En Venezuela, mal que bien, siempre existieron estrategias y contraestrategias políticas. Podíamos ver una tradición para la acción política, un modo de hacer las cosas, una técnica, unas prácticas, incluso, administrativas, con diferencias de estilo, por supuesto. Son cosas que, por lo general, paulatinamente, aprendíamos los que bregamos en nuestra juventud para montar una plancha al centro de estudiantes de un liceo o de una universidad pública, o hacer vida gremial en los más diversos ámbitos. El oficio político estuvo muy caracterizado. Se le distinguía como una suma de habilidades, pero también de profundas convicciones éticas y morales, aprendidas desde el hogar y la escuela aunque el chavismo las maldijo hasta la saciedad y las desprestigió. Así vimos cómo Hugo Chávez hizo de la antipolítica su mejor política.

Lo ocurrido en México es, en definitiva, el resultado de un colapso del modo de concebir y hacer la política, justificable hasta cierto punto, porque no hay otra salida tangible. Un régimen que emplea la fuerza, incluyendo la bruta, acepta sentarse a “negociar”, pero sigue intacto su curso destructivo, imponiendo el Estado Comunal, y cualquier otra idea que les venga y ayude a mantener el poder, jugando como le viene en gana con sus adversarios, apretándole los testículos, vacilándoselos e incumpliéndoles como siempre. Y, en nombre de la oposición, sin una verdadera representación de “todos” los sectores que se oponen y hacen vida dentro del país sin que nada ni nadie los haya elegido para ello, otros individuos se juran candidatos al premio Nobel de la Paz, entregando lo poco que nos queda, consecuentes con un pacto indefinido y vago que la mayoría desconoce, un memorándum de entendimiento que, en el fondo, es un entretenimiento. Una oposición que se dedica más a atacarse entre sí, para ver quién es o quién deja de ser el que más colabora con el gobierno.

De repente, aquellos que fueron los campeones en la lucha contra la dictadura y metieron el real parejo para publicitarse como los paladines en las protestas de 2017, poco les pesan los malheridos, los presos y los muertos de entonces, van a la Asamblea Nacional para correr, desesperadamente, a República Dominicana o a Noruega donde fracasan. Forman un gobierno interino, se reparten las embajadas y la administración de los bienes y activos de la República que lograron supuestamente recuperar, sin cuenta alguna de sus manejos, se van como perseguidos políticos -muchos sin estar en las listas- y vuelven como candidatos para lo que sea. Ahora, como si nada, se pasean por las calles, dizque buscando el voto de un ciudadano siquitrillado por la crisis humanitaria, la hiperinflación y los jefes de calle de las comunas o los consejos comunes. Con un desparpajo intolerable, pretenden borrar de un sólo plumazo lo que ayer dijeron, prometiendo arreglar su situación solo porque ellos son los candidatos, irrespetando y criticando a los que se quedaron comiéndose un cable y pateando a diario la calle.

Claudican rápido, porque fueron engatusados. Juraron que la política es, únicamente, exhibirse, derrochar físico en las redes sociales o en canales de televisivos donde, en algún momento pasado, denunciaron ser afiliados al régimen. Ante todo, son jugadores de damas chinas, pero no de ajedrez. Una y otra vez, demuestran que carecen de las más elementales habilidades y, lo peor, se desdicen con prontitud. Para eso, tienen columnistas tarifados, preferiblemente ubicados fuera del país, que los ensalzan. Son incapaces de patear barriadas o polemizar con fundamento. Son los propagandistas del momento. Luego, lo de México y sus consecuencias es una prueba demasiado patente de la involución del oficio político que parece más exigente y arduo en la elección de una junta de condominio, o en la de una directiva de un club campestre, que en los asuntos del Estado, del país, de toda la ciudadanía.

La oposición real necesita construir una masa política seria y creíble, dejar las apetencias personales y partidistas a un lado, respetar el trabajo y el liderazgo de los que tienen el mismo objetivo: un cambio para la Venezuela posible. Solo así podremos obtener la confianza del ciudadano que clama por un mejor vivir, La oposición real y unida debe recordar que hemos insistido, resistido y persistido para lograr unidos la salida en serio de un régimen que desde sus inicios declaró que la revolución es la destrucción del hombre libre y la democracia.

@freddyamarcano

 


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