I

Apenas llevaba dos años en El Nacional cuando me tocó la tarea de editar las columnas de Roland Carreño. Para entonces ya era famoso, pero pude conocer de primera mano la razón; una pluma limpia, irónica, hábil para describir, talentosa para contar.

Eso es lo que se espera de un cronista. Lo enseñaba en la Universidad Santa María. Aunque a muchos les parezca extraño, la crónica es un género periodístico que, sin ser de opinión, se le acerca bastante porque debe transmitir la visión del periodista que la escribe. Por esta razón se aceptan ciertos juicios de valor que en otros géneros son inadmisibles.

Y cuando daba esa clase de crónicas, ponía como ejemplo algunas de Roland Carreño, que era, para mí, el mejor cronista de sociales para esa época.

II

Podrán imaginar entonces que editar a Roland era un paseo, y sin embargo, siempre me preguntaba si todo estaba bien. Cualquier buen periodista sabe que errar es de humanos y que no somos perfectos.

Esas crónicas de sociales eran especiales. Eran los años en los que comenzaba a formarse la burguesía rojita. Estaba comenzando el régimen y ellos, con las agallas abiertas, comenzaban a mostrar el dinero que les caía en los bolsillos. Como nuevos ricos al fin.

Roland era invitado de honor porque aparecer en una de sus columnas era signo de estatus. Él ya llevaba tiempo en eso y se codeaba con la alta sociedad. Los rojitos en ese entonces creyeron que podían así escalar posiciones. Se cayeron de una mata de coco, como diría mi madre.

Roland jamás ha pretendido ser lo que no es, pero de que sabe, sabe. Y eso, decía mi maestro Simón Alberto Consalvi, es lo único que hace falta para darse cuenta de lo que otro ignora. Perdonen el trabalenguas, pero lo que quiero decir es que lo que pensaron los rojitos que significaría para ellos aparecer en una crónica de Carreño fue todo lo contrario.

Sistemáticamente, fiesta tras fiesta, fue señalando la verdadera ralea de los que en ese momento pretendían la alta sociedad. Con palabras afiladas pero sin perder la compostura, los retrataba perfectamente. Tardaron en darse cuenta, pero al final pidieron su cabeza.

III

Pero Roland, como todo ser humano, además de periodista es otras muchas cosas. Primero que todo, eterno enamorado de Venezuela. Ha recorrido el país varias veces y en todas partes consigue belleza. Para eso sus redes sociales, como el Instagram, en el que abundan fotos de calles, plazas, iglesias, casas y gente. Las descripciones siguen siendo crónicas sabrosas, cuentos bien contados.

Hombre de familia, como muchos se habrán dado cuenta por los testimonios de su madre y sus hijos en estos días oscuros. Nunca ha tenido miedo de abrir su corazón a los más necesitados y ha respondido con creces a quien le ha pedido ayuda.

Debo dar gracias a Dios de que un periodista de esta talla, un ser humano así haya sido el primer jefe que tuvo mi hija en su vida profesional. Pero que nadie se engañe, Roland es tan fuerte de carácter como claro en sus ideas, y siempre ha tenido entre ceja y ceja que este país no se merece tanta maldad del régimen.

Ese es el Roland que yo conozco. ¿Querer que Venezuela recupere la democracia y la libertad es malo? Ahora que lo acusan de “conspirar contra la paz” lo que me da es risa. Vuelvo a pensar en eso que dicen los psiquiatras, los personeros del régimen proyectan en él su propio deseo de que este país no consiga sino la paz de los sepulcros.

No me sorprende que lo hayan emboscado cobardemente, (aquí sí está bien usado el adjetivo, esta aclaratoria para algunos que se dicen periodistas y hacen títulos que reniegan de la profesión), porque así actúan ellos. Me sorprende es que no hayan aprendido que personas tan determinadas como Roland, como todos los presos políticos, no van a dejar de luchar para liberar a Venezuela.

@anammatute


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