La película Infección, hoy prohibida por el régimen del CNAC, empieza con la propagación de un virus de origen ruso. Dos obreros se inyectan la droga “Cocodrilo” con unas jeringas lavadas en agua sucia.

La simbología del filme no deja lugar a la duda. Los personajes se contagian de una extraña enfermedad rabiosa, tomando la forma de muertos en vida.

Los monstruos, de acento soviet, muerden a víctimas criollas, generando una emergencia sanitaria en el país.

Por supuesto, ante el caos, los medios oficiales censuran y desinforman a la población, sometiéndola al castigo de ver cadenas banales de Maduro con Cilia en televisión.

Descubrimos, por suerte, el largometraje en una función especial de prensa, organizada por el creador del proyecto para denunciar la cacería de brujas del chavismo en su contra, al impedir el proceso de cedulación y registro de la pieza.

Sin el aval de Roque Valero y su burocracia mezquina, la cinta no puede ser difundida en salas comerciales. El productor reclama sus derechos y exige el reconocimiento necesario del ente rector, para expresarse con libertad en la pantalla grande.

El caso se suma a una lista negra de “logros de la revolución” en el cine de las últimas décadas.

El Inca, Fantasmo, Nuestro Petroléo y otros cuentos, Secuestro Express y Miranda(de Diego Rísquez) son algunas de las propuestas condenadas por los puritanos inquisidores del PSUV.

“Infección” es ahora sancionada injustamente, a mantenerse apartada de su audiencia, por atreverse a disentir y a narrar una historia de terror sobre la influencia negativa del socialismo en un estado fallido y forajido.

Lo más inquietante del trabajo audiovisual es su narrativa de no ficción al límite del documental urgente o de guerrilla.

El relato salta con habilidad de las escenas recreadas a las imágenes veraces de saqueos, de ríos humanos de ciudadanos forzados a salir por la frontera, en vista de la falta de oportunidades y de las condiciones precarias de supervivencia.

De los méritos de la obra resaltan el cuidado en el diseño sonoro, el ritmo de edición, la poderosa fotografía y la convincente interpretación de los actores.

En la tendencia de Walking Dead y George Romero, la película se inscribe en la corriente expresionista del patio vernáculo, detrás de Vampiro del Lago, Silbón y La Casa del fin de los tiempos.

En el plano continental sería una réplica tardía de la cubana, Juan de los muertos. Alrededor del globo, circula en una esfera independiente no demasiado original. Su singularidad es estrictamente política, lo cual se agradece en el tímido reducto local. Pero ya vemos cómo se castiga. Una pena.

Como crítico y espectador, encuentro redundante el guion, un poco flojo el desarrollo dramático,  medio desprolijo y obvio el enlace de las acciones, ingenuo el énfasis del epílogo, cutres ciertos efectos especiales de maquillaje y diseño digital en 3D.

Así y todo, “Infección” conecta con las emociones, sentimientos y razonamientos del receptor, a través de la presentación de un conflicto limpio, simple y fácil de seguir.

Un médico de la región andina desea cruzar el territorito distópico para salvar a su hijo, de las manos de los violentos e insaciables vampiros de la miseria.

Los zombies atacan en manada como hordas desenfrenadas de indigentes hambrientos, de sidosos, de perros de presa.

Los militares fracasan en el intento de conservar el orden, reprimiendo a los enfermos y caníbales. El desgobierno no permite el ingreso de ayuda sanitaria. La propaganda agrava el cuadro de la intoxicación general.

El Doctor, de apellido Vargas, ennoblece el arquetipo del hombre civil en busca de una cura, de una redención, de una emancipación heroica desde el campo del conocimiento y la ciencia.

El pánico se infunde como método darwinista de extinción social.

Debemos hallar un remedio para solventar los problemas planteados por Infección.

 

 

 

 

 


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