Nada beneficia más a los opresores de Venezuela, a aquellos que hoy se ven a sí mismos como enemigos de los venezolanos y de lo mejor de la venezolanidad, que el ser subestimados, máxime porque a ello se suma la creencia, más extendida de lo que se podría suponer, de que sus «remordimientos» acabarán por doblegarlos, si no por destruirlos, y será la nación entonces libre gracias a ese «predeterminado» obrar de la naturaleza humana, aun cuando, en realidad, no existe una suerte de indefectibilidad en tal naturaleza que guíe las conciencias en una misma dirección.

Lo paradójico es que la manifestación de su ausencia de remordimientos, lo único sobre lo que jamás han mentido los jerarcas del régimen, es precisamente lo que mayor escepticismo ha generado en amplios segmentos de la sociedad, a tal punto que la burla se mezcla con un inconveniente consuelo de tontos, derivado de la errónea «verdad» preferida, cuando con desvergüenza hacen ellos alarde de semejante rasgo psicopático.

En todo caso, no han dejado de avanzar los secuestradores del país, durante los últimos 22 años, en su totalitaria empresa segadora de vidas, y lo han hecho por el camino que no deja de allanar el «ellos son brutos» con la ayuda de equivocadas creencias tranquilizadoras, de un muy peculiar pensamiento mágico y de una temible noción de malentendida paz, pero no obstante esta infausta realidad, es también cierto que aquellos subestimados opresores han subestimado a su vez a la nación que es blanco de su inconmensurable maldad, y en su yerro han abierto una puerta que ya no se puede cerrar en virtud de la fuerza del efecto multiplicador que producen las respuestas a las acciones con las que a cada instante intentan coartar libertades.

En su tiránica ecuación obviaron desde el principio estos déspotas la proverbial e idiosincrásica perseverancia que les impide a los venezolanos cejar en el empeño de ir en sentido opuesto de mandatos o acciones que van en contra de su modo de vida, de sus más arraigadas ideas y de sus deseos, incluso cuando las consecuencias de la violencia ejercida sobre ellos, entre estas el temor, hacen lucir triunfante a la resignación, por lo que sencillamente no son capaces aquellos de comprender que la respuesta a cada tropelía orientada a constreñir las libertades en el país será siempre el surgimiento de un mayor número de iniciativas con las que, de creativas formas, se abrirán espacios propicios para fortalecer cada vez más la cultura de libertad, tal como de hecho ha ocurrido en estos dos decenios.

Por tal razón cobra relevancia lo expresado por Miguel Henrique Otero a propósito de la arremetida, otra de tantas, con la que de manera infructuosa se intenta liquidar a uno de los principales medios venezolanos como parte de la enésima purga comunicacional que han emprendido los opresores de la nación, a saber, que El Nacional no desaparecerá, por cuanto no se trata este de rotativas e instalaciones, sino del producto de esa misma perseverancia por la que no se claudicará en la procura de un ser y de un hacer distintos a la dócil vida de subyugación que, cual cruel designio divino, aquellos pretenden que se tome por inevitable destino.

Pese a que la innecesaria violencia de estos aciagos años ha ocasionado una progresiva disolución del tejido social y una masiva huida del país, este rasgo compartido se ha interpuesto entre esos infames secuestradores y la definitiva materialización de su sueño de reducir a la sociedad venezolana a una masa conforme con su esclavización, por lo que hasta en la ruptura se ha buscado el aprovechamiento de cualquier oportunidad para la acción sinérgica en favor del derecho a decidir sobre la propia vida en un contexto de libertades plenas, y si bien las indecisiones y los errores respecto al cómo hacerlo no han sido pocos, ni por un segundo ha dejado el grueso de esta sociedad de anhelar e intentar avanzar, a través de mancomunados esfuerzos, por el camino de la emancipación.

Así, verbigracia, la destrucción del aparato productivo nacional ha sido terreno fértil para la expansión del microemprendimiento y la novedosa incursión en ámbitos económicos, que hasta el inicio de la debacle no habían despertado interés en amplios sectores industriales y empresariales del país, como formas de resistencia a la imposición de un empobrecedor modelo de dependencia.

Los intentos de imponer, por su parte, una especie de «cultura» socialista de la supresión, ha desencadenado un extraordinario movimiento literario y artístico cuyas repercusiones para Venezuela y el mundo todavía no se alcanzan siquiera a vislumbrar, y los de lograr una nociva hegemonía comunicacional, se han convertido en el mejor aliciente para un crítico ejercicio del periodismo, que atrae a más y más jóvenes, y en el catalizador de lo que ya puede reconocerse como el comienzo de la verdadera era dorada de la comunicación en Venezuela.

La labor de la familia de El Nacional en medio del descarado robo de sus equipos e instalaciones, de llegar esto a ocurrir, solo será su bautismo de fuego en la mejor etapa de su historia, así como la rocambolesca designación de un «protector», pero de la devastación, para la Universidad de Oriente, solo anuncia la mejor etapa de la lucha universitaria en el país.

La sociedad venezolana, sí, ha incurrido en costosos errores por los que los días del dictatorial régimen chavista suman hoy 22 años, sin que se vea cercano su fin, pero en el seno de este se adolece de una absoluta incapacidad para entender el carácter de los venezolanos, y esa, respetadísimos lectores, es la mejor de las oportunidades que se podrían aprovechar.

@MiguelCardozoM


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