Algo inaudito está pasando: la revolución se está quedando sin su oro negro y sin gasolina. Venezuela, el país con las mayores reservas de hidrocarburos del planeta y que en la época de la denostada IV República llegó a producir casi 4 millones de barriles diarios de petróleo, está hoy imposibilitada de asegurar el suministro de la gasolina a escala nacional. Haciendo un soberano esfuerzo, el régimen de Nicolás Maduro trata de mantener bien provista a Caracas del preciado combustible, a un precio irrisorio, mientras que en el resto del país se pasan las de Caín.

Es pertinente recordar que durante el gobierno de Hugo Chávez Frías, aquí se producían 3 millones de barriles diarios. En 2015 la cifra bajó a 2,4 millones de barriles diarios. Para julio de 2016, en una coyuntura en la que la mayoría de los países subía su producción, nosotros redujimos la nuestra a 2,15 millones b/d. Los analistas señalaban en aquel entonces que la situación venezolana era producto de la falta de inversión; luego, con la enorme caída de los precios del petróleo, las posibilidades de incrementar la producción se hacían cuesta arriba. Para marzo de 2018, la cifra bajó a 1,5 millones b/d. Y, a la fecha de hoy, nuestra producción se ubica en alrededor de 700.000 b/d.

La data anterior explica, por consiguiente, los padecimientos de ahora. Con la salvedad de la capital, dos y hasta tres días de colas tienen que hacer los venezolanos, en todos los rincones de nuestra geografía, para llenar los tanques de sus vehículos, y en algunos casi deben pagar precios astronómicos con dólares de los que circulan en el imperio. Diferentes medios de comunicación han informado que recientemente en Maracaibo los revendedores cobraron hasta 12 dólares por 20 litros de gasolina. ¡Fin de mundo!

Lo que más asombra a los venezolanos es que nuestros militares guarden sepulcral silencio y miren para otro lado. Por mucho menos de lo que hoy vivimos, este pueblo se ha soliviantado y se han ejecutado acciones de extrema rebeldía. El Caracazo, que dio al traste con el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, es un ejemplo de ello.

¿Significa eso que todo está perdido? Yo me resisto a pensar que sea así. Hasta ahora los servicios de inteligencia cubanos y venezolanos han sido efectivos en mantener a raya a los integrantes de la Fuerza Armada Nacional, pero nadie puede poner en duda que allí existen fuerzas disidentes que esperan el momento propicio para manifestarse y actuar, tal como ocurrió al final de la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez.

Nuestro refranero popular da cuenta de ello cuando señala que “a cada cochino le llega su sábado”; lo que dicho en otras palabras significa que a toda persona déspota, malvada y malintencionada le llega su merecido. América Latina está llena de historias relativas a dictadores cuyas acciones despóticas y arbitrarias se han pagado con cárcel, destierro, descrédito y hasta la vida misma, y han afectado en muchos casos a su entorno familiar e íntimo.

Eso, ni más ni menos, es lo que espera a los máximos líderes de cualquier revolución cuando se pone piche, como ocurre aquí entre nosotros.

 


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