El 27 de febrero es una fecha insoslayable para la historia contemporánea de Venezuela, un corte entre un discurrir pacífico del país al menos durante los 40 años del período democrático, sobre todo después de que se venciera la subversión que en todo caso no consistió nunca en un fenómeno masivo.

El estallido social que tuvo inicio ese día puso de manifiesto un soterrado descontento de la población venezolana debido al sostenido empeoramiento de las condiciones socioeconómicas, en especial desde el Viernes Negro de 1983 con el gobierno de Luis Herrera Campins, amén del creciente desprestigio del sistema político iniciado por la corrupción como fenómeno, evidenciado desde mediados de los setenta con el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez.

El 27F es el acontecimiento sobre el que más análisis se han escrito en el país antes de la llegada de Chávez al poder. Simplificando me atrevo a afirmar que existe consenso en lo que respecta al descontento social como origen de la protesta, no así sobre la espontaneidad o inducción premeditada como detonante. La mayor parte de las reflexiones se inclinan a considerar negativamente esa fecha en la que además de anarquía, se evidenció que algo andaba muy mal en nuestra sociedad. Emblemáticas fueron las imágenes  del aprovechamiento del caos y la confusión para realizar saqueos de todo tipo de productos, incluyendo equipos electrónicos que no eran de primera necesidad, no solo por parte de los más necesitados sino también de sectores de la clase media, perjudicando en buena parte a pequeños comerciantes. Ni que decir sobre las agresiones y saqueos entre vecinos

Si quisiéramos resumir en una palabra el significado de esos días aciagos surge necesariamente: destrucción, que incluye también la desmedida represión. Si bien se logró  hacer retroceder la aplicación del paquete económico, también se produjo una paralización en la toma de decisiones debido a la  cautela de los sectores dirigentes por un nuevo estallido. Pero no se asumieron correcciones sobre las graves fallas en la conducción que sacara al modelo político del  arrinconamiento en que se encontraba. El Pacto de Puntofijo, que había sido pionero a nivel mundial en materia de acuerdos políticos, se fue desfigurando hasta el punto de que “puntofijismo” fuera una mala palabra muy utilizada por sus detractores y luego se convirtiera en exitoso flanco del chavismo.

El estallido sirvió sí para alimentar el descontento existente en las Fuerzas Armadas que hizo su aparición pública 3 años después, con el golpe de Estado del 4 de febrero de 1992, cuya cara visible era  Hugo Chávez, enarbolando banderas que recogían el descontento nacional y cuyo triunfo en las elecciones de 1999 aún padecemos.

Año tras año, el 27F ha sido recordado por analistas, pero solo de un tiempo a esta parte  al PSUV le ha dado por reivindicar esa fecha como gloriosa. Hace 10 años el comandante eterno lo decretó día de la revolución popular como respuesta al neoliberalismo. Mucho tardó en reivindicar la fecha, que conlleva sin duda un agradecimiento al envión que le dio a su movimiento militar, además de un reconocimiento de identificación de la falla de origen de su proyecto político, que aún como gobierno no ha tenido más propuesta que la destrucción.

Desde ese momento ha sido una efemérides. Este 2020 no fue una excepción, Nicolás Maduro lo describió “como el día en que el pueblo sembró la semilla de una patria libre con justicia social”, suficiente motivo para que el PSUV decidiera conmemorarlo con una movilización en Caracas y una jornada mundial a través de la redes sociales, para denunciar una vez más el injerencismo norteamericano.

Las evidencias para explicar el país chatarra que han creado sobran, menciono resumidamente solo algunas: el saqueo a la nación, que ha alimentado cuentas mil millonarias de funcionarios y enchufados. La estafa a los sectores populares sumidos en la más absoluta pobreza y el colapso de todos los servicios públicos en especial la salud, la nutrición, la educación, los más primarios suministros. 5 millones de migrantes. La represión más cruel e impúdica  de la que tengamos conocimiento

Ni una lágrima han derramado Maduro y sus seguidores, consecuentes con su visión de que gobernar es solo mantener el poder a cualquier costo, entre otras maneras ignorando el presente, mitificando el pasado y prometiendo un venturoso futuro que sabemos que no llegará, mientras Maduro Moros y sus cómplices saqueadores tengan secuestrado al país.


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