«Desmayarse, atreverse, estar furioso» (Lope de Vega)

Al principio me pareció una buena idea, mejor aún, una idea fabulosa. En un pueblo de Madrid a algún loco se le ocurrió convertirse en grafitero y llenar de versos las paredes y las fachadas blancas de las casas. En un rincón del pueblo se leían frases tan paradójicas como esta «cuando madures, búscame. Estaré en los columpios». Y claro, uno se queda con la duda de qué ha querido decir el escribiente. Personalmente, yo interpreto que madurar significa recordar que uno fue niño y columpiarse es algo que no se olvida nunca. Es lo bueno de la literatura, su carácter connotativo. Que cada cual entienda lo que quiera. Hay muchos versos pintados por las diferentes viviendas, rincones y muros del pueblo. El pueblo se llama Colmenar del Arroyo. Posiblemente esté preguntándose de dónde salen estas ideas. Yo también me lo pregunté y encontré que el origen se encuentra en la cabeza de un poeta mexicano, Armando Alanís Pulido. Este hombre inició la revolución poética en Monterrey (México)escribiendo en las calles ‘Adoro todo lo que no es mío. Tú, por ejemplo’. A España llegó de la mano de Luis Santos, lector de poesía y vecino de la pequeña población madrileña. Los medios de comunicación trataron el tema («El pueblo de Madrid con versos escondidos que fomenta el buen rollo con sus visitantes» / Carla Royo-Villanova, 28.1.2023.-20minutos)*

__

Como decía, en un principio, la idea me gustó mucho. Claro que, pensándolo despacio pensé que a lo mejor no resultaría agradable tropezar a diario con mensajes literarios que ocupasen el libre fluir de pensamientos de cada individuo. A ver si me explico, los hombres gozamos de ciertos sentidos como el oído y el olfato que permanecen encendidos, en alerta, por decirlo así, sin descanso. Cada vez que nos sorprende un ruido fuerte, cada vez que nos ahoga un olor desagradable lo pasamos mal, pero nuestra naturaleza nos obliga a percibirlas. Lo mismo sucede con otras cosas gratas: un perfume, la risa de un bebé, un solo de saxo.  Sin embargo, la vista – y con ella, la lectura- es voluntaria puesto que uno mira o no mira, lee o no lee. Quien no quiera leer que no lea. Me extraña leer lo que estoy escribiendo; parece que defiendo la libertad de permanecer iletrados. En cierto modo, creo que estoy a favor también de esta libertad, y del ‘tonto el que lo lea’. Que yo recuerde, mi padre no me agarraba la cabeza con las manos para obligarme a leer. Me recordaba -insistente, eso sí- que tenía que estudiar. Mi padre siempre decía que el dinero que pagásemos por un libro era dinero bien gastado. Pero, centrémonos en el asunto que nos ocupa. Ni siquiera hoy un chaval de 16 años está obligado a leer a los clásicos. No pasa nada si desconoce a Bécquer o Espronceda. Me refiero a que actualmente parece ser que la poesía carece de la importancia que merece. No aprecio gestos de disgusto en quienes no leen nada de Quevedo o Lope de Vega, o eso creo yo; y corríjame si me equivoco. Conozco a gente que argumenta la falta de madurez de los adolescentes para atreverse con ciertas obras y autores. Y yo argumento, que no hay otro momento mejor que este para empezar a leer literatura. Por supuesto, no leer a todas horas. Que no tengas que ver poemas en todas partes. Que no te metan endecasílabos por los ojos a la fuerza. Ahora bien, si eres seducido una vez, ya sabes que estás perdido. Dentro del laberinto la única salida es seguir un camino, caminar con un verso en la memoria, leer más y más estrofas. La disciplina es la disciplina. Renunciar al poema, equivocarse, intentarlo otra vez y enamorarse

___

*«El pueblo de Madrid con versos escondidos que fomenta el buen rollo con sus visitantes» / Carla Royo-Villanova, 28.1.2023.-20minutos

(20minutos.es/colmenar-arroyo/)


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!