Sea cual sea la fecha de cambio en la Asamblea Nacional, cuyo esfuerzo hasta ahora puede ser discutible en más o en menos pero no desconocido, los diputados y en especial el equipo directivo deben dar ejemplo del nuevo país por el cual aseguran estar luchando. Llevamos demasiado tiempo en el ejercicio perverso, retorcido y distorsionante de un régimen inspirado en el castrismo experto en indignidades, picardías, argucias y mentiras; el primer paso para la reconstrucción de Venezuela no es un simple y democrático cambio o ratificación de representantes, sino una rendición minuciosa de cuentas, y explicación de gestión.

Nótese el uso de la palabra “reconstrucción”, no “restauración”, porque fueron las fallas, deleites y complicidades de aquella Venezuela del cuarto final del siglo XX, que derivó hasta la desastrosa del primer cuarto del siglo XXI.

No se pueden negar los méritos democráticos de aquel país en el cual muchos nacimos y cuyas consecuencias todos heredamos. Democracia con pifias había, sin la menor duda, pero también distracciones, triquiñuelas políticas con mucha cara y poca vergüenza, ciudadanos que vivían como si esos políticos fueran el ejemplo y no la distorsión. Entendamos que un político lo es porque tiene vocación de servir a sus conciudadanos. Cuando empieza a compartir esa vocación con la innoble e injustificable de servirse a sí mismo, se convierte en politiquero además de bandido, solo que especializado y sin pistola en mano. Escándalos aberrantes e internacionales como el de los sobornos Odebrecht, para solo mencionar uno, no serían posibles sin políticos y empresarios de oportunidad, esos que hoy llamamos “bolichicos”.

En la reconstrucción de una nación, que tocará hacer una vez nos hayamos quitado de encima el carnaval letal y descarado del castrismo venezolano, chavista primero, madurista después, político-militar siempre, que nos ha transformado de una ciudadanía con sueños y propósitos en un pueblo arruinado, desesperado, hambriento, limosnero y en fuga, el primer ladrillo de la reconstrucción es inocular con decisión la dignidad ciudadana, conciencia del político y burócrata de ser un servidor público, un hombre o una mujer que consagra su vida a hacer funcionar al Estado y al país en beneficio ciudadano.

Rendir cuentas cada diputado de la Asamblea Nacional que el régimen asociado con unos pocos fracasados con ansias de poder pretende retorcer; rendir cuentas el presidente, vicepresidentes y los jefes de comisiones del Poder Legislativo, y que ese ejemplo se convierta en punto de partida para una Venezuela de verdad nueva, diferente. Porque la democracia no es solo igualdad de trato para todos, sino también de compromisos y responsabilidades.

Reconstruir un país es hacerlo de nuevo, desde la base hasta la cúspide, no solo remodelarlo. Toda aquella Venezuela que conquistó con esfuerzo y vocación propios su democracia ya no existe. Pasó su tiempo, lo dejamos escapar y el castrismo a lo chavomadurista la rompió, deshilachó y ha estado construyendo, con paciencia, empeño y –afortunadamente para los venezolanos de bien– con bastante torpeza e ignorancia, una Venezuela a su medida, roja sangre para ellos, roja de vergüenza para nosotros.

No importa cuál sea la fecha, ni cuándo pueda asumir realmente la presidencia de transición Juan Guaidó, a la cual, por cierto, renunció según propias palabras, ni cuándo pueda convocarse a unas elecciones organizadas y realizadas por un Consejo Nacional Electoral impoluto, imparcial, supervisado, asesorado eficiente por expertos internacionales, ni cuándo comience la reconstrucción de un país digno de respeto, confianza, que deberá ser, nos guste o no, muy diferente a aquella Venezuela desgastada de finales del siglo XX. Lo que importa es que el primer acto, el lado de unión entre el cese de la usurpación y el país nuevo, sea una esmerada rendición de cuentas.

Porque la Asamblea Nacional no se limita a presenciar discursos de diputados; su misión es legislar, elegir a los mejores en poderes públicos, responder con su esfuerzo, resultados y dignidad, a la confianza que los votantes les delegaron. Y a esos electores tienen el deber moral, ético, político y patriótico de rendirles cuentas de cada detalle de lo que hicieron y dar explicaciones sustentadas, por lo que dejaron de hacer.

@ArmandoMartini


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