José Antonio Primo de Rivera decía que “…la derecha es la aspiración de mantener una organización económica, aunque sea injusta, y la izquierda es, en el fondo, el deseo de subvertir una organización económica, aunque al hacerlo se arrastren muchas cosas buenas…”. Un particular enfoque de la vieja dicotomía ideológica originaria en la Francia revolucionaria de 1789 –los valores de la tradición y continuidad del conservadurismo, de las libertades económicas, en discrepancia con las nociones dejusticia social, solidaridad, supremacía del Estado y planificación económica centralizada–.

La Venezuela de nuestros días aciagos, es resultado de ese empeño en subvertir una organización económica qué con todas sus imperfecciones, había dado sobradas muestras de viabilidad en beneficio de las grandes mayorías –aunque sin duda era preciso corregir entuertos y desviaciones, naturalmente, sin destruir entidades que acumulaban valor y gozaban de estimación general–. La evidencia es palmaria: una de las principales y más exitosas empresas petroleras del mundo contemporáneo, hoy se nos exhibe arruinada por los contrasentidos y malversación del régimen, a lo cual debe añadirse la pérdida de numerosas unidades de producción a nivel primario, tanto como considerables exponentes de la industria y de los servicios. A fin de cuentas, han prevalecido intereses de grupo –no necesariamente de clase–, anidados en la partición veleidosa de izquierdas y derechas abstractas. En puridad de conceptos, ¿Quién puede válidamente sostener que el régimen es esencialmente de izquierdas? Los rasgos de oportunismo salvaje arrollan esa pretendida apariencia ideológica que todavía –después de tantos desastres y corruptelas–intentan homologar sin argumentos de fondo.

Pero vayamos a la realidad que nos concierne en la hora actual. Aquí no se trata de derivar el país hacia una de las pendientes ideológicas previamente referidas –no es asunto de ideas sino de sentido práctico y genuinos deseos de atender debidamente las impostergables necesidades de la gente común–. Las tendencias políticas del hemisferio se debaten entre la sensatez y la conciencia de nuestra condición y posibilidades por una parte y, por la otra, el revanchismo y la pequeñez de unos cuantos oportunistas embadurnados de ideologías que no comprenden ni comparten realmente–para muchos no pasan de ser el ardid utilitario en el afán de embaucar a las masas–. En el caso venezolano seguimos inmersos en una severa crisis que no encontrará solución hasta tanto no seamos capaces de cambiar el procedimiento y determinar el liderazgo político verdaderamente idóneo para reencausar al país sobre la senda de la institucionalidad republicana y el resguardo del orden público. Nos encontramos ante un régimen usurpador enfrentado a una institucionalidad novelesca–la del gobierno interino–, ésta última todavía reconocida por numerosos países integrantes de la comunidad de naciones democráticas, todo ello devenido en “juego trancado” que mantiene a millones de ciudadanos en condiciones paupérrimas; quede claro que la pluralidad de una intervención hasta ahora no violenta y sostenida presión internacional no han sido del todo estériles. A fin de cuentas, no se trata de salvar a cualquiera de las dos posiciones enfrentadas, sino de resolver las urgencias nacionales que están por encima de los intereses de grupo y que ninguna de las partes es capaz por sí sola de arbitrar y de solventar.

Más allá de la controversia que nos concierne a todos, la ciudadanía activa a través de los gremios y asociaciones debe asumir un papel no limitado a ondear banderas, aplaudir y sonar pitos y flautas en las marchas opositoras –en el ejercicio de sus derechos políticos debe ser más exigente con el liderazgo opositor que hasta ahora, salvo honrosas excepciones, solo ha pensado en su limitada parcela de poder e intereses creados–. Lo que estamos viviendo en esta Venezuela de la decadencia resulta indignante; pero ello no basta para salir del tremedal histórico que nos envuelve. Tenemos que aprovechar la oportunidad que nos brinda la actual coyuntura política para renovar liderazgos y estrategias que de una vez por todas hagan la diferencia.

Una última reflexión sobre el vaporoso optimismo de quienes creen asistir a una reactivación económica sustentable. Puede que en números estemos registrando un mejor desempeño; pero este solo cubre las expectativas de un reducido grupo de agentes económicos y muestra un público consumidor que escasamente alcanza los 3 millones de habitantes. Insistimos, son más de 23 millones –ello incluye a muchos migrantes– quienes no comen completo. Y lo peor del caso es que sin gobierno cualificado ni autoridad monetaria capaz de defender el valor interno y externo de la moneda de curso legal –el bolívar vergonzosamente desaparecido–ni menos aún mantener una cierta estabilidad de precios, seguiremos sometidos a continuas presiones inflacionarias aún con una economía dolarizada –véase la subida de precios en moneda extranjera que registran incluso los mercados populares–. El régimen no puede con ello y la oposición política no ha sabido enseriarse –hay excepciones, sin duda– ni ser parte de la solución.

Es hora de asumir y naturalmente de afrontar la quiebra moral y económica del país, pero no con resignación impotente, sino comprensión de la verdad inmanente y sentido de la oportunidad que una vez más se nos presenta para salir de la crisis.

 


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