“¿Quién es un criminal mayor? ¿El que roba un banco o el que funda uno?” Bertolt Brecht

Dos de los más dominantes sistemas sociales y económicos, de los que se reclama el mundo en la hora actual, son sin dudas, aquellos que conocemos como democracia y capitalismo. Ambos, no obstante, tienen en común que, si bien lucen al compararlos con otros, en su base racional insustituibles también son severamente cuestionados. Es como si quisieran cambiarlos, pero no saben y no acaban de convencerse cómo ni por cuál. Inconformidad, decepción, dudas se dejan ver y oír frente a ellos.

En efecto y en paralelo; la evidencia histórica muestra el grosero fracaso, como  experiencia y corriente del pensamiento económico y social, del socialismo y no sería serio discutirlo, pero tampoco podemos dejar de reconocer las desigualdades que suelen soliviantar los espíritus y se les tiene por generadores de iniquidades, inherente al turbulento, desafiante y reprochado capitalismo.

En la Venezuela que vivimos, somos testigos de un desastre mayor que el mundo todo, por cierto, mira entre perplejo y estupefacto. El decurso y el ensayo igualitarista del chavismo no solo no logró sanar las patologías de la pobreza, sino que, además, impuso por las malas al país, la ruindad, el fracaso y la disolución de la nación in fieri.

La percepción universal transfiere algunas inferencias que pueden ser gravosas. De un lado, el socialismo acapara el desprestigio cuasi absoluto en la apreciación, no solo de las élites sino del común e igualmente, al menos a nivel de la empequeñecida pero influyente clase media venezolana, se llega a una inmadura conclusión; el liberalismo es la cura y el capitalismo franco y sin matices, la estrategia a seguir.

Ciertamente, las revoluciones a menudo trasladan como un péndulo las sociedades de un extremo al otro. La China socialista frustrada y paupérrima se despegó y abjurando de mucho y de todo, se ubicó en el otro  extremo y, fuerza es admitirlo, redujo y reduce la pobreza que la caracterizaba y le proporciona un crecimiento en todos los órdenes que la lleva a liderar el mundo. China es ya en buena medida, muy pronto lo confirman las previsiones, la potencia del porvenir.

¿Triunfó el capitalismo sobre el socialismo en China? Pareciera, aunque el orden político e institucional pretende ahogar otros satélites que se dejan ver en la constelación de la economía liberal, parientes del diseño político que acompaña el liberalismo, como los derechos humanos y especialmente aquellos que subyacen, con el hito individualista que bien sabemos fructifica incluso como una variable de la racionalidad sistémica.

En China no hay democracia ni nada parecido. Los chinos cambiaron todo, para que la oligarquía ideológica siguiera gobernando igual. Los derechos humanos son un exotismo y el Estado constitucional está sesgado por la hegemonía política que, al igual que en Corea del Norte o Cuba, dispuso un liderazgo de por vida y una soberanía delegada en el partido y en la jefatura institucional. Más que frecuente, en Asia, el autoritarismo ha sido una compulsión y sigue siéndolo.

En Cuba, el partido y la camarilla actúan de consuno conculcándolo todo, pero sin la seriedad de los asiáticos que admitieron y asumieron el descalabro socialista y se permitieron el giro. Cuba, de cambiar su política económica, daría una oportunidad a su gente de elevar rápidamente su nivel de vida, pero también traería a la secuestrada isla aires de libertad y bien sabemos que no es eso aceptable para los rufianes, estafadores y farsantes que gritan que en nombre de sus mayorías gobiernan y que estas, además, pagan el servicio con su alma.

La cosmovisión capitalista acabó, convino, aceptó, por decirlo así, un censor de justicia desde que se acuñó al Estado como representación, otro trazo que como una evolución lo completaría el Estado social. El decimonónico y su parte final, desnudo crítico al liberalismo, “al laissez faire, laissez passer, le monde va de luí meme”

Ofrecer como telos al poder y, a la estructura formal que lo aloja, un compromiso societario de servicio y de causación inclusive, corrigió una desviación denunciada por la inteligentzia. La lacerante, irritante y flagrante injusticia que suele fraguar el capital cuando no se le limita o no se le educa.

La denominada cuestión social que tanto desconcertó a los europeos, pero que también les hizo ver la verdad y racionalmente, asistió al salto cualitativo dentro de la noción de la incipiente ciencia social y a la admisión de la sociología. Comte, Durkheim, Weber, Marx, León XIII y cada cual por su camino, lograron que lo común naciera entonces de lo diferente, como ama decir el catedrático español Agapito Maestre.

Regresa a mi memoria una cita, creo de Lacordaire: “Entre el débil y el fuerte es la libertad la que oprime y la ley la que libera”. Con el imperativo social en las alforjas, con esa concienciación, con la convicción de que es menester a la potencia pública mediar y prontamente incluso intervenir, se echó a andar el Estado benefactor y con ello una rectificación que permitió a Occidente superar claramente la propuesta socialista a lo largo del siglo XX, abriendo el compás y no cerrándolo, para incluir y no excluir.

El capitalismo tiene una virtud, auspicia la competencia y exige productividad, protege al individuo en su aspiración de mejorarse y puede aprender de su sistema. El surgimiento de la macroeconomía y de la activación del rol del Estado como regulador es una interesante circunstancia que es necesario ponderar. La tendencia a abusar de la libertad, la presión por legitimar aquello que genera dividendos, ganancias, solo puede ser atajada por la pertinencia que, a través de la acción pública, reconoce la distribución equitativa de la riqueza como compensatoria, equitativa y justa. Es un forcejeo permanente entre el interés particular y la conciencia de que este conoce un limitante, en el interés de la comunidad.

El socialismo por su parte es rígido y refractario a las iniciativas de los particulares y dada su articulación totalizante, rechaza la espontaneidad y así, cualquier ejercicio libérrimo. Planificación y control estricto sostienen una edificación que, al contrario del paradigma liberal y capitalista, opone al individuó, el único referente genuino para la sociedad que es el dogma de que todo derecho solo a ella puede corresponder.

Lo dicho anuda con una reflexión que nos permitimos, una indagación y un interesante hallazgo sobre el trato que en medio de la Revolución francesa y denominándolo republicanizar, se le daba al comercio y que tiene notables constataciones al examen y cotejo del asunto.

En medio de la dinámica revolucionaria, se habló de republicanizar el comercio, para dar a entender que se le asignaba un rol al intercambio de bienes y servicios, dentro de la estrategia del proceso, educando la actividad para que, al tiempo que favoreciera el comercio, evitara el acaparamiento y la especulación.

Se mencionó hasta de “patriotizar” y se recurre así a la impronta ideológica que, como una razón común, por ella sola, prela, priva, prevalece y cubre cualquier ademán de rebote, de desconocimiento. El peso, pues, de la revolución sobre cualquier actividad de repercusión social y política.

Pero la república y la verbalización del sustantivo, suponen un compendio ético, un arquetipo moral al menos, un parámetro que coloca el telos como un prisma y desde allí, sujeta o quisiera hacerlo a la fenomenología ínsita al proceso. Republicanizar enseñaría al comercio que “no es la riqueza la que puede guiar el interés de la actividad sino la ventaja que la sociedad pueda obtener de ella”. O en paralelo, se lee en documentos de la época que “desde que la ganancia del comerciante es inmoderada, no solamente el negociante deja de serle útil al colectivo sino que se convierte en un enemigo por la usura que practica ante la multitud”. (Réimpression de l’Ancien Moniteur, 32 voll., Paris, Henri Plon, 1858-70, t. XIX, p. 591 et suiv.).

Traigo a colación el asunto siendo que, nuevamente, una vez más puntualizo, se debate sobre cómo la sociedad puede asegurar que sus miembros adviertan y asuman que si bien fuera de ella serían consciente o inconscientemente indefensos, dentro de ella, tienen deberes que compensan sus derechos o sus facultades como individuos y de allí, la necesidad de encontrar un balanceo racional y moral que ofrezca sustentabilidad.

Algunos dirán y con razón que en esa búsqueda podríamos caer en el dirigismo, en fórmulas que sesguen o contaminen la salud de la competencia pero, en paralelo, es también importante recalcar el celo que la misma libre competencia resalta como el fair play y de allí, a su concientización como actividad de interés social y no únicamente como de efecto particular. Barere lo resaltó, en medio de la polémica que el volcán de la revolución en constante erupción provocaba y atinamos, creemos, a comprenderlo.

El hoy criticado capitalismo, implacable, prevalido de su éxito económico engendra como la revolución y la democracia su propia némesis. El ideal humano tropieza con ese impulso que nos atraviesa transversalmente en cuerpo y alma y nos empuja a prevalecer sobre los otros, a extraer de los demás lo que nos beneficie y frecuentemente, sin escrúpulos ni pudicia. Se oye decir: “A las puertas del cielo primero yo que mi padre.”

Luego la queja y la dialéctica, han ido y vuelto desde siempre pero, especialmente en la modernidad, para evidenciar que no es aceptable el exceso aunque suele reiterarse inequívocamente. Podría decirse con Aristóteles que, nada es bueno en demasía, lo cual nos traslada a las tensiones que generan cambios y radicalismos y devienen luego en causas y efectos esperados y temidos. Nada es más difícil que la longevidad de la estabilidad que como los ciclos económicos aparecen y como un fantasma asustan, comprimen, desvían, enferman los mercados, sin que se haya encontrado vacuna alguna que los prevenga.

Henry Deleuze escribía sobre la irrupción en el mundo editorial de dos revistas en el Panamá de 1961. Se refería a una disputa de la inteligentzia. Tareas y Episteme competían desde talentos y posicionamientos en apariencia al menos divergentes. Deleuze resume así, Buscamos, dice Episteme, “no un acuerdo de soluciones, valioso solo para correligionarios de partidos políticos, sino un acuerdo de Problemas– Se trata de compartir preguntas, problemas. El problema y no la solución es el supuesto de la ciencia. Aspiramos a ser no el hombre que tiene una respuesta para todo, sino el hombre con una pregunta para todo. Y con hombres así deseamos tratar”.

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@nchittylaroche


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