injerencistas

Estamos en presencia de un fenómeno tan raro como una lluvia de unicornios: los dinosaurios del pasado han decidido quedarse, ignorando el mandato popular. Sí, esos mismos que fracasaron con destreza, engañaron con distinción, estafaron con maestría y se burlaron inmisericordes de la ciudadanía.

Como si ansiosos nos recuerdan memorables días en que las ilusiones se evaporaban, mientras disfrutaban de las interminables e infructuosas negociaciones, banquetes de complicidad y viajes de convivencia. Quién puede olvidar los momentos gloriosos en los que la esperanza era como globos inflados, solo para ser pinchados una y otra vez por las promesas incumplidas, artimañas políticas, desconocimiento de la palabra empeñada y nunca la rendición de cuentas.

Niegan su destino, como antiguo modelo de colección. No importa si sus políticas están pasadas de moda; sus discursos suenan más rancios que un queso olvidado en el fondo del refrigerador o si su capacidad de conexión con la realidad, es tan sólida como un castillo de naipes en un huracán. Exigen, demandan y reclaman el espacio político como sea y sin miramientos; traicionando, difamando, aprovechándose de cualquier oportunidad, por innoble y rastrera que sea.

Admirable la audacia con la que intentan recuperar lo perdido, despreciado y malversado en la arena política. Después de todo, no cualquiera tiene el valor descarado de enfrentar a un electorado que los desprecia, rechaza y recuerda más por sus algarabías simuladas, que por sus logros. ¿Cómo dejar de lado la confrontación acordada y olvidar historias épicas de corrupción y enriquecimiento ilícito, mientras las arcas públicas se volvían más ligeras que una pluma en el viento?

Y qué decir de su pericia para mofarse de sentimientos y desairar aspiraciones. ¿Quién necesita propuestas concretas y soluciones realistas cuando se puede simplemente prometer «un futuro mejor» y esperar que la gente olvide? Esa misma promesa lleva décadas rondando sin cumplirse.

Conmovedor observar cómo han evolucionado. Si antes solo eran capaces de enviar volantes y dar discursos fastidiosos e interminables, ahora pueden hacerlo también en redes sociales. Aunque, su dominio de las plataformas digitales es tan impresionante como un pingüino tratando de volar.

Cuestionan la legitimidad de la primaria que eligió al líder y voz de la oposición, argumentando que solo se refiere a la escogencia del candidato presidencial, y lo demás, debe seguir sometido al lineamiento del impresentable G4.

Obligan a renunciar aspiraciones -sin dar la pelea y en rendición previa-. Cuando se está derrotado por abrumadora mayoría es fácil exhibir desprendimiento y convocar al sacrificio unitario. De allí, el ridículo y absurdo consenso, exponiendo con ligereza: los líderes opositores, independiente de su historial, deben demostrar disposición a ceder por el bien común.

Utilizan como bufones la inhabilitación írrita, ilícita e ilegal como razón. Sin la valentía de argumentar que, en lugar de rendirse ante las dificultades, los verdaderos líderes aprovechan su influencia para redoblar la apuesta, no recular ni bajar los brazos, luchando por elecciones con integridad electoral.

Finalmente, limitan el tiempo para liderar, olvidando a conciencia su perpetuidad indecente, y que la verdadera oportunidad de un liderazgo sostenible surge cuando se demuestra coherencia, ética y compromiso con las aspiraciones ciudadanas, principios y valores democráticos.

Estos astros políticos son como un déjà vu que nadie pidió. Revivir los días en que la política era más un circo que un ejercicio de servicio público. Así que prepárense para asistir a este espectáculo surrealista en el que los protagonistas olvidados intentan reclamar un lugar, y mantenerse con argucias. Como buitres inútiles, buenos para nada, que pacientes desean y esperan la muerte política de quien heredarán.

@ArmandoMartini

 

 


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