El ensayo de Gregorio Marañón, titulado Tiberio. Historia de un resentimiento, permite entender algunas políticas socialistas que se basan en el resentimiento, el odio y la violencia. El resentimiento, según el gran escritor español, “explica la doble personalidad de Tiberio ante la historia y la explosión final de su crueldad, tal vez superada por otros tiranos, pero pocas veces más odiosa que la suya”. Marañón escoge a Tiberio como tema de sus reflexiones porque es “un ejemplar auténtico del hombre resentido”: ¡un resentido en el poder puede ser letal!

El rencor de Tiberio nace por conflictos con sus padres y por las dificultades que, en su niñez, le produjeron un complejo de inferioridad; el cual se tradujo en un resentimiento crónico, que lo sometía a un permanente tormento mental. Cuando Tiberio ejerció el poder en Capri dijo: “¡Después de mí, que el fuego haga desaparecer la tierra!”; porque el resentido solo piensa en él y suele tener arrebatos de megalomanía.

Los resentidos en el poder se convierten en violadores de derechos humanos y buscan el poder total. Fue lo que sucedió con Adolfo Hitler, José Stalin, Pol Pot y Fidel Castro. Surge así repotenciado el dilema “amigo-enemigo” schmittiano en el cual se predica la tesis de que al enemigo hay que exterminarlo. No en balde, Max Scheller afirma que el resentimiento está impregnado por “el sentimiento y el impulso de venganza, el odio, la maldad, la envidia, la ojeriza, la perfidia” y que el odio “es la obra suprema del resentimiento”.

Algo peligroso es la relación entre el resentimiento y el proyecto político, como lo expone con lucidez Ruth Capriles en su obra El libro rojo del resentimiento. Buen ejemplo de un proyecto político basado en defectos del alma es el marxismo. Ello porque esta doctrina se basa en la “lucha de clases”, lo que esconde en sus entrañas una venganza contra la burguesía, a la cual califica de “opresora”. El objetivo es imponer la dictadura del proletariado para aniquilar a dicha burguesía. Por eso, decía Winston Churchill: “El socialismo [rectius: comunismo] es la filosofía del fracaso, el credo a la ignorancia y la prédica a la envidia; su virtud inherente es la distribución igualitaria de la miseria”; salvo -hay que agregar- para los miembros de la nomenklatura, es decir, para los que mandan. Para el comunismo no existe una reivindicación de las clases presuntamente oprimidas, pues este privilegia al resentido que usa el poder para su propia satisfacción y para realizar su venganza.

Unido al resentimiento tenemos a la envidia, es decir, la “tristeza o pesar por el bien ajeno” -como lo señala el Diccionario de la Real Academia Española- la cual es motor del odio y de la violencia. Helmut Schoeck señala que el socialismo se nutre de aquellas personas “profundamente afectadas por problemas de envidia” (Envy. A Theory of Social Behaviour, p. 298). Por su parte, Marx acuñó la frase según la cual “La violencia es la partera de la historia”, necesaria para todo revolucionario comunista que tiene por norte la destrucción de los “enemigos”. La revolución es indetenible y quien se oponga a ella será destruido por medio de la violencia. Vladimir Lenin repotenció el odio de clases y el deseo de venganza para lograr los objetivos revolucionarios y el exterminio de la burguesía.

Es dentro de este contexto que pueden leerse las agresiones de que fue víctima Juan Guaidó el pasado 12 de febrero, al regreso de su exitosa gira internacional, en la cual recibió honores de jefe de Estado. Estos ataques a mansalva, por debajo y por detrás, ante la mirada indiferente de las autoridades, se extendieron a representantes de la prensa. Las imágenes muestran en toda su crudeza el significado del odio. Este odio nace del resentimiento y de la envida que nutren la violencia revolucionaria y que es un patrón de conducta de las ideologías trasnochadas.

Cuando el resentimiento y el odio se amalgaman para impulsar las acciones políticas, la población queda expuesta a permanentes amenazas. Para que haya libertad y respeto por los derechos humanos se requiere una democracia sólida que incluya a todos los ciudadanos sin distinciones. Esto sería una manera de controlar el resentimiento y el odio desbordado. Se trata de un cambio muy profundo para liberarnos de estas oscuras pasiones del alma que han dividido a los venezolanos entre “patriotas” y “escuálidos”, y han traído persecución y violencia contra los llamados “enemigos de la revolución”.

Los venezolanos merecemos vivir en una sociedad que se sustente en la solidaridad, la justicia, la confianza en las instituciones, en la que todos tengan derecho a la educación y a la salud. Venezuela merece un sistema político que integre a todos, libre de odios y de discriminación. Y es tarea fundamental darle el esquinazo al resentimiento para poder alcanzar la paz, la estabilidad y el progreso.


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