Saber interpretar la naturaleza de la incursión china en cada país de América Latina es uno de los más importantes retos para cualquier gobierno del entorno. No existe uno solo en nuestro subcontinente que se encuentre al margen de su presencia y de su influencia, de allí que poder calificar la naturaleza del interés dentro de la geografía de cada país es esencial para determinar los límites que deben establecerse dentro de la interacción bilateral y cuanto es bueno comprometer con Pekín en una relación que debe ser gananciosa para los dos lados.

Solo que ello resulta ser una tarea muy compleja. El primer interrogante es cuál motivación ha tenido, tiene y tendrá el gigante de Asia para incursionar en diferentes espacios geográficos lejanos con estrategias y políticas de desarrollo distantes unas de otras y con gobiernos de orientaciones diversas, los que, además, evolucionan y cambian a velocidades siderales. No puede ser el mismo interés de China en promover su inserción en Chile que en Venezuela, no puede ser igual la motivación para entrar en Panamá que en Brasil, no se parecen entre sí los negocios que acomete en Perú con los que desarrolla en México, al tiempo que no mira con los mismos ojos ni arriesga lo mismo en países pequeños como Guyana o los que inicia en El Salvador.

Pero el caso es que China tiene ya bien establecidos tentáculos en cada uno de y que tanto en el campo de las inversiones como en el del comercio se han construido lazos estrechos de una “cooperación” bilateral que reviste formas de interacción, de inversión de cogobierno, de colaboración a fondos perdidos o arreglos de reciprocidad diferentes. La construcción de viviendas, la extracción de materias primas básicas, el desarrollo de obras de infraestructura hasta en el terreno de lo digital, el aporte de equipamiento industrial, la cesión de tecnologías de punta, la minería, la industria de material armamentista, la transmisión de conocimiento informático y de sistemas, el desarrollo de telecomunicaciones, el comercio electrónico, el sector automotor, el agropecuario y el agroquímico, las energías renovables y hasta los servicios financieros, son actividades que están todas presentes dentro del espectro de las relaciones económicas con el subcontinente y se ahondan, se fortalecen y se tornan más dinámicas en la medida en el  tiempo avanza.

Ante esta diversificación en la relación que data de bastante antes de la Iniciativa de la Ruta de la Seda toca interrogarse cuál es el leitmotiv, la inspiración ideológica, la causa eficiente de esta creciente presencia y de esta estrategia de penetración. O al menos conocer cuál es su común denominador para ajustar una estrategia conjunta e individual a esta tentacularidad y extraer de ella el mayor beneficio.

Después de muchos años de observación del fenómeno de la globalización del gigante no puedo sino apreciar que ha existido un marcado interés en Pekín en equilibrar el juego de poderes en el planeta, dada la importancia relativa mayor que juega Estados Unidos. Esto lleva a su administración, y particularmente a la de Xi Jinping, a detectar y poner en marcha estrategias de acercamiento a la medida de cada país sin olvidar el de al lado. Conseguir la fidelización del gobierno de turno, sin olvidar al vecino, es lo que está en el trasfondo de esta fórmula. Puede que suene demasiado elemental, pero esa y no otra, igualmente, es la filosofía de la antigua y la nueva Ruta de la Seda. Nunca en su enunciado se verbalizará la intención de gravitar cada vez de mejor manera y de convertir al mundo en su área de influencia para conseguir beneficios para si. Y es que no hay nada de ilegítimo en ello. Lo que debe haber como respuesta del otro lado de la ecuación es la utilización de tal modo de interacción de manera de salir favorecido del bilateralismo. Así, mientras la relación ha beneficiado notablemente a Perú, está volviendo totalmente tributaria a Guyana y ha dejado por fuera de beneficios potenciales a Colombia.

Por lo tanto, es preciso inclinar el fiel de la balanza hacia un beneficio neto del más débil que en este caso no es China. El nuevo reacomodo de las relaciones internacionales que será el resultado de las dos crisis en desarrollo – pandemia y guerra- es la oportunidad justa para hacer valer el peso específico de la región y la fortaleza relativa de su crecimiento, no como naciones o como espacios geográficos individuales, sino como unidad de peso global. La población de América Latina equivale a la mitad de los consumidores chinos, y ello no es poca cosa.


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