Es cierto que nuestra Constitución establece el revocatorio como un mecanismo de participación política de los ciudadanos con el fin de ejercer el control sobre los gobernantes. Sin embargo, para convocarlo se debe tomar en consideración un elemento particularmente importante de la historia reciente de Venezuela: se ha afirmado insistentemente en que Maduro no es el presidente de la República y que ejerce este cargo ilegítimamente. Si ese argumento es cierto, cabe preguntarse ¿a quién van a revocar? Solo es posible revocar el mandato a funcionarios debidamente elegidos, juramentados y en funciones. Activar el revocatorio automáticamente implicaría el reconocimiento y legitimación del usurpador ¿Alguien ha pensado detenidamente en las implicaciones que este asunto plantea?

Los procesos electorales son una expectativa en la que pueden surgir todos los imponderables; sin embargo, si en este caso existe esa posible interpretación de convertir la convocatoria de un revocatorio en un acto de legitimación de Maduro como presidente, ¿por qué hay quienes piensan que esa es la ruta correcta? ¿Su estrategia es acaso darle legitimidad a la autocracia? ¿Es ese el plan? Si no hay claridad sobre esto, es posible que el usurpador salga muy fortalecido y las fuerzas democráticas nuevamente derrotadas, con lo cual los niveles de abstención en un próximo evento electoral, que son las presidenciales, serían elevadísimos, pues una nueva derrota provocaría un sentimiento de desencanto y desmovilización enorme.

Toda acción debe responder a una estrategia planificada, a un plan debidamente estudiado y diseñado para conseguir resultados que reporten ganancias a toda una nación. Impulsar un revocatorio en este momento en que el país está en medio de una resaca electoral, dividido, fragmentado y herido, no constituye una acción ganadora, no reporta ningún saldo positivo a la causa de la democracia de nuestra patria y no servirá para cohesionar el voto para futuros eventos de máxima importancia como es la elección presidencial.

La convocatoria a una elección presidencial está claramente establecida en nuestra Constitución y debe suceder en un momento específico, la cual no legitima a nadie porque solo se estaría cumpliendo con los plazos legales para realizar tales comicios y no importa quién ocupe ese cargo. No pasa así con el revocatorio, el cual necesita que haya un presidente a quien revocar.

Es aconsejable que la labor para solucionar la tragedia que vivimos, sea que en los próximos años nos concentremos en el fortalecimiento de los instrumentos políticos que harían posible la masiva participación de los venezolanos en un proceso electoral en el que la autocracia sería barrida definitivamente del escenario político nacional. Esa acción no se logra en unos meses, porque el daño que ha sufrido el ánimo de la ciudadanía es formidable.

Diseñar las tareas necesarias para reconectarnos con la población, escuchando sus planteamientos, acompañarlos en sus luchas y dar paso a los nuevos liderazgos provenientes de la comunidad con lazos reales y cercanos con la gente, es una labor urgente.

La reconstrucción de los principios rectores de los partidos políticos, para ser ejemplo de democracia interna, es primordial. Es necesario darle paso al ascenso de liderazgos naturales y renovados, ampliar la conexión con sus seguidores, multiplicar las actividades dentro de las comunidades de base, así como fortalecer la organización y los fundamentos de la representación política.

Es imprescindible constituir una concertación meditada, sosegada y equilibrada para definir una estrategia política que efectivamente permita reunir en torno a un candidato todas las fuerzas del voto opositor, sin sectarismos ni mezquindades, pero que sea profundamente incluyente para asegurarle espacio y participación en el futuro gobierno a todos los factores que contribuyan con el cambio. Este componente definirá si somos capaces de rescatar nuestra democracia o no.

Esa es la realidad del país ahora: reconstruir el tejido político, fortalecer el papel del ciudadano en el proceso de cambio, aumentar la conciencia y la comprensión del voto como instrumento de poder, incrementar el compromiso con la democracia y la institucionalidad, restaurar la conexión de los partidos políticos con la gente y con sus ideales, convertir el descontento en fuerza electoral y en energía social movilizadora. Esa es la tarea que debemos emprender. Si se hace bien, haremos triunfar la democracia. Si no lo hacemos, estaríamos condenando al país a muchos años más de tragedia, pobreza y decadencia.

 


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