las cenizas, para volver a volar de entre estas ruinas y escombros.

© Alfredo Cedeño

http://textosyfotos.blogspot.com/

[email protected]

 

 


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!