Foto El Impulso

Nadie puede sustraerse de la magnitud que posee la influencia de la Iglesia Católica en los venezolanos. El régimen de Nicolás Maduro ha recibido este inicio del año 2023 duros portazos sonoros en boca de muy altos representantes de la Iglesia. Según un último pronunciamiento, con la venia del papa Francisco. Finalmente.

Al parecer, al menos públicamente, todo comienza con la homilía de monseñor Víctor Hugo Basabe en Barquisimeto, en ocasión de la procesión de la Divina Pastora, el 14 de enero, como corresponde. Monseñor, por sus palabras, resultó censurado en algunos medios oficiales directamente, en plena emisión de su discurso, también a posteriori, por aquellos que sufren la censura y temen las temibles represalias. Claro, Basabe refirió las familias rotas por la migración forzada, la Venezuela herida, maltratada, traicionada, saqueada; también el engaño contenido en la burbuja de falsedad económica que pretenden ocultarle al mundo quienes están en el poder. Defendió los reclamos de educadores, personal de salud, profesionales, técnicos y obreros, por el trato digno que merecen por su trabajo. Habló de un lugar donde los jóvenes consigan realizar sus sueños. O sea, le cantó las cuatro al régimen del terror que ahora lo tiene expuesto al escarnio público. Cosa que debemos contrarrestar desde toda perspectiva política opositora.

Luego, la Conferencia Episcopal Venezolana en rueda de prensa rechazó la crisis política, social y económica que padece a profundidad nuestro país, y que «pone en entredicho el modelo de gestión que por más de veinte años ha guiado los destinos de la nación». Llama a la acción. Además, pide nuevamente la libertad de los presos políticos, así como elecciones libres y verificables. Todo esto cuando resulta designado el cardenal Baltazar Porras como arzobispo de Caracas. Toda una ebullición eclesiástica que se manifiesta contra el régimen abiertamente, hasta sorprendentemente, cuando maestros, profesores, personal de salud, jubilados, pensionados, empleados públicos, estamos en la calle en reclamo de reivindicaciones laborales, de dignidad, de vida.

A monseñor Basabe lo han declarado persona no grata. Esto por la Cámara Municipal de Iribarren. Desde luego, cundió la preocupación por una posible detención al estilo nicaragüense, pero eso no había ocurrido, aclaró el propio sacerdote. Por otra parte, existen pronunciamientos desde el partido en el poder contra las palabras eclesiásticas, mandan a quitar sotanas y fundar partidos. Una defensa tibia ante las hondas palabras sacerdotales y su trascendencia en la colectividad.

No deja de ser llamativo este proceso. Debemos estar con los prelados de la Iglesia Católica. Incorporados a la lucha por la defensa de los derechos humanos, laborales y políticos de los venezolanos, como les corresponde, por cierto. Nunca es tarde para, en el caso del Papa, halar la brasa para el lugar donde se clama por libertades, dejando los pensamientos rojos en función de la defensa de quienes se ven atropellados hasta en la vida misma, diariamente, con torturas físicas y psicológicas, como es el hambre. La ONU acaba de señalar una cifra horrenda: 6,5 millones de venezolanos pasan hambre. Esto se suma a los más de 7 millones que han huido del desastre económico y político, social, de este criminal, corrupto, socialismo del siglo XXI.

Existe larga tradición en Venezuela por las intervenciones de la Iglesia Católica en función de los derechos humanos y laborales de la ciudadanía. La pastoral de monseñor Rafael Arias Blanco resuena todos los 23 de enero, a pesar de que se efectuó su emisión el Primero de Mayo de 1957, como todos los días que se piensa en libertad en nuestro país: «La Iglesia tiene el derecho y el deber de intervenir en los problemas», «…una inmensa masa de nuestro pueblo está viviendo en condiciones que no se pueden calificar de humanas».

Celebremos y defendamos la posición de la Iglesia Católica en Venezuela, ante la cruda realidad del trabajo, de la educación, de la salud, de la libertad y la vida de los venezolanos. La unidad clama por solidificar los esfuerzos de trabajadores, jubilados y pensionados conjuntamente con los partidos políticos y la Iglesia. Ahondemos los justos reclamos, sigamos en la calle, unidos, sigamos en el uso activo de la palabra. El propósito unificador es el mismo: librar de la peste que azota al país cuanto antes y al menor costo humano posible. Es el sendero para la mayor presión interna, conjuntada con la exterior para conseguir el objetivo deseado.


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