Dejando en paz a Simón Bolívar siempre a caballo, batallando, dictando proclamas o inventando a Bolivia, pero agobiado por la ridícula  iglesia en que lo han encarcelado los más connotados espíritus conservadores y sin desconocer a venezolanos de probada rectitud y vidas dedicadas a engrandecer al país venezolano, tengo para mí los nombres de Antonio Guzmán Blanco (1829-1898), Juan Vicente Gómez (1857-1935) y Rómulo Betancourt (1908-1981) como los mas destacados políticos de nuestra historia más cercana, a pesar de no ser ellos santos de mi parroquia. Ocuparon, sin embargo, importante lugar en la vida venezolana. Uno, afrancesado, se autoelogiaba haciéndose llamar el ilustre Americano: abogado, militar, astuto estadista de suma habilidad, no solo manejó el país a lo largo de tres mandatos entre 1870 y 1888; sino que, ávido, disfrutó de una colosal fortuna mientras nos zarandeaba desde París y soltó las riendas para reposar finalmente con grandes honores en el Panteón Nacional. El otro, el taimado y perverso hacendado tachirense que al traicionar a su compadre Cipriano en 1908 (el año en que nacía en Guatire Rómulo Betancourt) se apoderó del país durante 27 años y se complaciò asumiéndolo como si fuera una hacienda suya y al morir, había amasado 115 millones de bolívares, una fortuna escandalosamente descomunal para su tiempo y perfectamente innecesaria porque nunca se le vio echarse un trago ni comer otra cosa que el arroz, la carne esmechada y las tajadas de plátano que le cocinaba una de sus hermanas. Se dice que en materia de instrucción pública el saldo de su gobierno fue precario y la Universidad Central estuvo clausurada desde 1912 hasta 1922. El país, en los años que lo vieron envejecer en Maracay, era un país primitivo (en mi atrevida opinión, ¡lo sigue siendo!), pero el déspota andino lo hundió aún más en la ignominia al punto de que Mariano Picón Salas dijo, y algunos historiadores afirman que se trata solo de una frase desafortunada, que el siglo XX venezolano comienza en 1935, año de la muerte del dictador llamado popular y despectivamente el Bagre por los bigotes.

Rómulo Betancourt tampoco fue santo de mi parroquia porque cuando le tocó ser mandatario yo era un tonto romántico enamorado ilusoriamente de las revoluciones; pero era ocasional compañero de viaje del Partido Comunista y apreciaba a distancia a las guerrillas que después supe que se activaban desde La Habana. Admiraba la Revolución cubana que hechizó al mundo porque no sabía que iba a convertirse en un espanto.

Betancourt no era hombre de físico grato, su voz se destemplaba aún más en sus discursos inflamados de una retórica que aturdía y no despertaba en mí afectos o deseos de abrazarme con él, pero era político sagaz y veía lejos. Entregó su vida a la defensa sin límites de la democracia. Lo adversé políticamente; pero hoy, sintiendo que la Muerte me cerca y acecha, entiendo y acepto que quien tenía razón era él y no yo. Que el Techo de la Ballena, el estupendo movimiento estético de rebeldía e irreverencia que sacudió la apacible floresta venezolana en los años sesenta, era el brazo cultural de las guerrillas de inspiración cubana: un arroz con pollo pero sin pollo, como las calificó el propio Betancourt. Fracasaron porque iban contra un gobierno democrático elegido en elecciones limpias, universales y secretas, y al fracasar se convirtieron en una tardía y autodestructiva bohemia llamada República del Este.

Pintadas con rabia, las letras RR aparecían en muros y paredes gritando Rómulo Renuncia, pero el demócrata tenaz respondía que no renunciaba ni lo renunciaban.

Carlos Oteyza es el realizador de un largometraje documental titulado, justa y acertadamente, Rómulo Resiste (1959-1964). La palabra Renuncia está tachada. de tal manera que la doble R debe leerse como una exhortación para que en lugar de renunciar la democracia se obligue a sí misma a resistir. Y las siglas FRLN  (Frente Revolucionario de Liberación Nacional) que aparecían con alarmante frecuencia motivaron a Salvador Garmendia para que me dijera mirando aquellas pintas: «¡Si esta vaina triunfa, a los primeros que van a fusilar es a nosotros dos porque somos intelectuales!».

Tres años le costó a Oteyza realizar el documental que se suma a la intensa y admirable actividad que ha sostenido al frente de los Archivos de Bolívar Films. No olvidemos que es el realizador de numerosos documentales sobre personajes y hechos históricos de la vida venezolana y recientemente de importantes películas como Tiempos de dictadura y CAP 2 Intentos.

RR es un largometraje que apasiona desde sus inicios porque ofrece imágenes nunca vistas de una época política particularmente difícil que Betancourt enfrentó: rebeliones militares como el Porteñazo y movimientos guerrilleros de fuerte acento marxista que buscaban disolver por vía violenta el espíritu democrático y el fortalecimiento de la vida sindical y educativa auspiciado por Betancourt. Además, el documental se apoya en entrevistas a protagonistas de aquellos años y en testimonios veraces de economistas e historiadores. Si hay algo que recuerdo con absoluta claridad es que en aquellos tiempos se decía que AD, más que un partido, era un sentimiento popular, una manera de ser venezolano o de comportarse como tal.

Oteyza es también historiador y sabe que hoy un historiador de la política no se sitúa necesariamente en el pasado para observar y analizar el presente, sino que se instala en la hora actual. Lo hace en RR utilizando la animación para contar momentos de su infancia y de su propia familia y al hacerlo, un aire de inocencia corre a lo largo del filme atenuando en algo la dureza de la historia política que Rómulo Betancourt tuvo que enfrentar y vencer.

Sé que mi opinión vale poco, pero creo oportuna la aparición de RR porque las nuevas generaciones tendrán ocasión de conocer física y políticamente no solo a un destacado estadista defensor apasionado de la democracia, sino algunos de los graves y desencadenantes acontecimientos de aquellos años: una revolución que se alimentó a sí misma en una Sierra Maestra, insurrecciones militares, atentado con explosivo, divisiones partidistas y unas guerrillas que tuvo que enfrentar y vencer sin atolondramientos ni vacilaciones.


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