Vi y oí por televisión al “primus inter pares” rodeado por el generalato del Alto Mando Militar y la cuenta que sacaba era más o menos esta: —Tenemos casi 4 millones de milicianos; si cada miliciano capta 2 nuevos camaradas patriotas, tendremos en poco

tiempo 12 millones de milicianos armados dispuestos a inmolarse si fuera necesario para impedir que el imperialismo pitiyanqui ose hollar el sagrado suelo patrio.

Con razón tanto febril desesperación para ponerle la mano a la Asamblea Nacional; no solo están urgidos de legalizar y darle carácter de ley con rango valor y fuerza constitucional a los draconianos y leoninos contratos de exacción mineras que tienen el socialimperialismo chino y ruso en el tristemente célebre Arco Minero, sino que también quieren apresurar su descabellado propósito de aprobar una nueva carta magna con miras a la república abierta y flagrante naturaleza comunista.

Entre otras atrabiliarias afirmaciones dijo el inefable: —Las agrupaciones milicianas revolucionarias, tienen el deber de vigilar cada calle, cuadra y sector de toda Venezuela desde las 12:00 de la noche, 2:00 de la mañana, 4:00 de la madrugada y 6:00 antemeridiana para garantizar un control absoluto de las ciudades contra los enemigos de la revolución socialista.

La escuela socialista y antimperialista no escapa del férreo control hegemónico de la sociedad obsidional y regimentada. Es el típico esquema de sociedad militarizada; en cada salón de clases uno o dos milicianos vigilando al docente para que “no se coma la luz”. Profesor que se atreva a reclamar el respeto a sus más elementales derechos

reivindicativos será sometido a procesos implacables de judicialización y penalización por “instigación al odio”, “asociación para delinquir”, “concierto con el terrorismo” y “traición a la patria” y otras monsergas seudojurídicas que suele argüir la revolución para impedir el libre ejercicio de la praxis democrática de los ciudadanos. Tal pareciera, a juzgar por las incontestables evidencias obscenas que presencia diariamente la sociedad nacional que

el fin último de la nomenklatura del partido único socialista fuera convertir a “toda la patria en un cuartel”, pues, ¿qué otra cosa quiere decir la consigna vacua y desteñida de la “unión cívico-militar” antiimperialista?, donde obviamente lo cívico es una bambalina y un relleno demagógico politiquero de poca monta que le hace bulto a la esencia del fascismo militar de la izquierda populista.

Cuando vemos en visita casa por casa a los milicianos del PSUV, planillas en mano, actualizando datos y recensando antiguos militantes decepcionados de la revolución, no puedo evitar evocar las andanzas del tristemente célebre Plan Bolìvar 2000, esta vez

repartiendo bolsas y cajas de carbohidratos cada pase de luna llena.

En estricto rigor, la función política del miliciano en la etapa de la radicalización del proceso revolucionario consiste en “delatar” y “sapear” al vecino para posteriormente hostigarlo políticamente a través de prácticas de terrorismo psicológico de estado con cuerpos de contrainteligencia entrenados para tales fines.


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