Por Dr. Luis Alfonso Sandia Rondón[1]

Nunca como en los tiempos actuales el sistema planetario había padecido las fuertes presiones de alteración y deterioro de sus recursos naturales como las que hoy se presentan debido a las actividades humanas. La contaminación ambiental, la pérdida de la biodiversidad y el cambio climático forman parte de esas graves consecuencias que ponen en riesgo la calidad y cantidad de los recursos naturales y la propia sobrevivencia de la especie humana.

Este alarmante escenario, fundamentado en evidencias científicas, ha sido objeto de reuniones y acuerdos entre líderes y organizaciones mundiales, lográndose hasta ahora avanzados consensos sobre el problema y sus causas, pero aún hace falta la puesta en práctica de acciones concretas sobre el territorio por parte de los gobiernos nacionales, regionales y locales, y sobre todo, por parte de la sociedad y sus actores, quienes tienen el reto de internalizar el problema y asumir la responsabilidad de adoptar acciones en el marco de una conducta y unos estilos de vida más sostenibles y amigables con el ambiente y, en general, con la vida de la Tierra.

A pesar de los graves niveles de daños ya generados y de las ingentes amenazas comprobadas, la sociedad global está a tiempo de reaccionar, llevando a cabo esfuerzos de actuación que desde lo local impacten positivamente y reduzcan esas preocupantes condiciones de alteración global. De allí que como agenda de toda la sociedad actual, y con el lema de no dejar a nadie atrás, en el año 2015 y en el marco de las Naciones Unidas,196 países aprobaron la Agenda 2030 y los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible. Con ellos se marcó una hoja de ruta para que en 2030 buena parte de los graves problemas sociales, económicos y ecológicos actuales puedan ser superados.

En ese sentido pueden surgir muchas opciones en el marco de un auténtico compromiso de responsabilidad y solidaridad planetaria y transgeneracional. Para ello hay que partir desde la concienciación ambiental, la creatividad, el sentido común, las decisiones políticas acertadas, la ciencia con responsabilidad, las tecnologías limpias, las leyes y el sentido común. Esas acciones podrán armonizar las actuales presiones de uso e intervención humana sobre el ambiente y la capacidad de respuesta, de recuperación y resiliencia de los recursos naturales y de los propios valores sociales y culturales.

Entre esas opciones de conciliación que deben establecerse entre el hombre y el uso que este hace de la naturaleza, el turismo tiene un papel preponderante. Mucho se ha avanzado en denominar esta actividad humana, propia también de los tiempos actuales, como la industria sin chimeneas; pero ¿es cierta tal afirmación?

El turismo mueve millones de pasajeros a nivel mundial cada año, quienes viajan miles de kilómetros en aviones, barcos, autobuses y otros medios, cuya fuente de energía principal proviene de los hidrocarburos, responsables de la emisión del CO2, gas de efecto invernadero, que se acumula en la atmósfera e incrementa desproporcionadamente la capacidad de la capa de efecto invernadero para retener calor, fenómeno a su vez responsable del cambio climático.

El turismo de masas interviene distintas áreas naturales del planeta con grandes obras de infraestructura como hoteles, aeropuertos y carreteras, alterando sus ecosistemas a través de la deforestación y los cambios de uso del suelo, y generando externalidades ambientales como residuos sólidos y líquidos, ruidos, contaminación y otros males sociales con incidencias en la idiosincrasia local y la transculturización. Ese turismo mal practicado, muchas veces solo beneficia económicamente a unos sectores, manteniendo la precariedad de vida de los habitantes y trabajadores locales, y sosteniendo un círculo vicioso de efectos ambientales dentro del insaciable desenfreno de las masas de turistas que, con frivolidad, solo persiguen la foto que compartirán vanamente en sus redes sociales.

En efecto, muchas “chimeneas” están detrás de la industria del turismo convencional: las de la extracción de materias primas; las de la construcción de las faraónicas edificaciones y obras de infraestructura en frágiles ecosistemas naturales; las de las industrias, que proveen los accesorios necesarios como textiles, muebles, vajillas, cerámica, plástico, cosméticos y perfumes, entre otros, que demanda el ingente número de turistas cada año; pero también están las del sector agroindustrial, que amplían las fronteras agrícolas para ofrecer las grandes cantidades de alimentos requeridos por el turismo, buena parte de los cuales se derrochan en bufés, en exquisitas mesas de restaurantes y en las cocinas, terminando irresponsablemente una tercera parte de ellos en el cesto de la basura.

Ese turismo de masas y todas las otras actividades socio productivas conexas, como la explotación de materias primas, la manufactura y los servicios, que afectan sistemas marino costeros, llanuras, selvas, montañas, pueblos, ciudades y culturas, debe cambiar, y esto solo será posible en la medida en que la sociedad toda transforme sus estilos de vida hacia formas más responsables y solidarias con el ambiente, con la vida del planeta y con la propia vida humana actual y futura.

Una opción posible, que desde hace décadas se practica en muchos países, es el turismo alternativo: ecológico, ambiental, de la naturaleza o ecoturismo. Este turismo refuerza los valores del patrimonio ecológico y natural de los ecosistemas, su geografía, sus paisajes y su cultura, contemplando e infiltrándose de forma inocua en las estructuras naturales y sociales de esos entornos donde se practica, para vivirlos y disfrutarlos, procurando dejar la menor huella ambiental posible. Es una opción sostenible para difundir, promover y valorar entre propios y extraños la diversidad de las distintas regiones del mundo y de las tierras profundas de los países, reconociendo los valores totales de esos territorios, sus escenarios paisajísticos, su riqueza ecológica, sus manifestaciones culturales, su gastronomía, sus productos, sus modos de vida, su música, su arte, su historia, sus tradiciones y la idiosincrasia de sus habitantes.

A partir de ese contexto, dos académicas de la bicentenaria e ilustre Universidad de los Andes, adscritas a la escuela y al instituto de Geografía y Conservación de los Recursos Naturales “Dr. Antonio Luis Cárdenas”, las geógrafas María Teresa Delgado de Bravo y Ceres Isabel Boada Jiménez, nos ofrecen una extraordinaria obra Geografía y turismo para el desarrollo sostenible: la modalidad geoturística, editado por la Dra. Ana Hilda Duque (Editorial del Archivo Arquidiocesano de Mérida, Serie Estudios: 25; 2021. Primera edición).

Las autoras, con base en su dilatada carrera de estudios de la geografía humana e integral, en su práctica docente, en sus calificadas publicaciones y en sus proyectos de investigación, desarrollan de manera amena, pero con alto rigor técnico-científico los principios y fundamentos del “geoturismo” como una modalidad del turismo alternativo que promueve, desde un enfoque integral,el desarrollo local sostenible. El mismo, a partir de consolidados y bien pensados procesos de planificación, integra los atractivos y recursos naturales y culturales, tangibles e intangibles del territorio como medio de sostenimiento social y económico para el lugar y sus habitantes, quienes se empoderan y participan activamente del proceso. Desde la práctica de la geografía como ciencia integral para la gestión sostenible territorial, las autoras entienden el geoturismo como “el turismo de los lugares”, basado en la valoración del análisis geográfico, los principios de la geografía y su ventajoso aporte en el abordaje y la sustentación de esta modalidad de turismo alternativo.

Esta obra representa en definitiva una atractiva propuesta para la región andina y el país en general, que presenta inmensos retos para su desarrollo integral y sostenible. En efecto, como lo dijera magistralmente otro maestro de la geografía venezolana, el Dr. Leonel Vivas Jerez, la Megadiversidad físico-natural del territorio venezolano representa todo un banquete de posibilidades ecológicas y humanas, que hacen de Venezuela un verdadero paraíso con inmensas potencialidades. Entre esas grandes potencialidades, el geoturismo tiene una importancia de primer orden.

Como alumno que he sido ―y seré siempre― de las profesoras María Teresa Delgado de Bravo y Ceres Isabel Boada Jiménez, con inmenso placer presento este libro, en el que se recogen años de reflexión geográfica para que, tanto académicos, actores y gestores públicos tomadores de decisiones, el sector privado y las comunidades, puedan invertir los esfuerzos y recursos necesarios para consolidar el geoturismo como una opción cierta, valedera, posible y sostenible para el desarrollo local y nacional.

La obra además se presenta como parte de una iniciativa editorial única en el país, emprendida por la Dra. Ana Hilda Duque, geógrafa, penitente promotora y defensora del acervo cultural andino y venezolano, quien desde la Dirección del Archivo Arquidiocesano de Mérida, en estos dos años de pandemia, se propuso publicar casi 30 obras de distintos perfiles y autores que recorren la ciencia, el desarrollo, la historia, la cultura y el arte, y que son testimonio vivo de que ninguna adversidad puede llevarnos al letargo en el compromiso supremo de construir país. Esta es una demostración de que la llama de la creatividad, la resiliencia y la férrea voluntad de los venezolanos se mantiene viva en su comprometido empeño por engrandecer nuestra tierra día a día.


El libro “Geografía y Turismo para el Desarrollo Local Sostenible: la Modalidad Geoturística” está disponible en formato digital a través del link:

http://arqmrd.no-ip.org/anexos/21/12/16/GEOGRAFIA%20Y%20TURISMO%20DEF..pdf

 

[1] Profesor titular de la ULA, Presidente de la Academia de Mérida y director del Centro Interamericano de Investigación en Ambiente y Territorio (Cidiat) de la Universidad de los Andes


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