La situación (pos)covid-19 que generó en el mundo millones de complicaciones biológicas en contagios y restricciones, se pudo detener con la creación de vacunas y, por ende, acoplar el sentido psicológico de volver a tener las relaciones humanas sin el miedo de enfermarse y verse en una condición comprometedora de vida.

Ahora bien, si algo ha dejado la pandemia como signo inequívoco de nuestras desgracias, y no precisamente biológicas, ha sido la multiplicación de problemas sociales en las regiones más pobres del planeta, siendo una de ellas América Latina, donde emergen las crisis económicas que atraviesan la Venezuela petrolera y la agrícola Argentina, aunadas con las complejidades que se mantienen con los grupos guerrilleros o paramilitares en Colombia, mientras Nicaragua y Cuba se siguen soterrando con violaciones de derechos humanos y pulverización política de grupos de oposición, así como otros refrendan la política de liquidación de bandas criminales en El Salvador, o ver en Honduras que grupos políticos cuestionan el desarrollo de las Zonas Económicas de Desarrollo Especial (ZEDE) que han frenado la constante emigración de esa nación, con un Haití en el Caribe que no encuentra sentido de vida, o ver que México intenta descifrar la matanza de Ayotzinapa como “crimen de Estado”, y en sucedáneo Brasil probablemente girará a la izquierda desde la ultraderecha, y Chile se presta a definir en un referendo la continuidad (neo)constitucional, y en el centro una Panamá que también se levanta en reclamo por sus condiciones de vida.

Todas esas realidades, unas graves, y otras más imprecisas accionadas por mezquinas ideologías, lo cierto es que América Latina no encuentra un camino unificado para el desarrollo económico y social de sus pueblos. Los desequilibrios geopolíticos dentro de lo que debería ser el continente más equilibrado por sus características geográficas, y por sus orígenes históricos, lingüísticos, culturales y étnicos, pareciera que cada nación solo está asumiendo por separado sus mecanismos de sobrevivencia más como “Estados” que  como entidades integrales (multi)nacionales; lo cual revela que las fallas y cuestionamientos políticos no solo se disgregan en las formas de pensar entre quienes controlan el poder, sino que tampoco existe una concepción ideológica, económica, social y educativa que vincule una sindéresis, y menos un pensamiento académico que también pareciera estancado en las unidades curriculares de extemporáneos y fracasados objetivos de sus investigaciones en tiempos de una indetenible tecnología, que precisamente al ser solamente palabras divorciadas de las praxis presupuestarias y las estructuras de esos “Estados”, los resultados de confrontaciones terminan en la concreción de aumento de la pobreza, miseria, hambre, emigración, delincuencia, corrupción, violaciones de derechos humanos y destrucción de los inmensos recursos naturales de la región.

América Latina mientras continúe por la introspectiva política que ha entronizado en su estructura burocrática y judicial, y en algunos casos centralizando cada vez más las decisiones que afectan a miles y miles de ciudadanos desde los espacios más profundos de las comunidades indígenas hasta quienes son parte de las burguesías urbanas, menoscabando las particularidades sociales, y marcando las diferencias entre una clasificación de “seres superiores” en quienes ejercen el poder, y seres “inferiores” en quienes están apartados de los andamiajes políticos o carecen de recursos económicos, las desigualdades sociales continuarán sus avances, y por ende, no habrá espacios que marquen una señalización distinta en los pliegues de tales sociedades y sus relaciones humanas en todos sus componentes de producción: agrícola, industrial, comercial, servicios, turismo. O sea, no habrá empleos mejor remunerados y menos un crecimiento de las economías que generen un fundamento de mejorar las condiciones de vida de la mayoría de sus comunidades y pueblos.

Por lo pronto, urge revitalizar la discusión de políticas públicas eficientes. Replantear la distribución de los presupuestos desde aguas abajo. Descentralizar la planificación de las instituciones en relación con el desarrollo de los pueblos y ciudades. Plantear nuevos esquemas curriculares en la educación básica y de bachillerato. Crear y actualizar carreras universitarias. Recomponer las políticas de turismo en el continente. Asegurar la explotación racional de los recursos naturales combatiendo las mafias “legales” e ilegales. Y, sobre todo, generar nuevos esquemas de integración regional que sustituyan las actuales variables de “unión” entre naciones latinoamericanas.

Ojalá y en medio de las diferencias se alcancen otras estrategias distintas que promuevan una praxis alternativa. Seguir por el actual camino solo continuará llevando a nuestra gente por el desierto de Atacama, la selva de Darién, y el río Bravo: hacia una América Latina sin destino.

@vivassantanaj_i


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