Ya comenzó el período navideño, tiempo en que se realizan los preparativos para celebrar el nacimiento del Niño Jesús y el inicio del Año Nuevo. Es un momento que involucra a todas las familias y sus amigos. Mas es pertinente una precisión: para los venezolanos de la era democrática -período que va de 1959 a 1999- fue un espacio de tiempo para festejar y compartir. Es como consecuencia de las erradas políticas económicas y desaforada corrupción de la “revolución bonita”, que arranca con la gestión de Hugo Rafael Chávez Frías, que la significativa celebración se transformó en exclusivo y real festejo para la cúpula del poder y su entorno de personajes aduladores y serviles.

Al día de hoy, con los amigos y la familia dispersos a lo largo y ancho del planeta, la conmemoración quedó impregnada de la mayor tristeza. A lo anterior hay que agregar que la generalidad de los muchachos que ahora viven en nuestro país desconoce o recuerda muy poco la forma y manera como antes se celebraban estas fiestas.

Lo real y verdadero es que en esa época dorada las viviendas se pintaban y decoraban para la ocasión; los niños, jóvenes y adultos vestían sus mejores galas los días 24 y 31 de diciembre; los árboles de Navidad y los nacimientos engalanaban hasta los más humildes hogares; los regalos iban y venían entre familiares y amigos; la música y la alegría era cosa común en todos los hogares; las hallacas, la ensalada de gallina, el pan de jamón, las almendras, las uvas, el dulce de lechosa, las manzanas y algún tipo de bebida espirituosa no podían faltar. Incluso, instituciones públicas y privadas se movilizaban para que los rayos de felicidad también llegaran a las comunidades más desasistidas.

Hoy, en el ocaso revolucionario, el panorama es de terror. Solo disfrutan de esas mieles del pasado -y muchísimo más- los más altos cargos del Poder Público Nacional, Estadal y Municipal; la alta oficialidad de la Fuerza Armada Nacional; los niveles ejecutivos de las empresas del Estado; la plana mayor del Banco Central de Venezuela; los boliburgueses y su entorno íntimo; y, entre otros más, la caterva responsable de los trabajos non sanctos.

Salvo el pequeño grupo de venezolanos que tiene ahorros en el exterior, los que reciben holgadas remesas de los familiares que emigraron a otras tierras o quienes realizan labores en unos pocos sectores lucrativos de la economía nacional, el resto de nuestros compatriotas debe conformarse con vivir con sus esmirriadas pensiones o remuneraciones que no les alcanzan para comer en forma balanceada, y menos para comprar las medicinas que necesitan.

Mientras la película anterior se proyecta en todas las pantallas del mundo civilizado y democrático, el hundimiento del país y su economía no se detiene. Los hospitales públicos son centros de acopio de enfermos que no pueden ser tratados, las colas para abastecerse de gasolina en muchos estados del país continúan creciendo por falta de producción, la inflación sigue empobreciendo a más y más venezolanos; el suministro de agua a la población se ha reducido en casi 60% y muchos más compatriotas continúan engrosando las estadísticas de emigrantes.

Pese a la calamidad que sufrimos, debemos darle cabida a la esperanza en nuestros corazones. Aunque en apariencia el régimen se mantiene fuerte, lo cierto es que su situación es cada vez más crítica. Hoy la oposición sigue siendo mayoría y las tenazas de Estados Unidos continúan apretando con firmeza a las figuras emblemáticas del régimen y a muchos de sus camaleones. La angustia se concentra con más ahínco en sus estómagos y vísceras.

Tengamos entonces paciencia y esforcémonos en celebrar con ineludible moderación, pero llenos de esperanza y optimismo. ¡Feliz Navidad!

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