Las migraciones son fenómenos demográficos que han existido todo el tiempo. Actualmente existe la mayor cantidad de personas desplazadas en toda la historia humana, alcanzando según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) la cantidad de 272 millones de personas, es decir, 3,5% de la población mundial viven como extranjeros. Los venezolanos que han decidido emigrar desde comienzos del presente siglo alcanzan la suma de 5,4 millones,  equivalente al 16% de la población nacional, hecho migratorio sin precedentes en nuestra región. Aunque las migraciones se  pueden originar por múltiples razones, en nuestro caso los motivos son eminentemente socio-económicas, es decir, alrededor del 16% de la población nacional se ha ido de una Venezuela plagada de graves problemas, increíbles y difíciles de aceptar en pleno siglo XXI, en una sociedad que ha sido históricamente pujante, provista de inconmensurables riquezas naturales que la han llevado a un constante desarrollo. Los emigrantes se fueron afectados por las insoportables dificultades: “escasez de alimentos y medicina, hiperinflación, violencia generalizada, existencia o percepción de control social, etc.”  De tal manera que Venezuela se convierte de pronto en un país de alarmante crecimiento emigratorio. (Grupo de trabajo de la OEA “Informe Preliminar sobre la crisis de migrantes y refugiados venezolanos en la región”, Estados Unidos, 2019).

Los desplazados venezolanos emigraron en su mayoría hacia los países vecino, principalmente Colombia  que ha sido digno ejemplo de solidaridad de país hermano al recibir a más de 2,3 millones de venezolanos, así como a los demás países de sur y Centroamérica, hacia México y USA (Miami), además de Europa, principalmente España.  Emprendedores o aventureros, han sufrido y están sufriendo las penalidades de la emigración, al vivir en un país nuevo para ellos,  con usos y costumbres, cultura y modos de vivir diferentes y a veces hasta antagónicos a los propios, sin otra opción que la de adaptarse aceptando y tolerando tratos ingratos, trabajos denigrantes y sacrificios para sobrevivir. En la mayoría de los casos la naturaleza, responsabilidad y audacia del emigrante venezolano, y sobretodo el alto grado de sacrificio, cualquiera sea su nivel académico, han permitido hasta ahora superar las dificultades de la inmigración y sobreponerse. Algunos han logrado estabilidad y muy contados los que lograron el éxito,  luego de años de trabajo y esfuerzo.

Con  respecto a la situación actual en Venezuela, el emigrante venezolano siente dolor, molestia, indignación y tristeza, y nunca falta la melancolía, su patria es un tema que le “mueve las fibras” y potencia sus sentimientos. Considera que la situación de su país es “mala”, “grave”, “paupérrima”, y lo peor es que no vislumbra un posible cambio. La factibilidad  de su retorno  sería probable sólo si surge un cambio estructural en el país para lograr corregir y superar todos los factores que motivaron el voluminoso éxodo en los últimos veinte años, tales como el mejoramiento de la situación económica en primer lugar, esto es control de la hiperinflación y una estabilización económica que permita la incorporación inmediata en ocupaciones acordes a los niveles académicos logrados, con adecuadas remuneraciones para alcanzar los niveles de vida, consumos, productos y servicios. En lo social es imprescindible el aseguramiento de un sistema de salud que ha sufrido la carencia de medicinas y la reducción de la atención médica; la seguridad social y la movilidad para el disfrute de los inmensos atractivos del país es un beneficio al cual estaba habituado el ciudadano; los servicios básicos se han deteriorado considerablemente y urge su recuperación; adicionalmente ha surgido una lamentable diferenciación entre las personas etiquetando y hasta estigmatizando al individuo según el color político o ideología, actitud inexistente en el pasado, y de lo cual nos jactábamos como sociedad evolucionada.

Cuando sean vencidas estas circunstancias que han reducido el nivel de vida de la ciudadanía, se podría establecer la meta de motivar el retorno de nuestros alejados parientes. Una vez superada la presente coyuntura, una vez vencida la crítica situación que padecemos, se ha de pensar en la implementación de políticas para motivar el retorno de nuestros ausentes conciudadanos, esperando compensar las pérdidas intelectuales, laborales, científicas, artísticas y deportivas. Pronosticar la cantidad de venezolanos que regresen sería una muy arriesgada aventura, pero dada la identidad del venezolano y el apego a su patria, no sería falso optimismo pensar que un número importante estará más que dispuesto a repetir en la patria las vivencias con familiares y amigos. El reto es inmenso, la capacidad nacional también lo es.


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