Su genio creador se hizo llanura infinita. En el sendero que acarició la huella imborrable del horizonte quejumbroso, un caraqueño encontró su corazón. En los rutilantes espacios de la herrumbre, su mayor inspiración para hacerse de un nombre en el universo de la palabra. La sabana estaba allí, dibujada en la sudorosa frente del veguero, bañada por ríos que cruzaban los senderos encendidos del ecosistema. Las historias son cantos que aparecen entre los acordes del misterio, son los cuentos de muertos, espectros en boca de arrieros hambrientos de realidades, sembrados de fábulas que contaron las canas del pueblo. Es la epopeya que asusta, se somete la valentía al dictamen de una lámpara de kerosén. Las faenas al tropel de los caballos, cuchillo al cinto, mientras el llano se impregna de la majestuosa belleza de un paraíso; inmortalizado en los párrafos de un caraqueño transformado en la misma tierra.

Un llanero nacido en Caracas

El maestro Rómulo Gallegos nació en Caracas el 2 de agosto de 1884. Desde muy joven sintió inclinación por la literatura. Se esforzaba por leer todo lo disponible para la época. Los clásicos europeos fueron de su predilección, sin embargo comenzó a soñar con escribir historias que hablasen de la Venezuela sometida por el látigo feroz de la injusticia. La palúdica patria extraviada entre tantos sinsabores, que dejó las revueltas por el poder, lo hicieron replantearse el camino que escogería para definir al espíritu del narrador, sus primeros trabajos los publicó en el semanario El Arcoíris. Eran ensayos que llegaron en un justo momento. Cuando el 31 de enero de 1909 aparece el primer número de la revista La Alborada, de la cual es uno de los redactores, publica el artículo «Hombres y principios», siendo en esta publicación donde Gallegos escribió algunos de sus trabajos más conocidos. En 1920 aparece Reinaldo Solar, quien nos habla de la estampida de los venezolanos en la búsqueda de un destino mejor. En algún ensordecedor instante de erudición comprendió que tenía que viajar hasta la raíz de la esencia nacional. Un buen día dejó la capital para instalarse en el llano. Ya no son los ambientes universitarios, es el llano inmenso que escribe en su pizarrón. La tierra como artesano que crea figuras que chocan con el piedemonte andino, que rebosa las aguas para sembrarse en el destino. Los misterios desnudos hasta el alba de unas palabras; en vuelos de remolinos que nos visten de su alma. En aquellos matorrales fue consiguiendo sus personajes. La bravura inextinguible de un mundo sin igual; lo hizo imaginarse el péndulo en dónde una nación se debatía entre la civilidad y la barbarie.

El embrujo

Doña Bárbara se le apareció en la fortaleza de una mujer llanera acostumbrada a duras labores, que en otros lares serían tareas exclusivamente varoniles. Así cada uno de los personajes de su trama son seres que encontró en los senderos, la superstición. Es la convocatoria de los fantasmas que enfrentan al recio llanero que canta para ahogar sus fantasías. La vida y la muerte en cada trance del propósito del hombre llanero. Mandinga suena las maracas desde la espesura, mientras Florentino desafía desde su verdad. Se arrima hasta el patio para el contrapunteo, la vieja reyerta es una herida que no se cierra mientras exista la superstición. Retumban las voces, el llano se viste de sangre, los hechizos remontan cada cauce hasta beber de sus entrañas, Rómulo Gallegos se hizo eterno acá.

Maestro

Rómulo Gallegos se transformó en nuestro mayor exponente literario. Dibujó una nación que no pudo materializar como conductor político.  La traición le jugó una mala pasada cuando fue derrocado como presidente de la república el 24 de noviembre de 1948. La miseria de la ambición se apersonó en Miraflores, como un personaje real, ya no era la inspiración producto de cuentos de arrieros. Era los malos hijos engulléndose a la libertad. La Venezuela desvalida que inspiró su trascendente leyenda estaba en vilo, pero el escritor fecundo jamás sería depuesto. En 1958 su obra literaria, que incluía más de diez novelas, decenas de cuentos, ensayos, obras teatrales y guiones cinematográficos, le hicieron merecedor del Premio Nacional de Literatura en 1958 y la acreditación como Individuo de Número de la Academia Nacional de la Lengua. El mayor homenaje que recibió fue la creación del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos en 1965. Rómulo Gallegos forjó un estandarte para la literatura nacional, tras 84 años muere el 5 de abril de 1969.

                            


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