Foto Prensa Miraflores

Sorprende la simplicidad de las propuestas de algunos en una situación política compleja como la venezolana: votar en cuanto evento se aparezca no importan las condiciones; negociar con el régimen la reinstitucionalización del funcionamiento del Estado comenzando por la convocatoria de elecciones generales justas, libres, competitivas y verificables.

Sobre lo primero, estamos colocados ante un falso axioma: si el régimen es rechazado ampliamente por la mayoría  social basta con ir a votar para que el cambio político se logre.

En referencia a lo segundo se parte del supuesto de que el régimen –pasando por alto su historial al respecto– diga que está presto a dialogar y buscar entendimientos para que el camino esté lubricado.

Conviene a estas alturas diagnosticar con realismo el cuadro político existente y la posibilidad de que ambas propuestas contribuyan a la superación de la crisis política venezolana. Priorizo lo político porque es la llave para poder acometer con éxito las demás facetas de la crisis humanitaria compleja en progreso.

Los proponentes de ambas alternativas subestiman o no toman en cuenta una serie de factores y situaciones presentes que dificultan la viabilidad y la materialización de las mismas.

Proponer, en estos momentos,  participar  en comicios regionales, locales o trabajar para activar un referéndum revocatorio sin que se hayan producido cambios sustantivos en las condiciones electorales que rigieron los últimos procesos electorales  es un acto de apoyo objetivo al régimen en sus objetivos continuistas, contribuye a maquillar su condición dictatorial y  a obtener cierta legitimidad democrática ante el mundo. Además, no es verdad que sirva para un proceso de acumulación de fuerzas, entre otras razones porque no sería acompañado por la participación ciudadana tal como quedó demostrado en 2018 y 2020.

La negociación propuesta sería, sin duda alguna, la mejor fórmula para el interés nacional; solo que su materialización está sujeta a que la dictadura acepte negociar una vía que le supone, salvo que las fuerzas democráticas se equivoquen mucho, su segura salida del poder debido al mayoritario rechazo de la sociedad al régimen.

No observo que el chavismo, en las presentes circunstancias y por un tiempo difícil de calcular en cuanto a su duración,  tenga incentivos para dar tan crucial paso.

El oficialismo percibe y no carece de razón que domina la situación porque no hay en el horizonte amenazas serias a la gobernabilidad. Ha logrado imponer su gobernanza mediante el uso, sin escrúpulos ni remilgos de ningún tipo, de los recursos que el poder les facilita (praxis congruente con su ideología y concepción totalitaria del manejo del poder), claridad estratégica, cohesión interna, calidad de las alianzas endógenas y exógenas construidas por Chávez y profundizadas por Maduro y también porque ha sabido utilizar la crisis humanitaria compleja, sus efectos y consecuencias (la diáspora entre otros), para afianzar su control del país; el sobrevenido virus chino  ha contribuido bastante al respecto.

No es tan cierto, al menos por ahora, que la grave situación socioeconómica los obliga a negociar como sostienen algunos; han aprendido a lidiar con la misma corriendo constantemente la arruga. La situación de caos controlado que se vive les ha sido funcional a sus propósitos continuistas y a los diversos intereses de sus aliados. La demolición en algunos casos y en otros la perversión de la institucionalidad consagrada en la Constitución vigente les ha servido para incrementar la construcción de una paralegalidad institucional cimentada en la absoluta discrecionalidad en el manejo de los asuntos públicos –esa es la función ahora de la Ley Antibloqueo–, mientras resuelven cuál es la institucionalidad acorde a sus intereses o definen qué es en realidad el Estado comunal.

Hasta cuándo podrá el régimen continuar surfeando y sirviéndose de la crisis para apuntalar su dominación no es sencillo determinarlo;  actúan en una especie de zona de confort no exenta de riesgos, como si estuvieran cabalgando un tigre. El castrismo ha logrado mantenerse en el poder en Cuba a pesar de la crisis perpetua y estructural que padece ese país.  El sistema castrista ha sido y parece seguir siendo el espejo y la referencia principal del chavismo.

Visto el cuadro político existente, a cuenta de qué el chavismo va a negociar su potencial desalojo del poder; lo mismo aplica para sus aliados, a quienes el régimen les facilita la consecución de intereses ideológicos, geopolíticos, económicos…

A lo que parece estar dispuesto el chavismo es a promover iniciativas de diálogo para confundir, ganar tiempo y obtener cierta legitimidad ante la comunidad internacional democrática. También a imponer internamente una negociación como la realizada con la mesita para un supuesto y todavía impreciso viraje económico. Para algunos, lo que se visualiza no es modelo de capitalismo chino sino un “crony capitalism” o capitalismo de mafias al estilo ruso. En todo caso, sea el chino o el ruso, se trata de capitalismos salvajes donde los derechos de los trabajadores son ignorados y los derechos humanos, civiles, políticos tampoco son respetados.

La potencial salida negociada solo sería posible si al régimen se le complica la gobernabilidad y la estabilidad política en tal magnitud que los convenza de que lo mejor para su futuro es el acuerdo aludido. Ese escenario está por construirse, no brotará espontáneamente.


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