Resulta irónico pedir quedarse en casa al sin techo o al desplazado, ir a casa es su sueño mientras que para el resto del mundo es una incomodidad. ¿Cómo podemos apoyar a quien depende de construir un hogar por haber tenido que abandonar el propio? Este es el drama en las fronteras frente a gobiernos, que a diferencia de la pandemia, sí discriminan a humanos y no a todos les atiende de la misma manera.

Los refugiados están perjudicados a todo nivel, grupos menos vulnerables como los que están en ciudades carecen de Tarjetas de Salud, así que no ingresarán de forma voluntaria a hospitales, a estos les afecta el covid-19 como evidente factor salud, pero también en este mismo renglón el factor económico, ya que no habiendo medio de producción, tampoco hay alimentación.

Con estado de alarma y la cuarentena se suspenden también los lapsos administrativos y con ello las peticiones de asilo, pero no se suspenden las necesidades humanas, por lo cual lo lógico es que se ordene el traslado de los desplazados en fronteras a áreas de acogida temporal, como campos de refugiados o instalaciones militares –excluyendo los famosos campos del olvido– de forma que se evite su hacinamiento, se garantice su salud, alimentación y se puedan someter a cuarentena por aquello de #QuédateEnCasa.

Otro escenario que se repite en estos días es el de grupos de árabes desplazados y pateras con intención de ingresar a Europa y por otro lado, grupos Latinoamericanos que pretenden ingresar a Estados Unidos. La respuesta de uno y otro ha sido similar, devoluciones masivas, deportaciones en caliente y acatamiento total al cierre de fronteras y sin disponibilidad de recursos legales por el cierre de las instancias judiciales y administrativas. Dejando a su suerte a centenares de personas que también están sufriendo una tragedia.

Debemos reaccionar enérgicamente contra las devoluciones en caliente, ya que existe una amenaza a la vida humana, que no es posible combatir en los países de origen de muchos desplazados o tendrán que afrontar serios retos de supervivencia haciendo procedente cualquier solicitud de asilo, máxima que está establecida en casi todos los convenios internacionales que tratan sobre protección internacional, sin dejar de lado que todas estas personas son posibles huéspedes multiplicadores del virus y carecen de atención médica.

Así, tenemos a grupos extremadamente vulnerables rogando piedad en las fronteras, grupos en situación de calle en las ciudades, grupos que viven en habitaciones y no tienen durante la cuarentena capacidad de autosustentación, y otros menos perjudicados que se sienten muy preocupados por la dificultad de encarar pagos de alquiler y alimentos. Ninguno de estos se ve beneficiado por las distintas ayudas sociales porque no cumplen con los requisitos como regularización migratoria, declaración de impuestos o solvencia tributaria o pago de cuotas de Seguridad Social.

Mientras el mundo combate contra su microscópico enemigo común, hay otra plaga que no tiene mortalidad sino letalidad, el olvido. Así deben sentirse cientos de personas apostados en zonas fronterizas víctima de sus persecutores y expuestos al mismo virus que nos azota a todos, solo que en condiciones ideales para que el coronavirus les contagie por docenas diarias y sin garantía de atención adecuada.

Ante la tendencia a la desprotección solo nos queda recurrir al pergamino y la pluma para hacer llegar con nuestras letras este tipo de quejas, de manera de que se pueda llamar la atención de los gobernantes y se evidencie que en momentos difíciles es cuando se hace marcada la tendencia en la que la discriminación gana terreno y el virus gana huéspedes convirtiéndose en enemigo silencioso alimentado de nuestra indiferencia y de todo a quien olvidamos.


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