La política, dice un viejo lugar común, es dinámica y cambiante. Esto aplica no solo a los regímenes democráticos y abiertos, en los que la sucesión en el poder de adversarios enconados está exenta de mayores eventos traumáticos, sino también en las dictaduras tradicionales y en las de nuevo tipo, como la nuestra, esta mezcla de populismo de propensión totalitaria con trazas de un novedoso ordenamiento ilícito y delincuencial.

Los sucesos de los últimos días nos revelan la aparición de las primeras expresiones significativas de disidencia dentro del régimen madurocabellista, que lo han llevado a aplicar a sus antiguos aliados los mismos torniquetes represivos y las mismas emboscadas judiciales que ha utilizado en los últimos tiempos contra la oposición, con el fin de obstaculizar la participación en los comicios parlamentarios que prepara el ministerio de asuntos electorales –léase CNE– el próximo 6 de diciembre.

Estaríamos lejos de ser objetivos si dijésemos que las recientes disidencias de colectivos y partidos está dando forma –necesariamente– a eso que en su particular lenguaje Poulantzas llamaba la agudización de las contradicciones en el seno del bloque en el poder, pues no estamos hablando de quiebres y antagonismos entre los factores claves y dominantes del régimen, sino entre éstos y actores de reparto amancebados desde los tiempos Chávez con migajas en los poderes del Estado.

Los más recientes acosados de nuestro escenario político, el venerable y achacoso PCV, lo que resta del muy proactivo –en su momento– PPT, así como los violentos y capitalinos Tupamaros, realmente no son nada, en términos de manejo de influencia en el aparato del estado o de manejo de recursos y cuotas de poder en las distintas localidades y regiones del país, en comparación con el agregado de burócratas sumisos y designados a dedos que constituyen, a fin de cuentas, ese Frankenstein que es el PSUV; e incluso son poca cosa si los calibramos con el ELN, las disidencias de las FARC o cualquiera de los colectivos y bandas armadas preferidos por el régimen,  de los cuales este se ha servido crecientemente para esparcir el miedo y garantizar el control social de un país hecho ruinas. Pero mientras estos no son capaces de agregar legitimidad al régimen (de hecho, más bien le restan, tanto a nivel nacional como a nivel internacional) ellos quizás sí suman algunas gotas nada deleznables, no por algún mérito en especial, sino por estar mucho menos rayados y desprestigiados que sus nada inocentes compañeros de viaje. Son, en cierta forma, los últimos mohicanos, que, por las fuerzas de las circunstancias, por su apego irreductible y dogmático a las fracasadas ideas socialistas, o, sencillamente, por su afán de mantener su autonomía, no han sido devorados –al menos del todo– por el degradado y corrupto ejercicio del poder rojo-rojito.

No es casualidad que el PCV haya argumentado, al informar de la conformación de una nueva alianza política y electoral (Alternativa Popular Revolucionaria), que el rompimiento con el PSUV tiene que ver fundamentalmente con la adopción de una política económica antipopular y antiobrera por parte de régimen, y las nefastas consecuencias sociales conocidas y sufridas por todos. Aquí se puede observar algo que va tomando cuerpo dentro de los círculos políticos y sociales del chavismo: una indisposición a seguir endosando, por mera solidaridad automática o identificación ideológica, el enorme costo de la crisis humanitaria creada por la destrucción de la economía, el comercio, y las instituciones democráticas en general. Conteste de eso, al gobierno –que se siente amenazado, como todo gigante con pies de barro– no le queda más remedio que apelar a la persecución, encarcelamiento e incluso la eliminación física de organizaciones y dirigentes populares chavistas, tal como ha hecho durante años con la oposición.

Pero hay otra lectura sobre estos eventos que no podemos dejar de reseñar. Si examinamos con cuidado, los integrantes de la nueva alianza son agrupaciones pequeñas altamente ideologizadas, disciplinadas y celosas de su autonomía (tan celosas que no aceptaron unirse al PSUV cuando este fue constituido por Chávez, de manera poco menos que impositiva, en 2007). Son los típicos partidos de cuadro leninista. Por tanto, no es aventurado afirmar que en el trasfondo de esta disputa hay un confrontación entre la clase política profesional (representada por las agrupaciones disidentes) y la clase política chavista de nuevo cuño, dominante, o siguiendo de nuevo a Gramsci, Poulantzas, Althusser y compañía,  hegemónica, integrada por un variopinto conjunto de figuras y dirigentes sin mayor experiencia y oficio en la política (militares, “empresarios” de ocasión, artistas de segunda, funcionarios del Estado y sus familiares, e, incluso, miembros de bandas delictivas, etc.).

Este es el ring, por decirlo así, donde se desarrolla esta desigual confrontación; que no por desigual deja de ser significativa, pues nos revela que el gobierno tendrá de ahora en delante un flanco más del cual tendrá que preocuparse en su psicópata empeño por mantenerse en el poder. Sobra decir que la oposición democrática, que parece estar entrando en una importante etapa de reorganización y unificación, no debería ignorar estas realidades a la hora de trazar sus estrategias en el futuro mediato e inmediato.

@fidelcanelon


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