“Nuestro tiempo es el fin de la

historia como futuro imaginable

o previsible. Reducidos a un

presente que se angosta más y más,

nos preguntamos: ¿a dónde vamos?; en

realidad deberíamos preguntarnos:

¿en qué tiempo vivimos?”

Octavio Paz

(“El arco y la lira”, 1956, p. 265)

 

Demasiado lejos estamos de pretender dar lecciones sobre un asunto tan complejo y, a la vez, tan sencillo que, faltando poco, está integrado a nuestra propia naturaleza humana. Concebir y hacer la política, aunque se la niegue y combata (siendo el otro modo de concebirla y hacerla, excepto hablemos del extremo y asfixiante totalitarismo), requiere obviamente de la comprensión, captación y voluntad del otro y de los otros, pero igualmente de una profunda convicción personal que sólo la experiencia puede macerar y perfeccionar. Urge resocializarnos políticamente mediante la reconstrucción de los propios partidos democráticos, como expresión de la sociedad civil mejor especializada en el bien común.

Por supuesto, hay una técnica, un tecnicismo y, hoy más que nunca, toda una tecnología para idear y realizar la política enlatada al vacío, aunque ninguna de estas facetas pueden suplantarla como una radical vivencia humana, con sus bondades y maldades. O mejor aún, con esa mezcla inevitable del trigo y la cizaña que cuesta tanto separar, llenando de matices nuestros actos. Las destrezas adquiridas o por adquirir, requiere de sueños que sólo se cumplen a punta de realidades.

Son varias las perspectivas y expectativas para razonar e imaginar la política, realizándola: unas más humanistas, orientadas al bien de todos, al mismo tiempo que otras lo niegan, prefabricadas y delictivas, como ha ocurrido en el presente siglo venezolano, dándole sustento e inspiración al Estado Criminal. Por cierto, favorable al régimen, ha dado ocasión  a una rivalidad entre la dirigencia que se reclama moralmente superior y pura, y la que proclama  orgullosamente su  impureza apuntando ambas naturalmente a una determinada ética en curso, no otra que la de la molicie. Además, la crisis es la de los elencos que juran estelarizar la escena.

Es fácil expresarlo: hay que reinventar la política en Venezuela, pero cada vez es más difícil reivindicarla, argumentarla y hacerla, frente a un régimen que ha pasado de la anti-política a la no-política. No da tiempo para prolongados ejercicios de hondo calado académico que diga de la complicada tarea de reivindicación, pero, apalancados por su humana sencillez, ha de significar el redescubrimiento de las instituciones y su valor, del compromiso político y su sentido vital, de los partidos y demás organizaciones de la sociedad civil y su naturaleza, de la opinión pública y su dinámica, aunque nos encontremos en la edad de piedra, pues, convengamos, hemos retrocedido casi inadvertidamente a la barbarie. Es cuestión de tiempo, destruir las paredes y muros que nos permitan defender la realidad tal cual es.

Con todos los aciertos y fallas, tuvimos una larga tradición política que, a finales de la centuria pasada, propulsó el magnífico reto de una renovación, además, esperada, con el doble fenómeno de la descentralización y del multipartidismo. Esto que se ha dado en llamar chavismo, faltando una denominación más acorde para una caracterización histórica de largo plazo, nos retrotrajo a tiempos que creímos definitivamente superados y, tan recurrente la emergencia social, nos condujo a la catástrofe humanitaria; fusionándose con él, ultrapartidizó al Estado; superando el ámbito administrativo, pugna por corromper completamente a la sociedad; simulándola, brega publicitariamente por una democracia que no es tal; y, además, libra una guerra no convencional contra la población que huye o intenta huir desesperadamente. No se puede construir sobre los escombros, resignados a la prédica de una ilimitada demagogia aún en nombre de la rebeldía no menos huera de simples poses.

Entre nosotros, existe una universal aceptación de las primarias y la consolidación de la única plataforma política de oposición que tampoco fue convincentemente competida por otras de fugaz y ya olvidado desempeño.  Empero, puede haber y las hay, discrepancias posibles de canalizar  con la superación misma de la cultura lumpen-despolitizadora de dos décadas y más. Hay una demanda mínima de lealtad al ideario proclamado que no pasa por una simulación de lucha, la monomerizada en una acera, y la del verbo sanforizado en la otra, mientras que dejamos la calle al capricho de una dolarizada e ínfima minoría que sólo la pólvora explica.

Experimentamos un tiempo largamente peor que el de 1899, minimizador de las crisis de 1811, 1859, 1936 y 1958.  El socialismo campamental en curso dejó sin propósitos ni programa, empañada la visión del mundo y de las cosas, al marxismo, desactualizado ferozmente el resto de los idearios políticos. Pero no hay otra alternativa que razonar e imaginar la política, realizándola, según los principios y valores de un Occidente en franco peligro.

@Luisbarraganj


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