Eran los primeros años del gobierno de Hugo Chávez. Tiempos en que las confrontaciones habían alcanzado gran pugnacidad y el régimen mostraba sus afilados colmillos, sin escrúpulo alguno. En casa trabajaba Cruz, joven mujer natural de Cumanacoa, un pueblo del estado Sucre. Aunque el nombre de dicha población significa lugar donde abundan los frijoles, Cruz y sus tres hijos vivieron allí tiempos duros y difíciles, sin trabajo ni medios para procurarse una alimentación medianamente balanceada

Su situación tocó fondo en un momento en que no tenía nada en su rancho para alimentar a la familia. En ese estadio, lo que conseguía para el día era una arepa que le daba algún vecino que también vivía sus propias penurias. Entonces, sin más opciones, procedía a partir el popular nutriente en cuatro pedazos para apaciguar sus estómagos. En tales circunstancias –contaba con pesar– “lloraban el hambre”; era su manera de decir que se acostaban “muertos de hambre”. El aspecto resaltante del drama es sutil pero determinante: tener hambre es muy distinto a pasar hambre o llorar el hambre. Lo último es algo indefinido y sin límite en el tiempo.

Cierto es que, en mayor o menor grado, ese tipo de situaciones han estado siempre presentes en todas las sociedades y grupos humanos que han existido. La historia, las investigaciones antropológicas, las ciencias médicas, los estudios sobre la salud y organismos como la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), entre otros, se han ocupado de ello y han dejado constancia de la presencia del mal en lugares y países con diferentes niveles de desarrollo.

Pero lo anterior no justifica para nada la aceptación de dicha desgracia como una realidad que permanentemente ha estado cerca de nosotros, en todos los tiempos y lugares. En otras palabras, un infortunio no es más llevadero o aceptable por el hecho de que siempre una porción de la población lo ha padecido.

Es cierto que en Venezuela ha existido la pobreza y el hambre perpetuamente, pero la que hoy se vive como consecuencia de la deliberada destrucción del aparato productivo del país por la “revolución bonita” tendrá en todos los tiempos un estatus de marca mayor, esto es, el máximo extremo alcanzado.

Un movimiento político que prometió villas y castillos, y acabar con la pobreza, se transformó finalmente en criadero de gente famélica, guarida de guerrilleros y socio del crimen organizado. Nada bueno ha aportado al país. El que ponga en duda lo anterior solo tiene que responder esta pregunta: ¿Dónde están sus logros, sus grandes escritores y poetas, sus mujeres y hombres justos, sus intachables magistrados y militares respetuosos del orden y la ley? Pero volvamos a lo del hambre.

A comienzos de este mes de junio la FAO alertó que la situación de seguridad alimentaria en Venezuela empeorará este año. Ello estará marcado, entre otros factores, por el bajo nivel de las reservas internacionales, la reducción que se experimentará en la producción de cereales, la escasez de insumos agrícolas y combustibles, así como la disminución de las lluvias en el período que va de febrero a abril de este año.

Basada en sus análisis, la citada organización internacional concluyó señalando que alrededor de 9,3 millones de venezolanos –o sea, un tercio de la población– padecen de inseguridad alimentaria y necesitan asistencia, de los cuales 2,3 millones –esto es, 8% de la población– sufre de “inseguridad alimentaria severa”. ¡Vaya revolución bonita!

Ya lo dijimos antes. El hambre también se ve en los países más poderosos y desarrollados del planeta; pero las dimensiones que ha alcanzado en un país como el nuestro, bendecido por sus muchas riquezas naturales, con estratégica ubicación y gran potencial de desarrollo, son simplemente insólitas. Y lo más dramático es que ello se lo debemos por completo a Chávez, Maduro y la “bella” revolución de ambos.

Habrá que invitar al periodista y escritor argentino Martín Caparrós para que nos visite y escriba un complemento a su laureado libro El hambre. Así podrá constatar que también el engaño de un exmilitar golpista y su causahabiente puede acabar con la más importante experiencia democrática de un país y empobrecerlo hasta el punto de hacerlo experimentar, en paralelo, la mayor hambruna y emigración de su historia. Obviamente los revolucionarios comunistas del mundo nunca se lo agradecerán, mas allí está la mejor motivación para que venga.

@EddyReyesT


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