Termina 2019 y Venezuela continúa sumida en un “piélago de calamidades” que para muchos se presume por ahora incorregible; otros, sin embargo, son optimistas, aunque escépticos respecto al liderazgo opositor y además prevenidos de la trama de complicidades bastardas que sostiene al régimen gobernante.

Hay quienes perseveran en sus empeños edificantes y en tal medida se esfuerzan en preservar no solo intereses materiales labrados tras años de esfuerzos y destrezas, sino también valores morales e intelectuales de una sociedad extenuada ante la adversidad política, social y económica de las últimas dos décadas.

Muchos se han ausentado del país, sobre todo los jóvenes talentos que no encuentran oportunidades ni estímulo profesional bajo el actual estado de cosas; una decisión dolorosa, pero sin duda respetable para quienes buscan estabilidad y ante todo respeto a la vida y dignidad de la persona humana. Al mismo tiempo hacen valer sus influjos aquellos “afanados de la riqueza fácil” que con oportunismo artero han irrumpido en nuestro presente; los llaman “empresarios” sin serlo realmente –en sus contestables trayectorias no acumulan merecimientos–, son apenas “logreros y buscones” que se valen de las debilidades del sistema y faltas a la ética de la función pública de unos cuantos burócratas de turno, para hacerse de presurosas y objetables fortunas materiales.

Lo que resulta más espinoso de los tiempos actuales es la ausencia casi absoluta de referentes válidos en prácticamente todos los ámbitos de actividad –valores humanos atinentes a la contemporaneidad, queremos decir–.

Estamos inmersos en una agravada “crisis de hombres” que desdibuja o anula perspectivas de optimismo, tan necesarias para recuperar el cauce de una sociedad nacional que fue próspera no solo en lo económico, sino también en lo político –la democracia venezolana llegó a ser ejemplo a nivel internacional–, en lo social, donde muchos emprendedores alcanzaron elevadas cotas en educación y en prosperidad bien ganada para sus respectivas familias y allegados, incluso en lo cultural, donde el ingenio vernáculo alcanzó reconocimiento y proyección más allá de las fronteras territoriales.

Sería prolijo enumerar las trayectorias de quienes a partir de 1936 contribuyeron con sus actuaciones y ejemplos de probidad, a consolidar una nacionalidad orgullosa de sus virtudes, confiada en sus posibilidades, enaltecida por sus realizaciones constructivas, que fueron muchas. Naturalmente y es necesario resaltarlo, aún encontramos sobrevivientes de un modo de ser y de actuar en beneficio del país, hombres virtuosos que hemos dicho perseveran en su empeño de resguardar esperanzas. Y entre ellos protagonistas anónimos de historias vividas en tierra venezolana, hombres singulares de trabajo en agricultura y ganadería –exponentes de familias humildes de nuestros campos de soledad– que merecen admiración y agradecimiento.

En este orden de ideas celebramos la reciente publicación del libro Reliquias vivientes del Llano venezolano, esfuerzo recopilador y narrativo de quienes se exhiben plenamente conscientes del valor intrínseco de tantas prácticas, costumbres y tradiciones que han dado colorido y vigencia a nuestra “tierra de horizontes abiertos”. Como bien indica Asdrúbal Hernández Urdaneta en estupendo prólogo rebosante de sabiduría y de nostalgia, se trata de sorprendentes y complejas expresiones incorporadas “…inseparablemente en nuestro espíritu y sentimiento nacional…”. De tal manera la obra se convierte en “…verdadero hito dentro de nuestra literatura sobre el Llano, pero sobre todo los llaneros…”, cuya mayor reliquia es su espíritu impenitente de “hombre de a caballo”. Es notable el recuento de anécdotas, vivencias y enseñanzas que recogen los autores entre hombres de la sabana apureña, barinesa y cojedeña, héroes epónimos de nuestra nacionalidad.

Y es que la llanura venezolana no solo se proyecta sobre los cuatro puntos cardinales de nuestra vasta geografía tropical, al mismo tiempo el criollismo vernacular ha encontrado en el paisaje espontáneo de aquellas regiones maravillosas una espléndida fuente de inspiración: la novela y el cuento que intentan descifrar el misterio del hombre en sus variadas acometidas, el numen de los poetas cautivos ante el esplendor del paisaje y el horizonte de posibilidades, las tonalidades expresivas del acervo musical que nos conmueve donde quiera que estemos –el alma llanera desdoblada en esencia misma de venezolanidad permanente–.

Otto Gómez, Juan V. Carrillo-Batalla, Javier Mesa y Luis Julio Toro han producido una verdadera pieza de antología que aún referida específicamente al Llano venezolano y los llaneros de a caballo, se proyecta en su dimensión humana hacia todos los resguardos de nuestra orgullosa nacionalidad. Se hace parte sustancial de lo que el país requiere y además merece en un momento de incertidumbre y desasociego como el actual. Porque la altura llanera –y venezolana por extensión– es ante todo aquella que objetiva y rigurosamente recogen los autores de este magnifico libro. Un prometedor obsequio que nos consagran al término de un año difícil, de repetidos desencuentros y de lecciones aprendidas en esta tierra de “horizontes abiertos” como la esperanza, que es “todo caminos” como la voluntad.


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