Hace una semana mientras paseaba distraído en pleno corazón de España, por la espléndida ciudad de Segovia, aprovechando uno de esos ratos de tenue sol que nos proporciona a finales de noviembre esta ciudad castellana, mis pies acostumbrados al tránsito por la antiquísima urbe me llevaron como otras tantas veces a los pies del impresionante acueducto romano. Debo confesarlo, no importa la cantidad de veces que pase por una construcción romana, siempre me deja perplejo la combinación necesaria de majestuosidad y utilidad de sus obras, el observar el empeño que tenían sus creadores no solo en lograr el objetivo final de la obra sino en demostrar que estaba hecha por el pueblo romano, la mayor potencia de la época me deja perplejo cada vez.

Así, encontrándome paseando a los pies de la monumental construcción perdido entre mis pensamientos mientras esquivaba la cantidad de turistas, que todos los días del año se acercan a contemplar esta maravilla arquitectónica, recordé a mis alumnos de la universidad de hace algunos años en Venezuela, en particular llegó a mi memoria un curso bastante bueno de la Universidad Monteávila, —uno de los últimos que pude dictar previo a mi forzado exilio de Venezuela— a quienes en clase enteraba acerca del hecho palmario de que alguna vez la península ibérica había sido parte integrante del imperio romano denominándose provincia de Hispania. Lo que llamó mi atención en ese caso, al punto de quedarse grabado en mi memoria, había sido la tamaña cara de sorpresa que se había quedado en un buen grupo de mis alumnos cuando observaban en las diapositivas que había preparado para la ocasión, todas las construcciones romanas existentes en la península ibérica, pues suele ocurrirnos muchas veces a los docentes que después de años estudiando una materia la damos tanto por hecho que olvidamos que las más de las veces cuando la presentamos a nuevos estudiantes este es su primer encuentro con la misma.

Recuerdo que ese día de clase aprovechando el profundo interés mostrado por los estudiantes ante la existencia de estas construcciones romanas en España, aproveché para relatarles lo siguiente.

Durante los albores de la edad antigua en la península ibérica habitaban una gran cantidad de pueblos que vivían con gran sentido de autonomía atomizados entre sí, vaceos, vetones, carpetanos, vascones, turdetanos, entre otros tantísimos, conocidos y aún por descubrir, tenían diferentes niveles de avance cultural y científico, pero es un hecho que no solo la mayoría ni siquiera tenía noción del amplio territorio que significaba la península ibérica, y mucho menos la consideraban entera su territorio o su patria, pues su territorio al igual que su patria era aquel que se extendía escasamente por el espacio geográfico que alcanzaba a ocupar precariamente su grupo humano, el cual en ocasiones era poco más que tribus o clanes, y esto era todo cuanto importaba para su vida. Es decir, era claro que estos pueblos no tenían noción alguna de España en esos momentos históricos.

De este modo, durante la edad antigua la península ibérica sufrió diversas invasiones y el establecimiento de distintos asentamientos y colonias de pueblos mediterráneos en su seno, como el caso de helenos y fenicios, pero si alguien superó a todos estos pueblos incluso a los poderosos cartagineses fueron los romanos, quienes precisamente persiguiendo a los púnicos de la mano de Escipión el Africano llegaron a la península ibérica y en un interesantísimo proceso de dos siglos —en el cual incluso Roma pasó de ser república a la etapa de principado de su imperio— fueron asimilando pueblo a pueblo hasta crear la unidad política de la península ibérica creando la provincia de Hispania. A la caída del imperio romano en el siglo V de nuestra era, la otrora provincia romana se terminó constituyendo en el reino visigodo de Toledo, hasta que luego de la batalla de Guadalete en el año 711 de nuestra era, sobrevino la implantación de Al-Andalus que trajo consigo el dominio musulmán, y asimismo inició el proceso de reconquista desde el año 722 de nuestra era, en el norteño sitio de Covadonga con la figura de Don Pelayo hasta la toma de Granada en el año de 1492 por parte de los reyes católicos, Doña Isabel de Castilla y Don Fernando II de Aragón, quienes con su unión matrimonial crearon una unión política que terminaría estableciendo las bases modernas de España.

Es decir, como síntesis de lo narrado quedaba claro que había sido Roma la que había unido el territorio, asimilado a los pueblos bajo una misma entidad político territorial en su rol de imperio generador, y les había traspasado su cultura y axiología —a tal punto que incluso la provincia de Hispania había dado hasta tres emperadores romanos y otros tantos hombres notables— y, era esta unión de civilizaciones y pueblos la base primordial de los españoles de hoy en día.

No obstante lo anterior, era claro que este complejo proceso de asimilación y asentamiento, por supuesto que había traído consigo momentos y hechos históricos complejos en los cuales la humanidad —como suele ocurrir— había demostrado su falibilidad, pero estos a los ojos de la historia no dejaban de ser situaciones aisladas porque es tan grande el tamaño de la obra y existencia en cada aspecto de la vida hispana que Roma dejó, —a tal punto que no miente quien asevera que España fue un invento de Roma—, que hoy en día a ningún malintencionado despistado por melindroso que fuere se le ocurriría la soliviantes de hablar necedades de la etapa romana de la península ibérica, reduciendo siglos de vida en común y desarrollo cultural en hechos históricos considerados negativos, y muchos inventados, colocándoles como colofón frases ridículas como la exigencia de la devolución de un fulano oro, u otro material precioso que los incautos advenedizos considerasen que Roma extrajo durante ese tiempo de los confines de la península ibérica. Todo ello dado que el individuo de poca sesera que se atreviera en la actualidad a proclamar tales necedades sería considerado como mínimo una persona sin sentido del ridículo o cosa parecida.

Recuerdo como si fuera ayer que al terminar de plantearles estas cosas a mis alumnos, sonrisas de complicidad se habían extendido por la mayoría de sus rostros, ya que habían comprendido que mi explicación no se acababa en determinar que Roma no solo no había invadido y saqueado lo que hoy en día es España, sino que la rigurosa verdad histórica era que España alguna vez había sido parte de Roma, al contrario, comprendían que mis palabras iban dirigidas a cimentar la explicación de porqué era ridículo que en nuestros tiempos desde los países hispanoamericanos existieran voces ignorantes solicitando a España la devolución del oro, y cuanta gandulería de derribadores de estatuas produjeran sus distraídos intelectos.

Ahora bien, mis alumnos en ese momento pudieron comprender estas ideas —sabiendo que la comparación de la existencia de ambos imperios generadores, esto es, el romano y el español no constituían un anacronismo sino más bien un recurso para poder ponderar estos dichos—, porque habían visto conmigo ya medio semestre de clases en el cual les había explicado con hechos, datos y no con cuentos, la verdadera dimensión de España en América y desmontado el vil cuento de leyenda negra alusivo a que los países hispanoamericanos habíamos sido colonia de España, cuando la verdad es que habíamos sido parte de España en su momento: América es tan creación de España como España fue creación de Roma.

Pero queridos amigos, aún cuando ardo en deseos de comentarles también cuánto les expliqué a mis estimados muchachos en esas horas académicas, ello excede estas líneas en demasía, que ya se han tornado a mi pesar demasiado largas, así que espero poder contárselos en mi siguiente artículo.

Por lo pronto, me despido como suelo hacer en estas oportunidades en que hablamos de educación con las palabras del gran maestro venezolano Cecilio Acosta: “Enséñese lo que se entienda, enséñese lo que sea útil, enséñese a todos; y eso es todo”.

Espero nuevamente su amable lectura la próxima vez.


César Pérez Guevara es historiador, abogado, profesor universitario de pregrado y posgrado. Locutor y conferencista. Candidato a Doctor en Historia en la UCAB


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