Como los términos son convenciones, por el sustantivo revolución entendamos aquí un cambio positivo de notable profundidad y alcance históricos. Como ejemplos valgan las revoluciones democrática, tecnotrónica y espacial; en la misma línea se ubican la Tercera Ola de Alvin Toffler y la Aldea Global de Marshall McLuhan. En cuanto al adjetivo, decir enterrada es menos grave que hablar de sepultada. En efecto, no está muerta, sino engavetada.

El lamento nacional ha sido general ante el desastre de Pdvsa, por su repercusión profunda y global en esta petroadicta Venezuela. El oro negro hegemonizaba el ingreso y también la imprevisión y superficialidad del país. En cambio, escasas lágrimas se vertieron ante otro ─y no ya tan consciente─ desastre como fue la discontinuidad del Ministerio de Estado para el Desarrollo de la Inteligencia, con todo lo que ello significaba de frustración para un real salto adelante del país; fue eliminado de modo ligero e irresponsable, no solo por la siguiente administración, sino por las subsiguientes, ya democráticas o no. Se entró así al siglo XXI sin una herramienta y un objetivo de trascendental poder transformador para dentro y fuera de nuestras fronteras.

En tres años más cumplirá medio siglo la publicación de la Revolución de la inteligencia, obra del profeta Luis Alberto Machado. Este libro claro y conciso, luego de recordar al inicio el antiguo conócete a ti mismo, afirma: “Es importante que conozcamos cuáles son nuestros pensamientos, pero creo que es más importante todavía el que conozcamos la manera de poder llegar a ellos”. Y a continuación recoge algo muy repetido: “Si a la orilla del mar encuentras a alguien con hambre, no le regales un pez, enséñale a pescar”. Mediante frases simples, pero de suma hondura y grandemente generadoras, se comparte sabiduría como: “nadie nace genio”, “el verdadero creador es el creador de problemas”, “se puede aprender a ser inteligente”.

Aprender y enseñar a pensar; cultivar la inteligencia; ejercitarse en el método; la verdadera creación es la de problemas. El genio no es más que el fruto acabado de la constancia. Estas y otras son las puntadas que van tejiendo un conjunto orgánico de reflexiones en torno a la inteligencia como objetivo, tarea, horizonte abierto a todos. La democratización de la inteligencia es una propuesta que tiende a barrer elitismos y marginalizaciones injustificables. Frente a ellos se propugna la inteligencia como oferta permanente, abierta. Como derecho humano fundamental. De allí que con toda legitimidad se hable de la necesaria revolución de la inteligencia. Dios nos dio la inteligencia como un potencial a desarrollar sin límites, no por algunos, sino por todos. Como regalo, misión, derecho, deber.

La utopía de Luis Alberto Machado no se quedó en ensueño. Logró traducirse en operatividad concreta, también estatal. El presidente Luis Herrera Campins ─de notable altura cultural, ejemplaridad personal y familiar y pulcro servicio ciudadano─ la desencadenó entre nosotros creando el Ministerio de Estado ad hoc. Decisión que lo enaltece y lo coloca en lugar preeminente de la historia nacional.

Gente de fuera, libre de miopes intereses de política casera, captaron con espíritu certero los alcances de lo que en Venezuela se había comenzado a trabajar con seriedad y sistematicidad a nivel oficial. El académico psicólogo de Harvard B. F. Skinner no dudó en afirmar que el proyecto en cuestión “será considerado como uno de los grandes experimentos sociales de este siglo”. La trascendencia de tal empresa venezolana llevó al ministro de Educación de la República Popular China a un decidido apoyo del ministro Machado como candidato al Premio Nobel de la Paz. Y el Congreso Iberoamericano de Educación (Madrid 1980) proclamó por primera vez en la historia el derecho a la inteligencia como uno de los derechos del hombre.

El “Desarrollo de la Inteligencia”, proyecto de primera plana en la historia de Venezuela urge ser desenterrado y llevado adelante para la recuperación de este país y su pujante desarrollo futuro. Recordando siempre que Luis Alberto concebía la inteligencia en el marco de la persona integral, creada para la verdad y el bien en libertad.


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