El país que alguna vez fue ya no lo es y su gente tampoco. Nos enfrentamos a algo sin precedentes, inimaginable y sin comparación. Monstruos que han destrozado hasta lo más mínimo, han arraigado su esencia más maligna en algunos. Mortal para nuestra supervivencia. La infinita retórica y la cronología del «estamos mal» y los «culpables de ese mal» debe terminarse porque el país necesita más allá y el más allá no está solamente en discursos floreados, sino en formación para la acción. No habrá otra receta para el futuro.

La realidad es una construcción artificial fabricada por la sociedad. Si­ un soldado mata a cien personas en una batalla es un héroe de guerra, pero si­ lo hace en un cine es un psicópata fanático. ¿Ambigüedad? Es la cruel verdad.

Una sociedad inmersa en la más mínima forma de supervivencia, habida y por haber, ha olvidado sus raíces tradicionales. Sin embargo, ha estado huérfana de conducción política real, sincera, clara y en sus pensamientos se han incrustado los más acérrimos criterios. «Si­ se echan cuchillo sin nada, ¿cómo serán cuando lo tengan todo?». Este, como muchos otros, es uno de los criterios que más se escucha y con toda razón. La desconexión entre los dirigentes y dirigidos se ha acentuado en los últimos tiempos y por esa razón el pueblo seguirá pensando «más vale conocido que bueno por conocer».

El gen de la corrupción está presente en el ADN de toda persona viva. Se puede presentar a menor o a mayor escala pero, siempre se muestra por lo más mínimo que se haga en los espacios de «poder». Lamentablemente, los actores de gobierno han exacerbado ese gen a sus niveles astronómicos. Tanto ellos como su núcleo pero, en nuestro país no es lo mismo «un corrupto» que «mi corrupto». Cuando el corrupto es «pana» deja de ser corrupto automáticamente. ¿Contradictorio? Así­ está Venezuela.

Pero, ¿y en el terreno nuestro será que no existe? Lamentablemente, la respuesta es afirmativa, y es más voraz y sanguinaria que la presente, porque hay sed insaciable de hacerse del botín que queda y gozar de las mieles del poder. Eso la gente, que en algún momento creyó, lo ve, lo percibe y está en total claridad. Debemos transformar y empezar a practicar lo que anhelamos de un país y no lo que queremos sacarle.

Para lograr recobrar la confianza hacia los futuros conductores hay que conectarse emocional y sinceramente con el pueblo, tener la capacidad de mirar a los ojos del alma y decirle: cómo diantres vamos a hacer para transformar su mañana. Debemos cambiar drásticamente las mismas técnicas populistas, clientelistas y rentistas que han arrojado a Venezuela a la ultratumba.

Si no nos preparamos para conducir, no forjamos nuestro carácter, no somos resilientes, no cultivamos nuestro ser y no contribuimos en el renacer de la verdadera esencia de la política, la gente seguirá pensando que es sucia por culpa nuestra.

@JorgeFSambrano

#RendirseNoEsUnaOpcion


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