Si un tema genera todavía grandes debates y posiciones contrapuestas en la conciencia venezolana y su memoria histórica es el relativo a los regionalismos, heredados de la antigua estructura provincial del país anterior a la constitución del Estado nacional y el modelo político republicano. A principios de 2021 se discutió en diferentes medios y por parte de distintos actores la pretensión de algunos personeros del gobierno de dividir el estado Miranda, separando los municipios “urbanos” de Caracas que pertenecen a la entidad mirandina para integrarlos al Distrito Capital (Biord Castillo, Horacio. 2021. El estado Miranda: ¿Dividir para resolver? El Nacional. Caracas, enero, 22. URL: https://www.elnacional.com/opinion/el-estado-miranda-dividir-para-resolver/). No solo los alcaldes de esos municipios, sino el propio gobernador de tendencia oficialista y diversos pensadores y analistas, así como vecinos organizados, expresaron su desacuerdo con una propuesta que luce no solo inconsulta sino arbitraria y que, en estos momentos, parece haberse desechado. En el pasado reciente se han escuchado propuestas similares de división de los estados Bolívar y Apure.

Conviene reflexionar sobre el sentido de las estructuras administrativas que conocemos como “estados” y su importancia y profundidad histórica. En un trabajo anterior abordaba el tema de la desaparición de las élites intelectuales en las regiones y las consecuencias que ello tiene para fomentar gobiernos regionales y locales (Biord Castillo, H. 2021. Consideraciones sobre el país fallido y la destrucción de élites locales y regionales en el siglo XX. Procesos Históricos. Revista de Historia Nº 39 (Universidad de los Andes, Mérida, estado Mérida, Venezuela): 84-92). Hace poco tuve el privilegio de leer un manuscrito, que pronto será publicado, de la doctora Edda O. Samudio A. (“Las provincias monárquicas y la república confederada de Venezuela (1777-1819)”), ilustre investigadora y profesora emérita de la Universidad de los Andes, en Mérida, sobre las provincias venezolanas en el momento de la independencia. En ese trabajo su autora acertadamente propone un abordaje desde la perspectiva de la geohistoria, haciendo énfasis en la constitución de regiones como entramados de relaciones sociales ampliamente entendidas en unidades espaciales determinadas que, a su vez, interaccionan con otras similares y utilizan para ello criterios o diacríticos identitarios contrastivos. En otras palabras, se trata del regionalismo o las identidades regionales y locales que en la actualidad se han redimensionado, potenciándose, en un contexto de globalización.

Me propongo en este trabajo comentar algunas ideas de Ramón Díaz Sánchez sobre las regiones y el regionalismo, expresadas bajo el título de “Las regiones y la nación” en su extraordinario libro Paisaje histórico de la cultura venezolana (Buenos Aires, Editorial Universitaria de Buenos Aires, Biblioteca de América, Libros del Nuevo Tiempo Nº 38, 1965). Allí Díaz Sánchez señala que “la región caraqueña y concretamente la ciudad capital, ha ejercido desde los mismos días de su fundación una avasallante influencia sobre las otras provincias que constituyen la integridad nacional. Por su clima benigno, por su favorable posición en la geografía, cercana al mar, por la fertilidad de su suelo y por otras circunstancias análogas, Caracas ha sido el meridiano de la cultura venezolana y el más poderoso centro de convergencia de los intereses sociales, económicos y políticos del país” (p. 64).

Los efectos del centralismo caraqueño varían en los distintos casos. Algo que se ha afectado mucho es la desestructuración de élites intelectuales regionales y locales ante la creciente migración hacia áreas con mayor actividad económica, lo cual ha afectado en especial a zonas mayormente agrarias. Este es un aspecto al que se le ha prestado poca atención. Tal vez el impulso que durante el último cuarto del siglo XX se le ha dado a universidades e instituciones de educación universitaria contribuya a mitigar la erosión intelectual. Ello, sin embargo, requiere de un esfuerzo para evitar el empobrecimiento de la formación profesional. El fin no es otorgar un título, sino formar profesionales con las mejores capacidades. La masificación de la educación y su instrumentalización y mediatización política atentan contra ese fin supremo de la calidad académica. Junto a ello destaca la necesidad de estimular oportunidades laborales dignas.

Tiene razón Díaz Sánchez cuando señala: “Existe un proverbio que está siempre presente en las mentes y en los labios venezolanos y que más de una vez ha actuado como resorte de las querellas políticas: ‘Caracas sola no es Venezuela’. Con lo cual queda dicho que el tema de los regionalismos no es algo mostrenco ni superfluo sino algo que representa un sentimiento activo, vigoroso y apasionado. Es el mismo tema que dio vigencia política, en 1811 [con la independencia y la adopción de un sistema federal] y 1863 [la nueva federación, tras la Guerra Federal], a la organización federal del Estado y que ha sido, a partir de Bolívar, motivo de tantas y tan exaltadas polémicas” (p. 64), siendo que el Libertador, como referente (a veces árbitro o ideólogo) privilegiado de nuestro historia, desde el Manifiesto de Cartagena consideró el sistema federal como causante de la pérdida de la Primera República e inapropiado régimen para la realidad venezolana. Este último aserto, por su parte, constituye ya un gran problema. Se trata de la visión homogénea del país versus su diversidad y particularidades que quedan subsumidas en la vaga y errónea percepción de una venezolanidad unívoca y excluyente de matices, aspectos locales y regionales, culturas e identidades. Esta diversidad es susceptible de integrarse, de manera diferenciada, en la noción de “lo venezolano” como una dinámica y, por sí misma, enriquecedora sumatoria de diversidades en conjunción.

Díaz Sánchez, con una visión de tinte didascálico o divulgativo, lo señala de la siguiente manera, teniendo en cuenta que su presente etnográfico es mediados del siglo XX, probablemente las décadas de 1940 y 1950, precisión de gran relevancia para comprender mejor su interpretación: “El regionalismo se advierte en las gentes de Venezuela apenas se entra en contacto con ellas. Se señala, altivo o modesto, en el fervor que los seres ponen para celebrar las excelencias de la tierra nativa, la belleza y fertilidad de su suelo y la solidez y fecundidad de sus valores humanos. Y se muestra a sí mismo en algo más significativo: en la solidaridad regional ante las instituciones sociales, ante la cultura y ante el juego de la política” (pp. 64-65).

En cuanto a los diversos tipos de regionalismo acota: “Existen, claro está, diferencias que hacen variables las expresiones de regionalismo. Son variantes que se proyectan en dos dimensiones: en profundidad y en intensidad. Hay regionalismos que se traducen en un afán de superación en el plano intelectual y moral y los hay que afectan formas primarias, agresivas e incluso rapaces. Mas no para ahí la complejidad del problema” (p. 65). Vale la pena detenerse en esas “formas primarias, agresivas e incluso rapaces”, tal como las califica Díaz Sánchez. Se pudiera interpretar, con una frase muy usual a fines del siglo XIX y primeras décadas del XX, como una alusión al “hombre de presa”, aquel que sucumbe ante las pasiones y no es capaz de imponerse al torbellino y dificultades del contexto inmediato y la vida cotidiana, tal como la empleó en su narrativa Rómulo Gallegos, por ejemplo. No obstante, hablando de regionalismos, parecería más bien referirse a modos de ser regionales, lo cual por otra parte también pudiera evidenciar sentimientos ocultos o reprimidos de etnocentrismo, parte de la conciencia social o del imaginario imperantes y no personales actitudes despreciativas y belicosas del autor. Probablemente se refiriera Díaz Sánchez, nativo de Puerto Cabello (estado Carabobo), en la región centro-norte del país, a la percepción de los centrales sobre los andinos, especialmente después de que durante más de medio siglo gobernantes nativos de los Andes ejercieran casi siempre de manera autocrática y despótica el poder y, en especial, a los andinos que acompañaron en importantes cargos públicos y empleos de confianza al general Juan Vicente Gómez, del que Díaz Sánchez fue opositor.

Un aspecto de gran relevancia para la teorización del regionalismo es lo que Díaz Sánchez llama “subregionalismo”: “Existen también lo que podríamos llamar sub-regionalismos. Quienes conocen a fondo la vida de las provincias venezolanas no ignoran las frecuentes y a veces agudas rivalidades que existen entre las poblaciones de la misma región, entre los municipios del mismo distrito y entre los barrios en la misma parroquia. En la propia Caracas, hasta hace unos cuarenta años [¿década de 1920?], fueron frecuentes los combates a piedra y los sangrientos asaltos que se hacían los muchachos de las distintas parroquias” (p. 65). La noción de “subregionalismo” coincide con las identidades locales que forman parte de las regionales, como estas de la llamada “identidad nacional” o de país. Las rivalidades entre sectores de una misma ciudad es un aspecto interesante que ha sido documentado en otros lugares y que en la actualidad resulta muy común en las pandillas urbanas y, quizá con otro sentido, en la idea de control delincuencial de un área.

La idea de microidentidades es de gran importancia para comprender a cabalidad la noción de los regionalismos y particularismos: así como se invoca un carácter diverso para el país o Estado nacional, también debe aplicarse a las distintas regiones y localidades. Las regiones, como el país, no son homogéneas o totalmente homogéneas, sino diversas en sí mismas, aunque esa diversidad, comparada con otras, no sea tan extrema. En algunos casos, la ideología de diversidad puede como una manera de articular la diversidad y la homogeneidad. Entre sociedades indígenas de lengua caribe es común que miembros de poblados próximos se perciban usualmente como muy distintos y sus aldeas diferentes a otras no solo geográficamente próximas sino entrelazadas por una serie de vínculos y de alianzas matrimoniales que crean fuertes lazos de parentesco entre los habitantes de una y otra aldea. Sin embargo, más allá de una óptica local, esas diferencias de desvanecen y permiten construir unidades más inclusivas como bloques regionales, subgrupos y, finalmente, la totalidad social que sería un pueblo indígena o etnia. Esta ideología de la “autonomía”, que contrasta con la práctica y sus principios estructurales, ocurre, por ejemplo, entre ye’kuanas y kari’ñas, y también entre los pemones y cumanagotos. A veces esas diferencias, no tanto dentro de bloques regionales o entre ellos, sino en los subgrupos se ven acompañadas de variaciones de costumbres, recursos culturales, creencias, saberes y haceres y usos lingüísticos al punto de coexistir dialectos mutuamente inteligibles. Esto mismo puede suceder entre poblaciones o áreas de una misma región y quizá aún con mayor razón, en virtud de sus distintos componentes socioculturales, es decir, de su diversidad intrínseca.

Una región no es homogénea en sí misma, sino que ha generado dinámicas propias, a lo largo de la historia, para integrarse y a la vez articularse con otras. En ese sentido, reproduce la configuración de un país: diverso, pero a la vez capaz de converger, buscar las similitudes y potenciarlas como bisagras y valorar las diferencias y fomentarlas y fortalecerlas como garantía de diversidad, esto es, de la necesaria diversidad que garantiza conductas adaptativas y haceres sostenibles. Díaz Sánchez, al referirse a la diversidad, comenta que “un índice ya bastante bien estudiado sirve para orientar el examen y para la formulación de juicios concretos acerca de los regionalismos venezolanos: es el folklore. El folklore nos da, en efecto, no solo las medidas de calidad de las manifestaciones artísticas sino los matices del trato social y del sentido moral. Por lo común la sinceridad y franqueza de las palabras, y la manera de pronunciarlas, iluminan el fondo humano de una región. A mayor melifluidad menor franqueza” (p. 65). La última frase recuerda la común asunción de que los venezolanos hablamos sin tanta ceremoniosidad. Quizá sea una nueva expresión del imaginario social con respecto, en especial, a las hablas andinas. La invocación del folclor como índice de contrastivo merece, por su parte, una reflexión más amplia, pues entre otros aspectos alude a costumbres de la Venezuela anterior a la economía petrolera.

Sobre ciertos recursos culturales, Díaz Sánchez comenta: “El amor, el arte, la religión, la literatura no representan exactamente lo mismo en las llanuras orientales que en las occidentales o las centrales; en los Andes del Táchira que en los de Mérida y Trujillo; en las costas del Zulia que en las de Coro, en Yaracuy, Carabobo y Oriente; en las selvas de la Guayana que en las mesas del estado Monagas” (p. 65-66). Con ella subraya la idea de la diversidad: el Llano es diverso, los Andes y la Costa también lo son, como la selva y, líneas arriba, los barrios y sectores de una misma ciudad.

Finalmente, en la apreciación de Díaz Sánchez emerge el componente geográfico, que no debe entenderse desde la perspectiva del determinismo, sino más bien como la relevancia del paisaje, no solo físico sino también cultural, y de las variables geográficas de una región y sus referentes (incluida la toponimia) para comprender su diversidad interna y su interacción con otras regiones: “Lo que más importa en la apreciación de estos hechos, desde el punto de vista de la cultura, es el significado del medio ambiente como fuerza siempre vigente. Es lo que constituye la síntesis cultural y lo que si por un lado subraya las diferencias regionalistas, por el otro sirve de aglutinante a lo nacional” (p. 68).

La llamada “identidad nacional” es, pues, la suma de muchas identidades regionales y locales, subregionales en la expresión de Díaz Sánchez, y la llamada “cultura nacional” implica la conjunción dinámica de culturas regionales, locales y étnicas. El regionalismo lejos de ser una rémora constituye un valor agregado al principio de la diversidad como constituyente, en este caso, de la venezolanidad hispanoamericana, iberoamericana o latinoamericana, contextos mayores de los que no debemos desvincularnos porque nos constituyen, informan, complementan y enriquecen.

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