Cada 22 de abril se celebra el Día Internacional de la Madre Tierra. Este día fue designado por Naciones Unidas mediante una resolución del año 2009, aunque su origen se remonta a 1970, tiempo en que la protección del medio ambiente no era una prioridad en las agendas políticas.

La madre Tierra es más que una proveedora esencial e imprescindible de vida y de sustento para todas y todos los habitantes de este planeta. Es fundamental empezar a reconocerla y a entenderla como un ser vivo que merece un trato amable, amoroso y respetuoso por lo que nosotros, sus hijas e hijos, debemos proporcionárselo.

Resulta impostergable que reflexionemos acerca de la recuperación y construcción de nuevas y más armoniosas formas de relación entre los seres humanos y la naturaleza. Nuestra única garantía de conservar la existencia humana es revertir y mitigar los daños que hemos generado, por esta razón el tema de este año es: Restaurar nuestra Tierra.

En 2019, antes de la llegada de la pandemia de la COVID-19, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) ya advertía en su informe anual: “Nuestra salud estará cada vez más amenazada si el mundo no toma medidas urgentes para frenar y reparar los graves daños causados al medio ambiente. La contaminación del agua, del aire y los desechos químicos amenazan la integridad de los seres humanos y hasta su capacidad para reproducirse”.

Los cambios provocados por el hombre en la naturaleza, así como los crímenes que perturban la biodiversidad: la deforestación, el cambio de uso del suelo, la producción agrícola y ganadera intensiva o el creciente del comercio ilegal de vida silvestre, ponen en peligro los ecosistemas que conforman la vida y el equilibrio necesario en el planeta.

La naturaleza misma tiene un importante papel que desempeñar ante la crisis climática que vivimos. La evidencia sugiere que las Soluciones Basadas en la Naturaleza (SbN) son la mejor opción para enfrentar algunos de nuestros desafíos sociales más urgentes, entre ellos: la amenaza de la disponibilidad del agua, el creciente riesgo de desastres naturales o el cambio climático. Un ejemplo patente es la obtención de energía limpia y renovable a partir del aprovechamiento de las olas del mar, lo que se conoce como energía undimotriz.

Estamos plenamente interrelacionados, de la salud de los ecosistemas depende directamente nuestra salud y la del planeta. Las prácticas agrícolas insostenibles han causado problemas ambientales como la degradación de la tierra, la deforestación y las emisiones de gases de efecto invernadero.

Ante la actual emergencia climática y sanitaria urgimos de un cambio radical en mucho de lo que hemos venido haciendo, entre ellos resulta esencial transformar los sistemas agroalimentarios para que sean más respetuosos con el clima, sostenibles, innovadores, nutritivos y resilientes.

Restaurar nuestros ecosistemas dañados representa la restauración misma de la Tierra. Esto ayudará a acabar con la pobreza y combatir el cambio climático. Pero para conseguirlo, debemos hacer uso de la innovación y, al mismo tiempo, recurrir a las prácticas ancestrales y a los métodos agrícolas practicados por los pueblos originarios.

Las medidas de restauración involucran muchas acciones, podríamos citar la siembra de árboles o la siembra de árboles frutales en los bosques, ya que estos brindan un doble beneficio. Por un lado, favorecen la seguridad alimentaria y mejoran la calidad de la dieta de los pueblos indígenas y por otro, protegen los suelos de la erosión, fijan carbono atmosférico y contribuyen al sostenimiento de la fauna local.

Pocas personas están conscientes de que nuestros hábitos alimentarios impactan directamente al medio ambiente. Se sabe que las dietas altas en proteínas de origen animal tienen una huella hídrica muy alta. En términos sencillos esto quiere decir que para producir 1 kilo de carne de vacuno se requieren 15.000 litros de agua, mientras que para producir otras fuentes de proteínas como lo son las leguminosas o granos se requieren 50 litros de agua por un kilo.

Otro ejemplo, de hábitos inadecuados que afectan nuestro planeta es el desperdicio de alimentos. Actualmente se desperdicia un tercio de todos los alimentos producidos a nivel mundial. Si no cambiamos esta situación, será necesario aumentar la producción de alimentos en 50% para satisfacer la demanda de alimentos en el planeta para el año 2050.

Es responsable preguntarnos, qué podemos hacer en nuestra cotidianidad para sumarnos a la restauración del planeta. Sin duda alguna ayudaríamos mucho haciendo un uso responsable de los recursos naturales, evitando el uso de pesticidas y fertilizantes, reutilizando y reciclando, comprando productos respetuosos con el medio ambiente, prefiriendo alimentos locales y producidos de manera sostenible.

En este sentido, existen experiencias muy interesantes en el mundo, tal es el caso Suecia, país que ha logrado posicionar en la sociedad una cultura del cuidado del medio ambiente. En la actualidad poseen unos de los sistemas de gestión de residuos más eficientes del mundo, logrando reciclar tanto y tan bien que deben importar desechos de otros países vecinos para que sus plantas sigan reciclando y generando energía a partir de ello.

Salvar el planeta es salvarnos a nosotros mismos, y no es solo un asunto de los gobiernos o de los organismos internacionales, es un asunto de todas y todos. Un camino que debemos transitar con mucha consciencia individual y colectiva.

 


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