Un profesor de Economía preguntó en una clase a sus alumnos: “¿Cuál es el país más poderoso del mundo?”. Recibió múltiples respuestas, pero todas erradas. Al final el docente respondió: “Se llama Venezuela, porque a pesar de ser un país rentista y haber tenido pésimos gobernantes, todavía sigue siendo grande gracias a su gentilicio y sus riquezas”.

Rentismo

En la Venezuela contemporánea correspondiente al período 1958-1988 los ingresos por concepto de venta de petróleo alcanzaron el monto aproximado de 400.000 millones de dólares, equivalente a 21.325 dólares para cada venezolano (con una población de 18.757.390 habitantes para el año 1988). Sin embargo, producto de la inefectiva y equivocada gestión gubernamental, sustentada en complicidades y por un negligente   silencio institucional, los problemas de orden estructural se manifestaron en persistentes y recurrentes desequilibrios macroeconómicos: alta inflación, controles de precios, escasez y desabastecimiento, tasa de interés negativa, sobrevaluación, déficit en balanza de pagos y saldo negativo presupuestario, nivel crítico de las reservas internacionales, incremento de la deuda interna y externa (país con alto riesgo de morosidad y quiebra), etc.

Por otra parte, expresiones como “dónde están los reales” o “recibo una Venezuela hipotecada” estigmatizan el acontecer venezolano que ha girado en torno al rentismo petrolero. Sobre esta realidad se inicia una “nueva era” gubernamental en el año 1999. Hasta el año 2014 existió una “bonanza no sustentable”, “burbuja económica”, “ilusión socialista” o “despilfarro de recursos” (que aún se mantiene), que fue apoyada gracias los ingentes recursos monetarios provenientes de la venta de petróleo: hasta 2014 se estima una cifra aproximada de 800.000 millones de dólares, lo que equivale a 26.486 dólares por venezolano.

Lamentablemente, la tesis del desarrollo endógeno no se cristalizó, la cultura del ahorro como institución nunca se consolidó y las previsiones para los tiempos de crisis se subestimaron (los desequilibrios macroeconómicos “mutaron” y reaparecieron con mayor fuerza y contundencia); y ante la caída estrepitosa de los precios del “oro negro”, nuevamente el país recae, pero a un escenario caracterizado por la tragedia sostenida en todos los ámbitos.

Nación

Desde tiempos remotos han existido diferentes posturas conceptuales acerca de las analogías y diferencias entre los términos de nación (del latín natio; etimológicamente: lugar donde se nace), patria (según Cicerón: “La patria es el padre común de todos”) y Estado (con sus elementos integradores: población, territorio, poder público nacional).

En relación con esta formulación sustantiva y desde una perspectiva socioideológica, existe la convergencia de criterios para señalar que la nación expresa de manera subliminal el sentimiento genuino y auténtico de un grupo social o comunidad, que comparten no solamente un territorio común, sino que además se sienten plenamente identificados y consustanciados con un mismo imaginario sociocultural, basado en esencia en valores, creencias, tradiciones, ritos, costumbres, hábitos, etc.; los cuales configuran su particular ethos patrimonial, que puede ser documentado en términos de los propios postulados filosóficos de Aristóteles: conformación de una conciencia colectiva que va adquiriendo la sociedad a lo largo de su existencia, la cual determina una conducta o comportamiento, en procura de transformaciones favorables en la realidad que comparten.

Consecuentemente, el nacionalismo, la identidad nacional o el sentimiento patriótico (fundamentales para emprender una dinámica de progreso hacia el desarrollo sustentable), son resultado de un proceso histórico y social complejo, que no se posiciona con un eslogan, ni se decreta o impone, sino por el contrario se va construyendo paulatinamente gracias a la acción conjunta de todos y cada uno de los integrantes de una nación.

Por las anteriores razones, aunque quizás parezca contradictorio, nuestra querida e inigualable Venezuela necesita urgentemente que todos sus hijos que están fuera regresen para hacerla valer y respetar con mucha más fuerza ante sus enemigos internos y externos, que están plenamente identificados. Es un craso error seguir pensando que se regresará al país cuando todo se resuelva, cuando en realidad todo seguirá agravándose a mayores niveles de padecimiento y destrucción con la ausencia de valiosos venezolanos que se encuentran en otras naciones.

Así sea muy dura la decisión de volver a Venezuela por lo que implica en la inmediatez no poder tener una vida digna, con la presencia de más 4 millones de venezolanos haciendo nuevamente vida en la patria del Libertador Simón  Bolívar podremos exigir y presionar con contundencia para que se nos respeten nuestros derechos y valores fundamentales y constitucionales, basados en la razón, la moral y la fe en Dios ante todo.

Fuente: “Perspectiva Económica y Académica Contemporánea”. UNET. Años: 2018-2019.

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