En numerosas oportunidades hemos señalado que América Latina y de manera especial Venezuela se conforman como un gran laboratorio donde pululan una multiplicidad de fenómenos para ser estudiados por la ciencia política, el derecho, la criminología, la sociología, la economía y demás.

Algo destaca y es que seguimos registrando distorsiones que van desde la presencia de niveles de pobreza, corrupción, carencia y acceso de buenos servicios públicos, debilidad y/o precariedad del estado de derecho, deterioro de los partidos en términos institucionales, la presencia de una clase política poco estructurada, seria y responsable antes los ciudadanos (que a veces se comportan como súbditos), la celebración de elecciones con deficiencias al no ser libres, periódicas, transparentes y competitivas en algunos casos, unido a la debilidad de sindicatos, gremios, colegios profesionales entre otros aspectos que sin dudas son claros indicios de democracias precarias que permiten la emergencia de liderazgos personales y no institucionales, caudillismos y demás – paradójicamente en pleno siglo XXI- y que revelan la necesidad de pensar y repensar nuestras democracias y la propia política democrática que se hace muchas veces carente de contenido, propósitos y bien común y que termina banalizada y convertida en una suerte de mercadería sujeta a compra-venta.

Zygmunt Bauman de manera preclara señaló hace dos décadas que “el conformismo generalizado y la consecuente insignificancia de la política tiene un precio. Un precio muy alto, en realidad. El precio se paga con la moneda en que suele pagarse el precio de la mala política: el sufrimiento humano. Los sufrimientos vienen en distintas formas y colores, pero todos pueden rastrearse al mismo origen. Y estos sufrimientos tiene la cualidad de perpetuarse. Son los que nacen de la mala práctica política, pero que también se convierten en el obstáculo supremo para corregirla”.

Hemos insistido que las fallas reiteradas de la política y el nefasto desempeño de nuestros políticos incidirán en la calidad de la democracia y en los ciudadanos respectivamente. Por tanto, una mala política y un mal político desdibujará la democracia y producirá los suficientes gérmenes, malestares y condiciones para el surgimiento de todo tipo de propuestas, proyectos y estilos, que no necesariamente representan una alternativa democrática, más aún, terminan seduciendo ciudadanos y posteriormente (salvo excepciones) deteriorando por no decir destruyendo lo que tanto han criticado de sus antecesores, como ha ocurrido en algunas experiencias latinoamericanas.

En diversos ámbitos académicos se están gestando proyectos, estudios y una batería rica de autores de diversas corrientes y procedencia se han detenido a estudiar que está pasando con la política, la democracia, el derecho y la sociedad en esta modernidad liquida y contemporaneidad. Nos aportan luces importantes planteamientos de autores españoles (Daniel Innerarity, Agapito Maestre, Norbert Bilbeny, Fernando Vallespín, Adela Cortina, Victoria Camps), de autores italianos (Norberto Bobbio, Luigi Ferrajoli, Roberto Esposito, Giacomo Marramao, Michelangelo Bovero, Biaggio De Giovanni, Leonardo Morlino, Danilo Zolo o Elio Pintacuda), de autores franceses (Guy Hermet, Pierre Rosanvallon, Tzvetan Todorov, Alain Rouquié), autores alemanes (Zygmunt Bauman, Ulrich Beck, Yascha Mounck, Robert Alexi, Markus Gabriel, Eric Andreas Hilgendorf) autores ingleses (David Held, Anthony Giddens, Bernard Crick) y latinoamericanos (Norbert Lechner, Fernando Mires, César Cansino, Néstor García Canclini, Ángel Flisfisch, Alfredo Ramos Jiménez, Manuel Antonio Garretón, etc.) autores y pensadores que están abordando con mucha rigurosidad el cierre del siglo XX y el auge del siglo XXI en lo político, lo jurídico, lo cultural, lo sociológico.

Los grandes exponentes del pensamiento político liberal han explicado cómo la política se fue transformando en una actividad “profesional” y especializada, más concretamente, de una cierta clase de hombres (los políticos) destinada a que otros hombres –la mayoría, los simples ciudadanos– puedan vivir en paz y dedicarse en los espacios “privados” a las tareas que se limitan a la esfera íntima. Uno de los problemas actuales tiene que ver precisamente el constatar que la política es escenificada y practicada por un grupo de actores emergentes, que lejos de contribuir con la institucionalidad democrática terminan socavando sus bases.

De manera que los signos de hoy son el malestar de la política, el vaciamiento de la democracia como ideal de vida y como tipo de ordenamiento político, el deterioro de la institucionalidad democrática, y finalmente, encontramos al propio Estado que parece también estar en retirada en varios ámbitos dejando en su lugar ciertos vacíos que intentan ser ocupados por otros actores e incluso el surgimiento de poderes ocultos o salvajes y que por supuesto implican transformaciones importantes.

Hace ya un tiempo el politólogo español Fernando Vallespín señalo que “se están produciendo enormes transformaciones soterradas en el ámbito social y político. Estamos frente a un nuevo escepticismo …la gran paradoja es que en la época de la tan cacareada innovación –tecnológica, financiera, productiva, empresarial, de estilos de vida, etc.– la política, para bien o para mal, se está quedando al margen”

De tal manera que estamos obligados a parar, reflexionar y repensar el funcionamiento de nuestras democracias, nuestros partidos, como es nuestra clase política, que tal robusto o débil son nuestros estados de derecho, que fortaleza o precariedad exhiben nuestros tejidos institucionales, el papel de nuestros ciudadanos, la observancia de nuestras constitucionales entre otros aspectos.

La insatisfacción con la política en América Latina tiene mucho que ver con el funcionamiento de nuestras democracias y con el desempeño de sus instituciones, creemos que está relacionada con la percepción de los ciudadanos de que aún quedan muchas cosas por hacer. Por ello hemos insistido que la democracia sigue estando en deuda con los ciudadanos. Y en ese sentido, los ciudadanos esperan y desean que la política, al igual que la democracia, integre unos valores y contenidos mínimos que nunca deben estar ausentes y por supuesto deben concretarse. Hay una valoración de la democracia y de la política, sin embargo, se perciben reservas y es natural, dado los escasos rendimientos que muchas veces tiene la política y la democracia para los ciudadanos como proyecto colectivo. La democracia se construye y destruye cada día. Urge repensar a nuestros partidos, nuestros liderazgos en la necesidad de reinstitucionalizar a la democracia.

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