Romain Nadal acompañado de niños de una escuela de Caracas

Algunas veces las despedidas nos dejan alegrías, otras son tristes, pero pocas veces ambas dejan sentimientos encontrados que nos mueven entre lo emocional y psicológico de una manera muy implícita, porque quien se despide lo hace después de habernos dejado un espacio prácticamente insustituible como diplomático, académico, filántropo y amigo.

Y para que una persona pueda tener una articulación de todas esas características en funciones que tienden a ser muy conservadoras y exigentes en el plano de reglas internas y externas, es decir, sobre la base del derecho internacional, y las normas jurídicas de cada país, máxime cuando la mayoría del tiempo debe estar fuera de sus reducidos espacios de entidad política super omnia, asignan cualidades excepcionales desde el ejercicio profesional, y sobre todo en sus condiciones existenciales desde una perspectiva biopolítica.

Ante ello, que Venezuela haya tenido por parte de Francia, la nación que es considerada la máxima Universal de los Derechos Humanos, un embajador de las cualidades éticas y morales como Romain Nadal no puede ser ignorado, y menos después de haber compartido tiempos tan complejos en nuestro país, no solo en lo político, económico y social, sino también en lo que habría sido la extensa pandemia del covid-19.

Tuvimos un embajador de Francia en Venezuela que desde el momento de su llegada dio un vuelco a las relaciones internacionales entre la nación gala y la patria del Libertador, haciendo de cada evento una auténtica vinculación de dos nacionales donde se traspusieron lo común y excesiva barrera burocrática, para convertirnos en naciones hermanas por lo que realmente nos une: las relaciones humanas.

Así, además de mantener en equilibrio y sindéresis las relaciones diplomáticas con el gobierno venezolano, fue un servidor público para la colonia francesa radicada en Venezuela, y quienes desde su país visitaban nuestro territorio, lo que permitió que los canales de comunicación y reciprocidad, jamás se vieran obstaculizados o perturbados, ni siquiera en los momentos de mínimos desencuentros por razones que en determinados momentos pudieron superar sus propias decisiones.

Romain Nadal fue un embajador que con sus excelentes relaciones interpersonales permitió dejar más que una huella, una permanente secuencia de acciones de encuentros en nuestras universidades como la Universidad Central de Venezuela o la Universidad Católica Andrés Bello, y otras similares, donde sus visitas como ponente, orador o participante eran un oxigonio de privilegio académico y de enorme aprendizaje para quienes tenían la oportunidad de escuchar sus reflexiones y conocimientos, extensivos también para las organizaciones económicas y productivas nacionales, que incluso mantuvo con alto dinamismo de posibilidades de inversión internacional para nuestro país sin descanso.

En tal sentido, ver el cómo un embajador con la riqueza histórica, patrimonial y cultural de Francia, sin obviar el cómo semejante nación se destaca en lo educativo, científico, tecnológico y deportivo – especialmente en el fútbol y con el consagrado y actualmente en desarrollo Tour de France- visitaba comunidades en Petare, mientras compartía con los niños de sus escuelas, maestras y familias, contenido geouniversal como acciones sociales, al lado de figuras de renombre olímpico para Venezuela como el ciclista Daniel Dhers, tanto en aniversarios comunitarios, como en invitaciones que se hacían comunes, porque para el embajador lo especial no era su presencia, sino la presencia de nuestra gente.

Por ello, una persona como Romain Nadal, quien no tenemos duda visitó la totalidad de la geografía venezolana, desde Río Caribe en Sucre, hasta lo más profundo de nuestros llanos apureños, o que sobrevolaba el Salto Ángel y prácticamente con lágrimas nos describía sus emociones, ante la magnitud única de contemplar bellezas naturales que solo podían estar en esta Tierra de Gracia, las cuales circundaba con las playas de la isla de Margarita, o del cacao en Barlovento con las bellezas de Río Chico, o que hacía suyo el Ávila en Caracas, hasta cualquier espacio de los Andes o del lago de Maracaibo, eso no era sólo parte de una agenda definida en una oficina diplomática, esos son hechos de alguien que hizo de esta tierra de Bolívar, parte de su existencia en su alma y corazón, máxime al tener que levantar la bandera de Venezuela para festejar triunfos como los de nuestra estrella de atletismo, Yulimar Rojas, y quien estará como figura mundial de nuestra patria en los Juegos Olímpicos de París en 2024.

En vísperas del 14 de Julio, Fiesta Nacional de Francia, no es casualidad que tan magna fecha de la Historia Universal coincida con la muerte del Generalísimo Francisco de Miranda, precursor latinoamericano de las ideas libertarias y cuyo nombre, para unir más a nuestros pueblos, está grabado en el Arco de Triunfo de París.

Embajador: ojalá la vida permita más allá de volver a estrecharnos las manos en cualquier espacio y situación de vida, saber que «si algún día tenemos que naufragar y el tifón rompe las velas, que sean enterrados nuestros cuerpos cerca del mar… en Venezuela». 

Romain Nadal ya no será aquel embajador de Francia en Venezuela que llegó a nuestras tierras en 2017; ahora, adonde vaya, siempre será: embajador de todos los venezolanos… ¡Hoy, millones de connacionales de ambas naciones le decimos ¡Gracias, embajador! ¡Feliz viaje!

@vivassantanaj_


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