Alex Saab y su hijo mayor, Shadi Nain | Foto Semana.com (getty images e imdb)

El pasado martes, la presidenta de la organización Senosalud, Ludmila Calvo, dio a conocer que “la incidencia mundial por cáncer de mama ha aumentado, pero que en el caso de Venezuela el aumento ha sido de manera exponencial”. Confieso que me conmovió leer esos datos, que además revelan que “al menos 9 mujeres fallecen a diario en el país que se jacta en proclamar que tiene una de las riquezas mineras más grandes del planeta”. En simultáneo, con esa preocupante información, se cruzaron varios reportes relacionados con la extradición de personajes oscuros a los que se les atribuye poseer cuantiosas riquezas mal habidas, como es el caso del ahora preso y juzgado en instancias judiciales de Estados Unidos, Alex Saab, a cuyo hijo se le detectó en una entidad bancaria de Suiza una cuenta que supera los 700 millones de dólares, información publicada en el medio El Colombiano, en cuyas páginas se asegura que “al descendiente de Saab lo está investigando el Departamento del Tesoro estadounidense”.

Lo que más indigna es saber que miles de millones de dólares de factura venezolana terminen depositados en los paraísos fiscales que usan los delincuentes que han estafado a Venezuela en complicidad con unos gobernantes que se han dedicado a saquear al país, mientras mujeres venezolanas fallecen por carecer de servicios de quimioterapia para ganarle la batalla al cáncer de mama.

Las denuncias no paran y así se va uno enterando de que la comida que compraban con esos dólares no solo era de mala calidad y que en muchos casos estaba a punto de perecer, sino que las transacciones implicaban arreglos con sobreprecios, sobrefacturaciones o simplemente compras ficticias. ¿Puede alguien que se aproveche de la crisis de un pueblo para sacar ganancias a costa de su hambruna tener perdón de Dios?

Lo doloroso es que por un lado van retumbando esas noticias que dan cuenta de lo que se robaron en Cadivi, de lo que estafaron en el Fondo Chino, o en los bancos que utilizaban como puentes para llevárselo todo, y por otra parte vamos viendo cómo mueren venezolanos por efectos de la  fiebre amarilla y por la inclemencia del COVID-19, a la vez que seguimos viendo por las redes sociales los partos callejeros de madres venezolanas que no pueden ser atendidas en un centro materno digno de una mujer.


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