El terrorismo islámico, que de cuando en cuando se manifiesta en diferentes lugares del mundo y que se expresa a través de acciones y homicidios aberrantes, cargados de fanatismo extremo, no hace otra cosa que desacreditar al propio islamismo. Lo más triste es que muchos desconocen que el Islam no es un corpus uniforme, ni tiene una autoridad única, toda vez que no cuenta con un magisterio doctrinal común. Este es un tema de especial relevancia que fue tratado por Joseph Ratzinger (el Papa Benedicto XVI) en su libro-entrevista La sal de la tierra.

Lo anterior no es asunto de poca monta, pues acerca a una revolución suramericana, que se califica como “bonita” a un país que ha decidido matar a sus mujeres por el simple hecho de llevar mal puesto su respectivo velo o por estar en desacuerdo con la acción criminal en cuestión. Por si fuera poco, incluso los hombres que emiten opiniones contrarias al régimen por tal tipo de medidas, han sido objeto de ahorcamientos. Mayor extremismo es por tanto inconcebible.

Las prácticas antes señaladas ponen de manifiesto que el Tratado sobre la tolerancia con ocasión de la muerte de Jean Calas es una obra magna de François Marie Arouet (Voltaire) de 1765 que mantiene plena vigencia y vigor. Estamos hablando de un documento de gran significación que fue producto de los acontecimientos derivados a raíz de la muerte de Marc-Antoine Calas.

El joven Calas aspiraba a graduarse de abogado, pero se le exigía renegar del calvinismo de sus padres y el suyo. El muchacho se suicidó y su padre Jean Calas tomó la decisión de cortar la cuerda para depositar el cuerpo en tierra. Tal acción la llevó a cabo el padre de Marc-Antoine para evitar que su hijo fallecido fuere echado en un vertedero, como correspondía en tal tipo de caso, y no en tierra santificada.

Un texto jurídico relacionado con la época señala: “Los cuerpos de los suicidas eran sometidos a juicio y luego arrastrados desnudos por la ciudad hasta ser colgados en la horca para exposición pública, según establecía la ordenanza criminal de 1670”.

Pero el “católico” pueblo de Toulouse no esperó a que los investigadores se pronunciaran al respecto; ello condujo a que el cadáver de Marc-Antoine fuese llevado en procesión a la Iglesia, donde fue enterrado. Inmediatamente después, el padre, la madre y un hermano de la víctima fueron sometidos a tormento. La peor parte la llevó Jean Calas, quien aún así se mostró magnánimo con sus torturadores y puso a Dios como testigo de su inocencia. Su gesto no evitó su muerte, pero aseguró que su esposa fuese liberada y su hijo Pierre desterrado a perpetuidad.

El hecho fue conocido en detalle por Voltaire, quien quedó convencido de la inexistencia de pruebas de la culpabilidad de Jean Calas y de que el proceso había sido la consecuencia del fanatismo que entonces reinaba en la católica ciudad de Toulouse. Así, Voltaire entró en acción y tres años más tarde, en marzo de 1765, consiguió la rehabilitación de Jean Calas y el otorgamiento de gratificaciones pecuniarias a la familia Calas.

Lo cierto es que, con el paso de los días y los años, se nos olvida el pasado y sus logros más significativos. Ante tal realidad, tenemos que hacer sonar las campanas e impedir todo retroceso dañino. El conocido refrán popular justifica entonces su luminoso y pertinente sentido: “Para atrás ni para coger impulso”.

Ya para concluir, me siento obligado a señalar que, en realidad, tenía programado escribir un artículo impregnado de buenos deseos, acorde con el último día festivo que conduce al fin del año 2022. Lamentablemente, el extremismo revolucionario de fin de año y el terrorismo islámico alteraron mi propósito. Las arbitrariedades que se están llevando a cabo en contra de mujeres y hombres inocentes merecen las respuestas que sean necesarias. Creo que bajo ninguna circunstancia podemos pasar por alto los acontecimientos aberrantes y contrarios al respeto que debemos a seres humanos de bien del mundo entero. Sin duda, nuestro artículo de la semana pasada exigía este complemento.

@EddyReyesT


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