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En Venezuela, desde hace unos cuantos años, la política ha estado divorciada de la ciudadanía. Basta recordar los sucesos de 1989, en especial el «Caracazo», momento en el cual se hizo patente una aguda crisis que evidenció las serias fisuras que había en el sistema democrático en el país, para comprender que nuestro suelo político estaba siendo dinamitado.

En ese crucial período político venezolano faltó una seria reflexión que analizara los aciertos y los desaciertos de los distintos gobiernos que dirigieron a Venezuela, no solo a partir de la caída de Pérez Jiménez, sino de la trayectoria política que se había recorrido desde iniciado el siglo XX. Obviamente hay serios estudios que marcan las excepciones, pero son voces que han clamado en el desierto. Prueba de ello es la repetición de errores políticos año tras año.

No voy a detenerme a hablar sobre los diversos y a veces engorrosos acontecimientos ocurridos durante ese largo período, porque me desviaría del objetivo de este escrito, dirigido a recordar que la Política es “el arte de vivir en sociedad”.

Jamás saldaremos la inmensa deuda que tenemos con el pueblo griego. Las escalas del pensamiento que aún nos pertenecen y determinan como Occidente fueron definidas por esa Grecia. Al acercarse cualquier lector al fabuloso libro La civilización griega. Las grandes civilizaciones, del insigne helenista, François Chamoux (1915-2007), lo primero que nos llama la atención en la «Introducción» es la concordancia que establece Chamoux entre las bondades del entorno geográfico del Mediterráneo y el pueblo griego. Aclara, con mucha sabiduría, que está “lejos de pensar como Taine, que todo se explica, casi todo, por la influencia del cuadro natural o del clima. Son los hombres los que hacen la historia (…) Pero no deja de ser cierto que esas condiciones facilitan más o menos la tarea (…)”. Y, ciertamente, Grecia tiene un territorio favorable, pero necesitó que el ser humano se hiciese digno de ese privilegio.

Y ese ser humano, indispensable para hacer la historia, fue primero un soldado, porque la “ciudad” (polis) lo requería; participó de la religión, porque la “ciudad” paterna así lo solicitaba. Y, parafraseando a Chamoux, tal manera de organizarse en sociedad fue el sello característico de lo que ellos consideraron un «hombre civilizado». Tengo plena conciencia de lo impropio que puede resultar la exclusión como ciudadanos de las mujeres, los metecos (extranjeros), y, por supuesto, de los esclavos.

Como era de esperarse, me voy a la Política de Aristóteles (Politiká podría traducirse como Tratados de tema político, es decir, relacionados con la polis) para citar una definición que resume lo que quiero destacar: «el hombre es por naturaleza un animal social [zoon politikon], y que el insocial por naturaleza y no por azar es o un ser inferior o un ser superior al hombre. Como aquel a quien Homero vitupera: sin tribu, sin ley, sin hogar (…)» (Política, I. 1253a 2-8). Además, el Estagirita enfatiza que «la ciudad, que tiene ya, por así decirlo, el nivel más alto de autosuficiencia (autarquía), que nació a causa de las necesidades de la vida, pero subsiste para el vivir bien».

La noción de ciudad (polis) fue una innovación característica y sutil de esa Grecia. Ha trascendido los siglos, fue y es el centro de su historia y su filosofía. Fue legada a Roma, quien la ajusta y la desarrolla para sí, y, de allí, fructifica en Europa. Es de esa concepción que nacerá otro principio capital en nuestra Historia, el concepto moderno del Estado. ¡Y esto es decir mucho sobre cuál es su importancia en la historia de nuestra civilización!

Más allá de las diferentes concepciones atribuidas a polis, cuando un escritor, historiador se refiere a esa idea está claramente hablando de política. La trascendencia que le adjudica a polis es evidente. Se está refiriendo a la unidad sociopolítica que sostuvo al universo griego y que, juntamente con la singularidad de su lengua, marca la distancia del llamado mundo bárbaro.

Es común que muchos traduzcan Polis y civitas por ciudad, dándole a ambos vocablos la denotación material. Ahora bien, polis y civitas poseen un carácter incorpóreo. Por eso, se vuelve necesario hacer un deslinde conceptual: «ciudad» puede representar la estructura, el diseño arquitectónico, urbanístico; pero puede referirse a la espiritualidad de la ciudad, entendiendo por ella aquella profundidad de las musculaturas del bienestar del ser humano en su relación sociofamiliar y con su propio yo; de esa relación brota la concordia entre las personas; ciudad puede representar también la política, la filosofía que sostiene a esa sociedad.  Entonces, polis podría entenderse en el sentido de nomos, una construcción social con dimensiones éticas, mientras que civitas al ius. Polis y civitas son dos maneras diferentes de entender la avenencia y las relaciones sociales.

Nuestra Venezuela repudió la política. Se empeñaron tirios y troyanos en romper la dupla politiké y el zoon politikon. Se equiparó Política, así, con mayúscula, con triquiñuelas, con politiquería. Y esta patria desdibujada, mancillada, tiene posibilidades de recobrar su nobleza, su hidalguía. Restablezcamos el nexo Política y Ciudadanía. Allí, en frente de nosotros, hay una posibilidad. Difícil, sí, pero posible. No hagamos de la frase «la unidad es la primaria» un cascarón vacuo. Al contrario, en medio de esta destrucción de valores, desaparición de nuestro ethos, me parafraseo a mí misma: ¡Ciudadanía y Política, volcadas en la Primaria, pueden constituir un nuevo diapasón de la democracia!

@yorisvillasana


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